
"La madre de Isaac llevaba muerta cinco años, pero no había dejado de pensar en ella. Vivía solo en la casa con el viejo, tenía veinte años, era pequeño para su edad, se le podía confundir fácilmente con un niño. Era última hora de la mañana y cruzaba deprisa el bosque en dirección a la ciudad; una figura pequeña y delgada con mochila, procurando que nadie lo viera. Había cogido cuatro mil dólares de la mesa del viejo; "Robado" se corrigió. La fuga del manicomio. Si alguien te ve esto va a ir en plan: "Silas, suelta a los perros.""
Así comienza la última novela de Meyer, con una referencia al Julio César de Shakespeare. Y esta última novela en nuestro país, primera en realidad, es la que hoy traigo a mi estantería virtual, se trata de El valle del óxido.
Conocemos a Isaac, un chico brillante que no pudo salir de su casa para estudiar por cuidar a su padre, y a Billy, quien con una beca deportiva también pudo salir de su hogar, pero tampoco lo hizo. Son dos jóvenes que no parecen tener nada más en común, hasta que el destino les une el día que deciden dejar su hogar, y les coloca en una situación que acaba con una muerte violenta cambiando sus planes.
Sería muy fácil hablar de la Gran Novela Americana, de Steinbeck, De ratones y hombres y citar las frases cortas de McCarthy, pero son comparaciones demasiado manidas en la literatura. Meyer nos coloca en un pueblo de Pennsylvania, y con su frase el valle del óxido describe a simple vista el eco de un tiempo pasado que ha dejado ese color a lo largo de su paisaje. Viejas fábricas abandonadas, prisión, almacenes, maquinaria con herrumbre, ferrocarriles... eso es este valle. Y así son sus habitantes, que parecen condenados a no brillar, y si lo hacen, como la hermana de Isaac que consigue ir a Yale, condena con eso al hermano a quedarse cuidando del padre. Ese es el mundo que nos presenta Meyer, un mundo ya conocido al que tampoco aporta nada nuevo, sin necesitar hacerlo. De hecho, quizás el mejor recurso de toda la novela sea precisamente ese, su esfuerzo por mantenerse dentro de los cauces normales, evitando las extravagancias tanto como los clichés rurales americanos.
Meyer divide el libro en seis partes, y va cambiando de personaje en los capítulos de tal forma que conocemos el entorno de nuestros protagonistas. Grace, por ejemplo, la madre de Billy, que es junto al sheriff Harris uno de los mejores personajes. Y es que ahí es donde Meyer me ha sorprendido, justo en este par y en su capacidad tanto para dibujar un personaje femenino, como para dejar al descubierto los conflictos internos de ese sheriff con dobles lealtades internas.
Meyer utiliza frases cortas, breves, que agilizan la acción y se convierten en mínimas cuando se trata de personajes masculinos. Y aún así, aunque sea común a cualquiera de ellos, establece sutiles diferencias cuando se pone en boca de cada uno. Pronto diferenciamos a Isaac, más culto, de Grace y sus preocupaciones, de Billy, leal... dando su rasgo particular a cada uno de ellos. Además al ofrecernos las visiones sesgadas de cada uno de los personajes, lo que consigue es otorgar una perspectiva común de quienes viven en un mismo lugar. Los protagonistas, por ejemplo, dispares pero unidos por sus deseos, las mujeres que toman diferentes decisiones y sus caminos... dando como resultado ese retrato común de decadencia y malas decisiones.
Me ha gustado El valle del óxido, con mis peros, ya me ha sucedido antes con este escritor. Me ha parecido menos pretenciosa que El hijo, escrita con menos ambición, y por lo tanto más entretenida. Si uno no se para en los detalles, es una buena novela.
Y vosotros, ¿os gustan las novelas desde varias perspectivas o preferís algo más lineal?
Gracias.
