La revista The Economist nos sorprendía el mes pasado con la imagen en portada de una mujer que exclamaba “We did it!” (Lo hemos hecho!). El subtitular era más explícito: "Lo que sucede cuando las mujeres son la mitad de la fuerza de trabajo".
De acuerdo con la publicación económica, en pocos meses en los paises occidentales las mujeres llegarán a ser la mitad de las personas trabajadoras. Se trata, sin duda, de una de las mayores revoluciones de nuestra historia, una revolución silenciosa, eso sí, y extremadamente pacífica. Esta es una cara de la moneda: el gran paso que supone para nuestro mundo que las mujeres puedan optar a un trabajo y tener independencia económica. La otra cara nos la proporciona el último estudio del Centro de Estudios y Opinión en relación a las diferencias entre hombres y mujeres presentado por la presidenta del Instituto Catalán de las Mujeres, Marta Selva, destacando la exigencia de reconocimiento e igualdad que todavía las mujeres (y muchos hombres) hacen a sus gobiernos y a la sociedad en general.
En torno a un 60% de la población catalana opina que las diferencias en el trabajo, en el ámbito social y en el hogar son todavía grandes. Se manifiestan, por tanto, las dos caras de una misma moneda: las deficiencias que aún arrastra nuestra sociedad para conseguir el pleno reconocimiento de las mujeres y, al mismo tiempo, los grandes avances que en este sentido se han producido.
Podemos sentir orgullo como país del resultado del esfuerzo colectivo en dotar de derechos a quienes, por historia o tradición, no los disfrutaban en su totalidad. El excelente nivel educativo de las niñas y jóvenes, su clara apuesta de futuro por la formación en todos los estadios, la presencia de mujeres en la política y en la empresa, las aportaciones de las científicas y las tecnólogas a la nueva sociedad del conocimiento, la interesante vida literaria y artística femenina cada vez más visible: todo ello configura una sociedad diferente, más plural, más rica y con más posibilidades de éxito.
A pesar de tales incuestionables avances, existen todavía resistencias a las políticas de igualdad. Algunas provienen de los sectores que no desean esa revolución silenciosa que representa la presencia de las mujeres en todos los ámbitos sociales. El miedo a la pérdida de poder y al obligado seísmo que se produce en el estatus quo conduce a algunos a intentar frenarlas o desprestigiarlas.
En otros casos, el temor es más ambiguo, y puede prevenir de las mismas mujeres ante una posible pérdida de identidad. Sin embargo, la igualdad no persigue en absoluto la homogeneidad entre los seres humanos ni una identificación entre hombres y mujeres. No se trata de que las mujeres “sean como los hombres”, seres miméticos de un supuesto modelo masculino. Por el contrario, las políticas de igualdad defienden que debería existir una equiparación entre todas las personas, independientemente de su sexo y de sus características personales. Otorgan libertad a la expresión de la propia personalidad, ya que existe gran diversidad entre los hombres, al igual, por más que la tradición lo haya negado, que entre las mujeres. Por ello, las políticas de acción positiva significan siempre, y así hemos podido comprobarlo en las últimas décadas, un paso adelante en el grado de autonomía de las mujeres, en su capacidad de decidir su trayectoria vital, en definitiva, en su libertad personal. Es posible que algunas personas sientan temor ante un futuro que se aleja de los parámetros y estereotipos conocidos pues, como decía la ilustre filósofa María Zambrano “sólo la libertad, cuando se acerca, hace visible la esclavitud” pero años de progreso democrático nos han mostrado que vale más arriesgar para ser libres que retroceder por miedo a lo desconocido.
Estudios rigurosos no dejan lugar a dudas respecto a que los equipos mixtos son los que mejor funcionan en las escuelas, en los centros de investigación, en los partidos políticos y en las empresas. Datos objetivos nos muestran cada día mejoras económicas y sociales en aquellas empresas que practican la igualdad de oportunidades y facilitan a mujeres y hombres la compatibilidad entre la vida personal y la laboral. Reducen el absentismo hasta un 30%, disminuyen los riesgos psicosociales, incrementan hasta un 20% su productividad y, además aumentan enormemente la satisfacción de las personas trabajadoras. Por eso, desde el Govern de la Generalitat apostamos por las políticas de igualdad y el valor que suponen en su doble acepción: porque son profundamente valientes e intrínsecamente valiosas.
Por Sara Berbel
Directora General d’Igualtat d’Oportunitats en el Treball (Departament de Treball)
Fuente: Mujeres en Red/El Punt
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