Revista Cultura y Ocio
Georges Clemenceau decía que "todo lo grande no es siempre bueno, pero todas las cosas buenas son grandes". Tal vez no conocía aquello de "caballo grande, ande o no ande". Sin duda su talento como político nos dejó muchas frases (del entresijo político mayormente, causa que me las tome a risa más que en serio), pero me quedo con ésta (que tiene muchas probabilidades de no ser siquiera de él). Al contrario de lo que pensaba Clemenceau, todo lo grande deslumbra quiera uno o no lo quiera. Así pues, ya de por sí tiene un valor añadido, el de llamar la atención de terceros. Y eso en ciertos círculos es bueno; pero en otros no. Eso nos lleva apensar que el valor de lo grande y lo pequeño es tan relativo que sólo atañe al propio valor que le concedemos. Había una historia por ahír que leí en no sé donde de un aventurero buscador de perlas que tuvo "la mala" suerte de encontrarlas tan negras como la pez, lo que en aquel entonces no valía ni un pimiento -como se diría-. Muchos se rieron de él y sus perlas. Pero intuyendo ya que el Universo se mueve por conceptos llenos de relatividad, expuso sus desconocidas perlas negras en el mismísimo Tiffany's de New York que ya despuntaba por aquél entonces como la más prestigiosa tienda de joyería de todo los EE.UU. No contento con eso, le dió el toque maestro: le puso un elevado precio. Ya imaginan el final: "se las quitaron de la manos". O mejor dicho, del escaparate. Y se le agotó la existencia de perlas negras. Y se hizo millonario con un producto que no valía en teoría nada de nada. Qué bonita historia ¿verdad? Que voy a decir. Hay cientos de ejemplos como éste. Y uno no debería descuidarse en creer en el valor de las cosas por el tamaño que tienen, sino por la expectativa del valor que pueden llegar a alcanzar dentro de la mente y el corazón humano.