El mal gobierno de Zapatero, la corrupción generalizada y la dureza de la crisis, pésimamente gestionada por los políticos, están logrando que España se llene de disidentes e insurgentes, gente que se opone al gobierno y a la falsa democracia y que ha pasado a la acción, por ahora protestando, desprestigiando a la "casta" política, culpable de nuestros dramas, y difundiendo la idea de la necesaria regeneración de una patria que, desde el poder, ha sido transformada en cochinera.
La insurgencia ha sido uno de los grandes motores de la Historia. Gracias a la Insurgencia, España se libró del dominio musulmán y surgió como nación. La insurgencia hizo posible el alzamiento del 2 de mayo y la expulsión de los invasores franceses de Napoleón. Hoy, en la España de 2011, torturada por su gobierno y por la corrupción de su sistema político, la insurgencia se manifiesta en un gran deseo de reformas profundas que refunden la democracia sobre bases más reales y sólidas que las establecidas por la Transición y la Constitución de 1978, portadora de dos errores dramáticos que nos han llevado hasta la ruina: el insostenible y monstruoso Estado de las Autonomías y la Partitocracia, que ha suplantado a la democracia y que nos ha traido la actual deleznable dictadura de los partidos políticos.
Detrás de Pelayo y de toda la Reconquista está la insurgencia frente al poder inicuo, como lo ha estado siempre en el mundo cuando había que hacer frente al mal, ya sea luchando contra la barbarie nazi o contra los abusos del comunismo, el colonialismo, el imperialismo y el absolutismo de los monarcas. A los insurgentes debemos casi todos nuestros derechos conquistados, la mayoría de los cuales nunca habrían sido concedidos por los poderosos si no los hubiera ganado el pueblo con su esfuerzo insurgente y, muchas veces, con su propia sangre.
El sistema, para autodefenderse, siempre ha pretendido aislar, marginar y desprestigiar a los insurgentes, pero la Historia termina siempre por convertirlos en héroes. En la España de Zapatero, los insurgentes son acosados y llamados "fachas" o "antisistemas", pero su lucha contra la corrupción, el abuso de poder y el mal gobierno encierra casi toda la dignidad y la decencia que queda en este país.
La parte más sana y decente de las sociedades sometidas y degradadas suele alinearse con los insurgentes y los apoya, muchas veces desde la trastienda, porque el miedo al poder siempre es imponente. En la España de Zapatero, la insurgencia se enfrenta a graves problemas, sobre todo porque los grandes poderes han conseguido someter, aborregar y hasta envilecer a una parte importante de la dociedad, poblándola de fanáticos e ignorantes, y ha logrado también comprar la voluntad de muchos líderes de opinión, sobre todo intelectuales y periodistas, entregados ahora, en cuerpo y alma, a defender, no la verdad ni las causas de la regeneración y de los valores, sino el poder de sus amos.
Pero, a pesar de las dificultades, la insurgencia está ya aislando a los políticos españoles, les ha arrebatado el prestigio y los ha convertido en los profesionales más odiados y rechazados, junto con los periodistas, sus principales cómplices. Las encuestas ya señalan a los políticos en España como el tercer gran problema de la nación, por delante de dramas como el terrorismo y la escasez de viviendas. Algunos insurgentes y disidentes se atreven a afirmar ya que su peor enemigo no es el terrorismo, sino el mal gobierno, el que genera el desempleo, la pobreza, la desigualdad y la asquerosa corrupción que, impulsada desde la "casta" política, está infectando cada día más a la sociedad española.
Revista Opinión
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