HBO y Mike Judge, el creador de los irreverentes Beavis & Butt-head y rresponsable Office Space -una de mis películas favoritas- unieron fuerzas en una curiosa comedia que acaba de finalizar su primera temporada. Los ocho capítulos que hemos podido ver hasta el momento dejan muy claro qué clase de serie es Silicon Valley y qué clase de humor utiliza. No hace falta esforzarse mucho para captar la sátira que Judge hace de los nuevos millonarios que pueblan este enclave californiano y de todo el mundo que rodea a estos genios, por lo general inadaptados sociales, que esperan convertirse en el nuevo Steve Jobs gracias a una aplicación novedosa o a un programa portentoso.
La historia se centra en Richard, un programador de 26 años inseguro y enfermizo, que desarrolla un algoritmo de compresión de archivos revolucionario. El joven tendrá que elegir entre vender por diez millones de dólares su creación a su jefe, Gavin Belson (CEO de Hooli), o aceptar los doscientos mil dólares que le ofrece el gurú tecnológico Peter Gregory para montar su propia empresa y crear su producto: Pied Piper. Richard opta por arriesgarse, y con la ayuda de sus compañeros de casa (Erlich, Bertram y Dinesh) y del ex-ejecutivo de Hooli, Jared, comienza a trabajar en el desarrollo de su producto y de su empresa. Algo nada sencillo.
Las partes más técnicas de la historia como los problemas con la nube o con los algoritmos son lo menos interesante de Silicon Valley. No obstante, son necesarias para el desarrollo de la trama pues siendo fuente de conflicto para los personajes les obliga a actuar y salir de su zona de confort. De fondo está la pugna contra Hooli para ver quién hace el mejor producto y los constantes problemas económicos que todo proyecto en ciernes debe afrontar. Richard pronto descubrirá que cosas como registrar el nombre de la compañía o conseguir un logo son tan complicadas como el desarrollo de algoritmos.
El grupo de inadaptados sociales que convive con Richard y que trabaja en Pied Piper ofrece un amplio abanico de personalidades que dan mucho juego a la hora de interactuar entre sí. No niego que la hipergestualidad y los tics del protagonista lleguen a ser cansinos o que las peleas entre Bertram y Dinesh no sean algo trilladas pero tenemos a Jared y Erlich para equilibrar el lote. El primero es todo candor, dulzura y eficiencia, será por ello que es tratado como un cero a la izquierda, como un accesorio prescindible. Claro que sin él, Pied Piper nunca hubiese llegado a convertirse en una realidad. Son sus esfuerzos y sus sacrificios los que permiten que el proyecto funcione. Jared ha tenido momentos realmente geniales esta temporada como cuando acaba en un contenedor de carga por culpa de un coche inteligente o cuando decide que Pied Piper debe pivotar hacia otra cosa. Erlich es el típico personaje totalmente impredecible, aunque siempre sabes que va a hacer algo inapropiado o alocado nunca sabes hasta donde está dispuesto a llegar. Sus grandes aportaciones a la primera tanda de capítulos incluyen un viaje con setas alucinógenas, amenazas a un menor o racismo. Además, debajo de esos rizos, esa barba y esa panza cervecera se encuentra un tipo dispuesto a hacer cualquier cosa por sus amigos. Y luego está Peter Gregory, un personaje secundario tan bien definido, perfilado e interpretado que es imposible no sentir cierto desasosiego cuando aparece en escena. Gregory, multimillonario excéntrico y gurú tecnológico, apoya a Richard en su aventura empresarial. Lo vemos pocas veces pero cada segundo en pantalla es único. En su primera aparición despotrica contra las universidades en una charla TED, también da un incómodo discurso vestido de romano en una fiesta organizada por él pero lo mejor es su momento Burger King (tenéis que ver la serie). Por desgracia, el actor Christopher Evan Welch falleció tras rodar cinco capítulos pero su personaje es tan fundamental para la misma que los guionistas seguirán haciendo referencias a Gregory aunque no volvamos a verle aparecer.Humor tecnológico que en nada se parece a The Big Bang Theory, situaciones humillantes, escenas que provocan vergüenza ajena, excentricidades millonarias, amistad, droga, vómito, alguna que otra fiesta y ordenadores. Silicon Valley parecía una serie demasiado nicho para mi gusto pero me ha sorprendido su capacidad de conectar emocionalmente con el espectador y de situar a sus personajes en un punto intermedio entre la parodia y el realismo. De cara a la segunda temporada las bases están asentadas (los dos últimos minutos de Optimal Tip-to-Tip Efficiency se encargan de hacerlo) y esperamos que la serie mantenga el nivel mostrado durante estos ocho capítulos que me he ventilado en dos días.