Las dictaduras siempre han respondido con mano férrea a las demandas de democracia y libertad. Me indigna la brutalidad con la que los tiranos tratan a sus ciudadanas y ciudadanos, a los que detienen, vejan y asesinan en un intento desesperado por preservar sus privilegios y silenciar las protestas. Europa, mientras tanto, calla o sólo se opone tibiamente ante el uso de las armas para reprimir revoluciones pacíficas. “Matar moscas a cañonazos“, que dice un viejo amigo mío. No deja de ser una ironía ques los pueblos que salen a la calle a reivindicar sus derechos, sin más fuerza que sus ideales, sus convicciones y su dignidad, se encuentren enfrente con ejércitos y cuerpos policiales que les reciben a tiros o les bombardean. Los gobiernos occidentales, entre ellos el español, les suministran el material con el que ahora disparan a sus ciudadanas y ciudadanos. Me duelen sus muertes, pero también la hipocresia de quienes prefieren mirar hacia otro lado, llamando con la boca pequeña al cese de la represión, pero vendiendo después a los dictadores las herramientas para que puedan atemorizar a sus pueblos y ejercer un poder absoluto, tan corrupto como despótico. Es posible que sean más críticos con Libia, que suma muertos en una lista interminable, pero serán, como siempre, benevolentes con Marruecos, obviando que también guarda cadáveres en sus armarios.