El valle inquietante es una interesantísima hipótesis en el campo de la robótica y la animación en 3D o CGI, que afirma que cuando las réplicas antropomórficas miran y actúan casi como un ser humano real, causan una respuesta de rechazo entre los observadores humanos (wikipedia). Y ese casi es la palabra clave, pues son esas pequeñas diferencias con los seres humanos los que causan esa sensación de extrañeza, debida según una posible explicación a este fenómeno, a que nuestro cerebro se pone instintivamente en alerta cuando detecta posibles amenazas (esa sensación de: “algo va mal, pero no sé de qué se trata“).
Pues una sensación similar es la que yo siento cada vez que escucho hablar a un político. Ya no sé si nos mienten, si son muy listos o muy tontos; pero sea como sea me causan un rechazo instintivo cada vez que los veo en televisión intentando explicar sus comportamientos y sus decisiones. Los políticos se han convertido en especialistas en hablar sin decir nada, en no dar respuestas concretas, en no admitir ningún error y -mucho menos- aceptar sus responsabilidades. No es de extrañar que el descrédito de la clase política y la corrupción se hayan convertido en uno de los principales motivos de preocupación por parte de los ciudadanos en España. Los políticos cada vez parecen menos humanos, al contrario que los robots y los personajes generados por computador, que cada vez parecen más humanos.
Escojan ustedes quien les causa más rechazo…
Una posible explicación a este rechazo a los políticos puede ser la que apunta este recomendable artículo de la web miradas de cine; el cual habla de los cambios que ha experimentado la política en la segunda mitad del Siglo XX ilustrándolo mediante algunas de las películas y obras audiovisuales de estos últimos años que mejor retratan ese cambio. El artículo comienza así:
“Una idea a la que con frecuencia alude el documentalista británico Adam Curtis es la de que la década de los setenta marcó el fin de la política como posibilitadora de visiones de un futuro mejor para la sociedad. Desengañados y cínicos, contagiados por la paranoia de sus propios líderes, los ciudadanos de Occidente dejaron por entonces de confiar en los proyectos y planes que se les proponían. A resultas de este viraje, afirma Curtis, los políticos de todo signo pensaron que era mejor idea dar a la gente lo que quería, fuera lo que fuera. Las técnicas de mercadotecnia se convirtieron así en herramientas políticas que investigaban los gustos y aspiraciones de los contribuyentes, las clases medias, las mayorías silenciosas y otras entelequias inventadas y manejadas por el lenguaje electoral. Términos como “gestión de la percepción” mostraban ese nuevo ideario basado en el reconocimiento de que a la masa no se la puede contradecir u contener sino tan solo, y en todo caso, conducir de forma subrepticia.”
La política se ha convertido, por obra y gracia de los poderes económicos, en un mercado más. El citado artículo termina con “[…] la confirmación de que lejos de ser algo real, (la política) es una mera farsa, un cambalache de favores, un charco de lodo, en el que es imposible que las buenas intenciones triunfen, porque solo puede medrarse a base de zalamerías y mentiras, es decir, de ficciones. Esa es la política de siempre, la de Maquiavelo y El príncipe, la que está condenada a morir y a pasar a la irrelevancia, para ser sustituida por un capitalismo a lo asiático o, mucho mejor aún, por lo que nosotros decidamos hacer con ella“.
La política juega en la misma liga que El Corte Inglés. Inquietante…