En el año 2010, el viejo televisor de mi cuarto no prendió más. Llamamos a un técnico que dijo que el arreglo costaría mucho dinero!! En vista a que era un televisor de los viejos y ya para la época considerado feo por su trasero voluminoso, su pantalla en forma de barriguita nada plana y su peso excesivo, decidimos que no valía la pena arreglarlo sino poner ese dinero a uno nuevo y moderno. El técnico accedió a llevárselo, y en su intento tuvo que llamar a dos ayudantes. Tambaleándose por la escalera, rayando mis paredes, desapareció mi voluminoso televisor. A los pocos días volvimos de Best Buy con su flamante y estilizado reemplazo, uno delgadito y digitalizado, con capacidad para todas las conexiones actuales de sistemas de audio, video y otros. Contaba con todos los periquitos y botoncitos pertinentes, con una dimensión aumentada pero no en el grosor. Lo subimos debajo del brazo como quien carga un sobre y lo colocamos con la facilidad de colgar un cuadrito. También tuvimos que deshacernos del mueble donde reposaba el antiguo y con él, lo que guardabamos en sus gavetas, pues no habría lugar para nada más. Antes me gustaba llegar a mi cuarto y encender mi televisor apretando un botoncito de on/off. Ahora sin el control o mando a distancia no puedo encenderlo. El moderno control de mandos se parece más al de un avión; hay que hacer un curso para entenderlo. Es laberíntico y si te pierdes en él olvídate de lo que estabas viendo, pues para cuando encuentres lo que querías, tu programa ya habrá terminado. Claro que seguramente se grabó en el moderno sistema.. basta saber ¿dónde?. Yo quería solo subir el volumen y me encontré con opciones que abrían opciones y estas otras a su vez. Lanzándome a unos menús donde no estaba la sencilla tarea que yo quería. Extraño a mi simple televisor feo…
En el presente año 2022, mi nuevo, ahora viejo televisor ya no prende. Ya aquí en Estados Unidos no hay técnicos que vengan a las casas. Los televisores vienen con vida útil y el mío parece que ha cumplido la suya. Recuerdo que en casa de mi abuela había un televisor que le había regalado mi padre cuando cortejaba a mi madre para ganar puntos y todavía prendía. Me dicen que este ya está pasado de moda. Vienen aún más finos, disfrazados de pinturas de óleo, suspendidos en la pared y sin cables que parecen funcionar como por arte de magia. Cuentan con la tecnología OLED que brinda imágenes más brillantes y coloridas. Nada de eso me importa. Estaba acostumbrada a mi antiguo televisor ya pagado y ubicado en su lugar, viejo y confiable.
Esto me hace recordar entre sonrisas, que estando mis primos de visita en nuestra casa en Virginia, estábamos doblando la ropa de la secadora y de repente aparecen unas medias muy viejas, a punto de romperse, las hebras de la tela muy gastadas, las ligas estiradas, el color blanco ya tornándose gris. Iba yo a tirarlas a la basura cuando entre risas mi prima me ataja, -Nooo son las medias de Ricardo! -Me extraño pues Ricardo es muy pulcro para vestir… esas medias feas no iban con él.. —¡No puede dormir sin ellas! Las tiene desde hace años.. son las más suaves y cómodas para él —dijo mi prima divertida. Pensando en eso me doy cuenta que mi hijo también tiene una franela con características parecidas a la que se rehúsa botar y siempre la escoge cuando llega a casa aun compitiendo con franelas hermosas de diseños actuales.
Mi cuñado tiene un cepillo para el cabello que está muy feo. Ha perdido algunas hebras, su mango está descolorido y el plástico gastado. Lo guarda en una gaveta en el baño. Todo el mundo se lo critica y se ríe de él, pero cuando va a buscarlo en las mañanas se arma la grande pues todo el mundo se lo lleva y lo usa y no lo regresan a su sitio. El cepillo es muy popular y confiable. Nos acostumbramos a lo que es familiar, conocido, confiable, muchas veces con memoria generacional e impregnados de memorias.
Después de todo, lo feo, lo muy usado y lo viejo tiene mucho valor aunque no queramos admitirlo.
Pero con la tendencia a la minimización, reemplazo de lo viejo y cuarteado y tecnología siempre cambiante, mi televisor super moderno pronto estará obsoleto.
Todo esto me lleva a adaptar un dicho: “la suerte de lo feo, lo bonito la desea”.
¿Y cuando somos nosotros los que somos feos, o viejos? ¿Cuándo tenemos la barriguita y el peso de ese antiguo televisor? ¿Cuando la tecnología nos deja atrás dudando cómo accionar un aparato de nueva y apabullante tecnología? ¿Qué pasa cuando nuestra imagen no va a la par con los cánones que dicta el cine o la publicidad? ¿dejan de querernos? ¿dejamos de querernos?
¿Y cuándo duramos lo suficiente para experimentar la vejez? Me hace recordar la descripción de la mano de una reina muy mayor en “Orlando” de Virginia Woolf:
“Una mano, que no tenía más que elevarse para que una cabeza cayera; una mano, adivinó, articulada a un cuerpo viejo que olía como un armario donde se guardan pieles en alcanfor; cuerpo aún recamado de joyas y brocados, y que se mantenía bien erguido aunque con dolores de ciática; y que no flaqueaba aunque lo ceñian mil temores”…
Les comparto un poema de mi autoría donde les muestro una mirada a la vejez con un epígrafe de la poeta Socorro Mármol.
“La juventud es como un hermoso cuadro para mirarlo. Pero vivirlo, prefiero el paisaje de ahí afuera, que se cae de viejo”.
Socorro Mármol Bris
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Me gusta tu piel curtida con cicatrices, más que esa tersa y nueva que aún no cuenta nada.
Me gusta tu cabello sin identidad que dejó el color en las batallas del tiempo.
Me gusta que camines lento y no que corras para llegar sin ver nada.
Me gusta que tus besos sepan a vino de barrica y no a uva recién fermentada.
Me gusta que tu biblioteca tenga muchos libros y que los hayas leído todos.
Me gusta que tu hoguera tenga muchos leños y tus manos estén tibias.
Me gusta que tus ojos necesitan aumento pues verás todo engrandecido.
Me gusta que llegaste arriba a la montaña pues ya has visto el paisaje y conoces el camino.
Me gusta que has vivido porque podremos revivirlo.
Nery Santos