Revista Infancia

El valor de la infancia en la Sociedad del Conocimiento

Por Jmburson @jmburson
El valor de la infancia en la Sociedad del Conocimiento
El valor de la infancia en las nuevas Sociedades del Conocimiento
José María Sánchez Bursón
Vivimos tiempos apasionantes. El mundo asiste a un proceso de profunda transformación sobre la presencia del hombre en el planeta y en la forma de relacionarnos las personas en la comunidad humana. El desarrollo tecnológico ha sacudido la vida de los hombres en la emergencia del Siglo XXI y, en este contexto, de intensa transformación social partimos de la convicción del papel central que los niños y niñas van a representar en las nuevas Sociedades del Conocimiento. Se atisba que en el futuro se alterará la tradicional postración que ha venido históricamente soportando la población infantil en nuestra sociedad y progresará hacia un nuevo posicionamiento de la infancia como fuente de valor en el modelo social emergente.
La intensa disposición de la infancia hacia la creatividad y la innovación es una razón poderosa que abunda en el protagonismo futuro de las poblaciones infantiles. Los pensamientos de los  son más libres, audaces, optimistas e incorporan visiones imaginativas ajenas al mundo de los adultos, y es lógico, que sean cotizadas en los nuevos procesos participativos y productivos. También, la innata actitud a la apropiación de las nuevas tecnologías facilita la integración del mundo de la infancia en las nuevas sociedades del conocimiento. Esta capacidad para apropiarse de la multitud de tecnologías que emergerán en las sociedades futuras representa una ventaja competitiva de primer orden, en relación al resto de la población humana adulta que tendrá que superar una permanente alfabetización tecnológica. Entre éstos y otros condicionamientos, determinan las influencias que el nuevo modelo societario marcará sobre la situación de la infancia en los tiempos venideros.
Se nos impone innovar para seguir creciendo ante un desarrollo, que se aprecia ya insostenible, y sujeto a una competencia ahora global y por tanto masiva y crítica. Los cambios nos afectan a todos y han generado una profunda brecha intergeneracional, entre las poblaciones nacidas en los tiempos de cambios y las poblaciones que lo soportan de forma sobrevenida. Hoy día, más que nunca la coexistencia generacional genera una brecha profunda. Nunca en nuestra historia se ha generado un desequilibrio tan profundo entre lo que viven y perciben las nuevas generaciones y el conocimiento y la experiencias de las generaciones maduras. Y además, sin reservas, en los nuevos contextos las nuevas generaciones disfrutan de considerables ventajas sociales respectos a sus padres y abuelos, y esta circunstancia va a condicionar las relaciones intergeneracionales de cara al futuro, y generará una brecha biológica que resituará el tradicional predominio de los adultos.
La quiebra biológica arrastra a la fractura tecnológica, cultural y educativa y acaba provocando un verdadero acantilado generacional.  Así es, la actual época hipertecnológica ocasiona una brecha intergeneracional que se advierte más aguda si la comparamos con las tradicionales diferencias generacionales de la etapa de la industrialización. Cambian las formas, los procedimientos y los contenidos de la transmisión de los conocimientos y los patrones de vida. La ancestral línea vertical de transferencia se acomoda hacia la lateralidad con el predominio de las relaciones horizontales que se conforman en un nuevo escenario social global regido por el afán de la comunicación e información de las nuevas generaciones, que se despegan de sus referentes familiares para aventurar nuevas rutas del devenir humano.
Por otra parte, en un entorno global de elevada competitividad e innovación, las sociedades con la población más joven tendrán un futuro más prometedor. La adaptación va a depender en gran medida del volumen de población infantil y juvenil de los territorios. El nuevo mundo exige un ritmo de innovación intensa en tiempo y forma y demanda la implicación de las poblaciones más jóvenes y más preparadas para asumir y liderar los cambios. Son las sociedades más jóvenes, es decir aquéllas que disponen de más niños y jóvenes, las que están dando el salto económico y tecnológico, y además a su manera, y de una forma más innovadora y disruptiva. La estructura de la pirámide poblacional de los estados determinará su potencial para desarrollar una economía innovadora y creativa. No cabe duda que las poblaciones más longeva sufrirán más dificultades para adaptarse a la continua emergencia tecnológica y para producir y competir en un mercado global basado en la innovación permanente y radical. Y por el contrario las poblaciones más jóvenes mostrarán más capacidad de elasticidad social para acoger las exigentes pautas de la innovación disruptiva. En las próximas décadas se pronostican significativas transformaciones en el mapa del poder político del mundo, más que un desplazamiento del poder de los países occidentales hacia los países emergentes, se espera la definición de un nuevo mapa de poder distribuido.
Por todo ello, se impone una nueva ética centrada en las nuevas generaciones, que extienda su responsabilidad más allá del presente inmediato. Cada vez más, nuestro actuar económico y tecnológico compromete el futuro venidero, y en concreto de forma severa la vida de los niños del futuro más próximo. La responsabilidad con el futuro exige una necesaria toma de conciencia individual y colectiva respecto de la capacidad y la sensibilidad de prever efectos y riesgos sobre el inadecuado uso de las aplicaciones de ciencia y tecnología sobre la vida y la naturaleza. Nunca, como hoy, el desarrollo social y la propia naturaleza en la que vivimos, han quedado tan comprometido con la acción presente, se impone así una nueva ética de la responsabilidad con el futuro de las generaciones próximas. Y de ahí la importancia de que los niños sean tenidos en cuenta en la definición de las políticas públicas que se proyectan en el futuro y que puedan participar en la aplicación de las mismas, ya que los niños aportan la visión de futuro, integradora y el compromiso con la acción de futuro. En realidad son los únicos y legítimos continuadores del proyecto humano común.

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