La obra de Bernardo Silvestre, escrita en torno a 1147 – 1148, Cosmografía, es un gran relato en el que los personajes van presentándose dramáticamente, dialogan y reflexionan. Está dividida en dos partes: la primera, dedicada al megacosmos o universo viviente; la segunda, al microcosmos o ser humano viviente.
Al comienzo de la obra, Naturaleza se lamenta desconsoladamente ante Nous, la divina Providencia, por la confusión en la que se encuentra la materia primera, Yle. Le ruega que conceda al universo una belleza mayor, y Nous accede gustosa a la súplica separando entre sí los cuatro elementos. Emplaza las nueve jerarquías de ángeles en los cielos, fija las estrellas al firmamento, dispone las doce constelaciones, permite que circulen las órbitas de los siete planetas por el Zodíaco y pone cuatro vientos en los cuatro puntos cardinales para que soplen uno contra el otro.
Continúa la creación y el emplazamiento de la Tierra en el centro del universo. Se describen las motañas importantes; se establece la naturaleza propia de cada uno de los animales; se describen los ríos notables y la naturaleza de los árboles; las aromáticas, legumbres, cereales y hierbas; los animales acuáticos y aéreos. Después, se trata de los seres animados y su origen.
En el libro segundo, titulado Microcosmos, Nous se dirige a Naturaleza, se honra del embellecimiento del mundo y anticipa la creación del ser humano para sellar su obra. Solicita vaya rápido a buscar a Urania, reina de las estrellas, y a Physis, conocedora de todas las cosas. Naturaleza obedece y encuentra a Urania contemplando admirada los astros. Ambas se ponen de camino, y después de recorrer las órbitas planetarias y conocido sus poderes de influencia, encuentran a Physis sentada entre sus dos hijas, Teórica y Práctica. Se presenta entonces Nous, y luego de manifestarles su voluntad, les asigna tres modalidades de contemplación que atribuye a cada una, impulsándolas a crear al hombre. Physis, por lo tanto, forma al hombre con lo que queda de los cuatro elementos. Comienza por la cabeza, procede miembro por miembro y concluye felizmente llegando hasta los pies.
Ahora la exégesis: Nous es la realidad divina a quien se dirige Naturaleza para que Dios Padre no se aparte en su soledad. Es la protagonista del drama, nexo entre Dios y el ser humano. Por un lado, es el receptáculo de la voluntad de Dios Padre, que la necesita para manifestarse providencialmente en ella; una entidad femenina en este sentido. Por el otro, su actividad progenitora es sin embargo masculina y activa: en su sabia feminidad, al mismo tiempo que recibe al Padre, lo irradia y desborda desde sí varonilmente (fons lumini y seminarium vitae). En sí misma, por lo tanto, Nous es unión de contrarios, y andrógina respecto de los sexos. Como una esposa, a la vez hijo – hija, que todo lo posee, porque es cuanto alcanza del Bien.
En el otro extremo está Yle, la materia. Deseo incompleto en sí mismo y distinto de Dios, que permanecerá siempre fuera de Nous y necesitado de satisfacción. No se trata de que desee robar la luz del bien, sino de que su debilidad lo necesita y nunca puede obtenerlo por completo. Es su mal primordial. Así, la materia es una potencia que siempre estuvo inteligiblemente en el Nous y que se concreta como primera creación en el tiempo. La más anciana de los seres creados y necesitada siempre de engendrar un hijo: el mundo. Por su naturaleza es caos puro, necesitado de orden y belleza. El más persistente, poderoso y universal de los anhelos, necesita de las formas ordenadas en tiempo y espacio para mostrar belleza.
Yle es lo femenino en sí, receptáculo fecundo y apetitivo, insaciable, que no se satisface en sí misma sino cuando de su seno materno concibe vástagos con forma. Por esto Natura implora a Nous, por testimoniar su necesidad de útero universal.
Naturaleza, es la organizadora universal. La gran potencia demiúrgica, hija primera de Nous, que desde el caos del deseo materno instrumenta la partenogénesis originada en la unión del apetito desordenado de materia con la voluntad/conocimiento de Dios Padre revelado en Nous/Providencia: Madre que todo lo engendra en silencio y reposo. El orden orgánico y su simpatía, sideral y sublunar, desde la aparición de los elementos a los astros matemáticamente regulados, depende de ella. Pero el ornato superior particularizado y la coordinación del gran viviente universal requieren la ayuda de sus hermanas menores: Urania, que ve en el orden celeste el reflejo de las ideas de Nous y los decretos divinos, y Endelichia, Alma del mundo, que ve en sí misma el orden universal y que transmite como principio de vida y movimiento viviente de los planos inferiores del universo, fortaleciendo así la acción de Naturaleza.
Physis, por otro lado, se ocupa de la generación de los cuerpos orgánicos aptos para recibir la vida y ser animados oportunamente. También de los recursos que los pueden sostener y conservar. Convive con Teórica y Práctica, sus dos hijas, en el Gramision, el seno generativo de la Tierra. Que ya no es la gran matriz caótica impulsada por los movimientos de la potencia informe, sino el útero predispuesto por la cosmificación de la Naturaleza y sus colaboradoras, para recibir las semillas ideales de Nous que darán vida particular y ornato al universo. Por eso, ocurre en este lugar la visita de Naturaleza y Urania a Physis, Teórica y Práctica, para la formación del hombre. Tema que dejamos para la próxima.
Fuente: Francisco García Bazán, La religión hermética. Formación e historia de un culto de misterios egipcio, Bs. As. Lumen, 2009. 176 p. ; 24x15 cm. ISBN 978-987-00-0869-9