Cuando Fernando I muere, en 1 065, en el reino de León existía una importante tradición germánica de imperium y administrativa. Además el nuevo rey, Alfonso VI, contaba con el apoyo de los obispos de la curia, de sus hermanas, las infantas Urraca y Elvira, y de su madre, la reina Sancha. al igual que de un grupo de nobles de su generación entre los que destacaba Pedro Ansúrcz, compañero suyo desde la infancia que le acompañaría durante su exilio en Toledo "'.
La intluencia de la reina madre sobre sus hijos era considerable y mientras que ella vivió no hubo enfrentamientos por la herencia paterna. Tras su muerte el 7 de noviembre de 1067, sin embargo, comenzaron los conflictos. Después de la batalla ~si así se puede considerar~ de Llantada o Llantadilla, el enfrenamiento entre Sancho II de Castilla y Alfonso VI de León fue creciendo hasta desembocar en la acometida de Golpejera o Vulpejar, a comienzos de 1072, en la que Alfonso fue hecho preso y conducido encadenado por varias ciudades y castillos para conseguir la sumisión del reino leonés a su rival, el nuevo rey.
Más tarde sería encerrado en el castillo de Burgos pero, según las crónicas, la infanta Urraca y el abad de Cluny, Hugo, intervinieron para que se le permitiera el exilio a tierra de los musulmanes, como se había hecho con su hermano García poco antes, cuando éste se exilió en la taifa de Sevilla al perder el reino de Galicia.
El vacío de poder en que quedaba el reino leonés permitió a Sancho II coro-narse emperador" en León el 12 de enero de 1072.
El exilio toledano de Alfonso VI duraría hasta octubre de este año. Alfonso llegó a Toledo con un pequeño contingente de personas: Pedro Ansúrez y sus hermanos Gonzalo y Fernando además de unos pocos servidores ". Los datos sobre su labor en esta ciudad, como otros muchos asuntos, fueron trastocados en el siglo XIII por el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, sin duda uno de los grandes ideólogos de la Edad Media hispana. Él fue el que creó la leyenda de mano horadada de Alfonso VI para explicar la conquista de Toledo en el siglo XI '"
Y el que se encargó de presentar a este rey como un paradigma de monarca cristiano, cuyas acciones siempre estuvieron movidas por un sentimiento de nobleza acorde a su propia condición real, convirtiéndole en víctima (curiosamente beneficiada de forma indirecta en todos los casos) de los actos de las personas que le rodeaban, especialmente de su segunda esposa, Constanza.
El arzobispo toledano "construye sistemáticamente todo un pasado común y con él proporciona una base de comunidad hispánica más antigua y larga que la de los godos'''', aunque muchos de los argumentos que utiliza para legitimar sus afirmaciones sean erróneos o innecesarios.
A finales de octubre de 1072, asesinado Sancho TI, Alfonso VI abandonó Toledo y se fue a León, donde tras reunir una curia extraordinaria a mediados de noviembre inició el afianzamiento de su poder en el trono;de hecho, el día 17 ya se intitulaba serenissimus rex "
A partir de aquí sus relaciones con al-Andalus van a estar determinadas por el cobro de las parias a los reinos taifas en general y el mantenimiento de la presión bélica sobre ellos, por una parte, y por el mantenimiento una política de cordialidad con al-Mamún, gobernante de Toledo, en concreto, por otra.
Política ésta última que se rompió tras la muerte de éste y el ascenso de su nieto al-Qadir al poder. Desde 1076 la crisis interna de la taifa de Toledo y los enfrentamientos entre los dirigentes musulmanes impulsaron a Alfonso VI a modificar su política exterior, haciéndola más agresiva, al tiempo que llevaba a cabo una reorganización de las tierras situadas entre el Duero y el Sistema Central"'.
La forma de comportamiento del rey cristiano fue perfectamente comprendida por el rey Abd Allah" de Granada, que hacia 1074 afirmaba que lo que el monarca castellano-leonés pretendía era: "enciza- ñar unos contra otros a los príncipes musulmanes y sacarles continuamente dinero, para que se queden sin recursos y se debiliten".
Pero lo que hizo avivar la tensión en Toledo fue la propia actitud de al-Qadir. El 25 de agosto de 1075, dos meses después de su subida al trono, hizo asesinar al primer ministro de su abuelo, Ibn al-Hadidi, hombre con gran reputación en la ciudad.
Este acontecimiento hizo que se radicalizaran las posturas políticas, todas ellas contrarias a seguir manteniendo en el gobierno al nieto de al-Mamún si seguía con esa política, y la población se dividió, por lo que al-Qadir tuvo que solicitar ayuda a Alfonso VI probablemente ya en el año 1076.
Éste se comprometió a prestarla a cambio del pago de nuevos impuestos, por lo que el gobernante toledano tuvo que aumentar aún más la presión fiscal. Lo que prestaba el rey castellano-leonés "no era tanto la ayuda que ofrecía, sino una protección envenenada, que a medio plazo operaría a favor de los propósitos alfonsinos"".
De esta forma, seguro de las consecuencias futuras de la política que estaba desarrollando, y conocedor de la debilidad estructural de las taifas, Alfonso VI adoptaba el título de Imperator 10-tius Hispaniae, documentado por primera vez en una carta fechada en octubre de 1077 w.
En la taifa de Toledo los pobladores cada vez se oponían con mayor contundencia a la política de sumisión al monarca cristiano que al-Qadir consideraba como la única forma viable de mantenerse en el poder. Sin embargo, el golpe final a su gobierno vino dado por la introducción en las crí- ticas que le llegaban por todas partes de un argumento que aún no se había tenido en cuenta y que podía ser especialmente dañino; el religioso.
Los toledanos, dirigidos por los personajes más importantes de la ciudad, alzaron sus voces contra la política fiscal del nieto de al-Mamún advirtiéndole que al someter a tal presión económica a los fieles del islam estaba actuando en contra de la ley sagrada que estipulaba los impuestos a pagar "'; por culpa del rey castellano-leonés al-Qadir iba en contra de Alá al ir contra sus fieles. Los alfaquíes fueron los encargados de esgrimir estos argumentos atacando la alianza del gobernante de Toledo y de la aristocracia que le rodeaba con Alfonso VI.
Según ellos por la subordinación a una potencia exterior cristiana se estaba cometiendo una traición religiosa que no sólo repercutía en el ambiente de debilidad política que se respiraba en la taifa, sino que era la causa de la corrupción moral de sus moradores y sobre todo de sus dirigentes, cuyas prácticas eran contrarias a los preceptos coránicos "'.
Surgió así uno de los argumentos que los musulmanes utilizarían para explicarse la ca- ída de Toledo en manos cristianas; la debilidad moral y religiosa a la que llegaron sus habitantes, el mismo tópico al que habían recurrido los cristianos para explicar la toma de la urbe por los sarracenos en el año 714.
Los habitantes de la ciudad del Tajo se sublevaron cuando no pudieron resistir más la debilidad política de sus gobernantes y su autoritarismo en política fiscal "', y al-Qadir tuvo que marcharse al destierro en 1079. Más tarde se llamaría al dirigente de la taifa de Badajoz, al-Mutawakkil, para que se hiciese con el control de la situación. pero no sirvió de nada.
Mientras en su exilio al-Qadir firmaba el llamado "pacto de Cuenca" con Alfonso VI, por el cual el rey castellano-leonés se comprometía a restaurarle en el trono de Toledo aunque de forma transitoria, hasta que conquistara Valencia, en cuyo caso al-Qadir recibiría el gobierno de la taifa levantina y el rey cristiano el de toledana ".
Estos acontecimientos, por lo tanto, más allá de sus repercusiones políticas y militares, manifiestan el aprecio en el que el rey de Castilla y León tenía a la taifa de Toledo y, sobre todo, a su capital, por ser el centro desde el que ésta se gobernaba y por las posibles repercusiones de su conquista. No obstante, y a pesar de ser paradójico porque contribuyó a acabar con ella, Alfonso VI era el que más interés tenía en que triunfara la revuelta toledana; él era el que la había provocado con su presión política y militar, y esperaba que gracias a ella triunfaran los partidarios de pedirle ayuda a él para restablecer el orden y no a ningún rey de taifas, sin embargo se pidió socorro a al-Mutawakkil.
Como no se cumplieron sus propósitos, y no contaba con los apoyos suficientes dentro de la urbe como para dominarla con garantías, el rey cristiano decidió restaurar en su trono a al-Qadir en mayo de 1081 ", aunque sabía que la posición del gobernante musulmán seguía siendo profundamente inestable. El monarca castellano-leonés era consciente de todo esto, tal y como muestran algunos testimonios. En una epístola de Gregorio VII, fechada aproximadamente en 1081, el papa y el rey trataban sobre la creación de un arzobispado y aunque no se dice cuál posiblemente estuvieran refiriéndose al toledano.
En esos momentos en la Cristiandad no se crearía ninguna sede arzobispal hasta la de Braga, el 28 de diciembre de 1099, por lo que parece plausible pensar que estaban tratando sobre un posible arzobispado para Toledo, cuyo administrador según el pontífice debía ser un español de mucha ciencia o, si no, un extranjero a quien no le perjudicase su origen, sin duda alguna pensando en los cluniacenses 65.
En esta carta Alfonso VI aparece referido como super omnes Hispaniae reges ", lo que venía a ser un reconocimiento explícito de la supremacía que estaba buscando no sólo sobre los musulmanes sino además frente a los otros reyes cristianos. Incluso el doctor Francisco de Pisa en su Descripción de la Imperial Civdad de Toledo, publicada en 1605, afirma (no se sabe con qué certeza) que el rey Alfonso VI "se intitulaua Rey de Toledo desde el año de mil y ochenta y tres: pero hazíalo confiado de Dios que tenía la victoria en sus manos" .
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Revista Cultura y Ocio
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