En esta sociedad mercantilizada, a veces nos preocupamos excesivamente de lo que no es importante y acabamos por no saber qué es lo que queremos. Hoy en día, nos preocupamos más del precio de las cosas que del valor de las cosas y, de esta manera, al final todas las discusiones acaban por centrarse en los aspectos económicos y nos olvidamos del "valor" –no necesariamente económico- de lo que queremos. Pero quizás deberíamos valorar las cosas –¿Lo necesito? ¿Me hará más feliz? ¿Mejorará o empeorará mi vida?- y después, sólo después, ver cuál es su precio y si estamos dispuestos a asumirlo. Por eso, ésta es la discusión que os propongo hoy: valoremos "lo público" –o si queréis, "la cosa pública"- y después, sólo después, veamos hasta dónde estamos dispuestos a asumirlo económicamente.
"Lo público" se ha opuesto tradicionalmente a "lo privado" y de aquí han surgido algunas confusiones. Cuando hablamos de "lo privado" entendemos que hablamos de lo propio, de lo mío, y esta identificación se ha hecho tan fuerte que ha llegado un momento en que "lo público" se ha acercado demasiado al significado de "lo impropio", de "lo ajeno". Craso error. "Lo público", por definición, es lo de todos y, por lo tanto, también mío. Son míos los policías, los profesores, los médicos, los bomberos o los jueces que pagamos todos. Son míos todos los servicios que hemos ido ganando a lo largo de la historia. Porque, no nos olvidemos, a medida que históricamente hemos ido ganando terreno en "lo público", también hemos ido ganando en libertad y en dignidad. Al poder económico –llámense bancos, llámense grandes fortunas o burgueses o como quieran llamarlo- no les interesa "lo público" porque no lo necesitan: ya poseen la libertad y la dignidad que pueden comprar fácilmente con su dinero.
Al desviar la discusión hacia el precio que tenemos que pagar por "lo público", nos olvidamos de su valor real. Valorémoslo: cuando escatimamos el dinero a la educación, ¿no nos empujamos hacia una sociedad de ignorantes que no nos hará más felices a ninguno? Cuando no tenemos jueces o policías suficientes, ¿la sociedad no acabará por convertirse en el feudo de las mafias y de los ladrones –de navaja o de corbata-? Si dejamos de pagar a los médicos, ¿las personas no morirán con más facilidad y sufriendo más durante más tiempo? No creo que los términos de la discusión sean otros, es una ecuación así de clara.
Planteado de esta manera, después nos podemos preguntar por el precio de "lo público" y seguro que estaremos dispuestos a asumir su coste. Pero no nos dejemos engañar: la derecha, los liberales y las clases poderosas intentarán devolvernos a la discusión de la deuda soberana y de la financiación. Una discusión absurda: el dinero existe, pero acumulándose en los bolsillos de los que no necesitan de "lo público" –especuladores y grandes fondos de inversión-. Aunque se equivocan y debemos decirlo bien alto. ¿Es que cuando ayudamos a las personas dependientes no nos beneficiamos todos? Por supuesto: ellos ganan la dignidad que merecen y, cuando uno de nosotros vive su vida más dignamente, todos nos convertimos en seres más dignos. ¿Es que cuando alguien se salva de la ignorancia y le damos los recursos para que piense por sí mismo libremente, no nos beneficia? Sí, con rotundidad, porque hacemos que nuestra sociedad sea más libre y a nuestro lado tendremos a alguien que nos ayudará a progresar. ¿Y cuando conseguimos los médicos o los científicos más cualificados? Evidentemente todos nos sentiremos más seguros ante el futuro. Yo, más allá de estos términos, no estoy dispuesta a discutir con nadie porque, sencillamente, no me interesa perder el tiempo con banalidades.Actualidad política y social. Una visión crítica de la economía la actividad política y los medios de comunicación.