“Nier l’existence des sentiments tièdes parce qu’ils son tièdes, c’est nier le soleil tant qu’il n’est pas midi. La vérité est tout autant dans les demi-teintes que dans les tons tranchés”
Gustave Flaubert
(Carta a Louise Colet, diciembre de 1846)
“Je me suis toujours efforcé d’aller dans l’âme des choses et de m’arrêter aux généralités les plus grandes, et je me suis détourné exprès de l’accidentel et du dramatique. Pas de monstres et pas d’héros!”
Gustave Flaubert
(Carta a George Sand, diciembre de 1875)
El 26 de mayo de 1845, Flaubert escribe a Le Poittevain: “Tu sais que les belles choses ne souffrent pas de description”. Es una gran mentira; los románticos no hacían otra cosa, en ese momento, que describir la belleza hasta el cansancio. Para ellos, es cierto, lo bello consistía en los polos de la realidad: Quasimodo y la linda gitanilla. En las novelas románticas, los hombres, las cosas y los hechos son hermosos u horribles, atractivos o repelentes. Lo sublime, lo monstruoso, lo excelso, lo atroz son la gran apropiación romántica de la vida y su conversión novelesca en algo que tiene dignidad y que ejerce hechizo artístico. Lo excluido de la novela romántica es esa zona de lo humano cuyas caras, objetos y acciones no son tan repulsivas como Quasimodo ni tan graciosas como Esmeralda: el abrumador porcentaje que conforma la normalidad, el rutinario telón de fondo contra el que se yerguen las figuras sobresalientes de los héroes y de los monstruos. Ese limbo intermedio pasa a ser metamorfoseado en “belleza” en Madame Bovary, donde todo equidista de aquellos extremos y corresponde a la existencia sin brillo, chata y triste de las gentes comunes. No digo que Flaubert inició la representación novelesca de la pequeña burguesía, en tanto que la novela romántica había descrito el mundo feudal y aristocrático. Las novelas de Balzac están repletas de personajes que representan todos los estratos de la burguesía -incluida la burguesía provincial rural- y, sin embargo, eso no impide a sus héroes (por lo menos a muchos de ellos) tener el carácter antitético -ser admirables o execrables- típico de la novela romántica. No es el mundo de la burguesía, sino algo más ancho, que cubre transversalmente las clases sociales, lo que Madame Bovary convierte en materia central de la novela: el reino de la mediocridad, el universo gris del hombre sin cualidades. Sólo por esto merecería la novela de Flaubert ser considerada fundadora de la novela moderna, casi toda ella erigida en torno a la esmirriada silueta del antihéroe.
Mario Vargas Llosa
La orgía perpetua
Imagen: Caricatura de Monsieur Homais anunciando la versión de “Madame Bovary” (1933) que rodó Jean Renoir
Fuente: La dificultad del ser de Jaime Fernández
Previamente en Calle del Orco:
La irresistible ascensión de las ideas recibidas, Gustave Flaubert
El poder de lo fútil, Milan Kundera