Revista Comunicación
HASTA EL ÚLTIMO HOMBRE
data: http://www.imdb.com/title/tt2119532
El estilo de “Hasta el último hombre”, la última pelicula de Mel Gibson, recuerda las películas de posguerra de Hollywood. Cierta pátina de patriotismo y honor, con ciudadanos normales que se convierten en héroes al ser puestos en situaciones inesperadas. Gente de fe. Fe en su Dios, fe en su Patria. Gente dispuesta a hacer lo correcto. En ese tono, los personajes no cuentan con muchas dimensiones, los soldados rebozan de testosterona y abundan los slogans.
En esas coordenadas se mueve el filme de Mel Gibson. Pero parece una decisión adrede, porque en lo que Gibson cambia es en retratar, con su habitual cámara inclemente, el infierno del campo de batalla. No ahorra crudezas, no se reserva ninguna imagen por pudor. Los cuerpos mutilados, las ratas comiéndose los cadaveres, los enemigos ardiendo vivos. Ese tono no es el de los filmes de la posguerra con el que empezamos esta crítica. Ahí hay una de las claves para acercarse a “Hasta el último hombre”. Porque ese tono idealista inicial sirve para el contraste con el horror de la guerra. Y es el contexto en el que vemos la epopeya del protagonista. La guerra de Desmond Doss no es contra los japoneses: es contra su propia naturaleza violenta. Y entonces sospechamos que el toque ingenuo de los primeros momentos del filme están puestos para realzar la prueba que pasa el protagonista.
Desmond Doss no es un invento de un guionista: fue un creyente adventista, voluntario en la Segunda Guerra Mundial, objetor de conciencia que se propuso pelear la guerra sin tocar un arma. Esa postura lo enfrenta primero al Ejército de los Estados Unidos de América que hace todo lo posible para que se rinda y deje su puesto. Allí empieza la primera lucha de Desmond Doss: no flaquear en su voluntad, no dudar de sus creencias religiosas. Ese primer paso fue lo suficientemente duro como para conformarse con esa victoria. Pero no es lo peor que deberá enfrentar Doss.
La segunda etapa es la prueba de fuego en el frente de Okinawa, en la cima de una altura a la que han subido seis veces los aliados y de donde bajaron en igual cantidad de veces, repelidos por el fuego de los japoneses. Ese lugar es el campo de prueba de Doss. Ese sitio es el infierno. Dios está ausente cuando el hombre mata al hombre. Y en ese lugar, el alma de Doss se probará. Allí, clamará al cielo, preguntando qué espera Dios de él. Y la respuesta es salvar vidas, en un sitio donde la muerte abunda.
Cuando baje de esa colina, de esa altura cortada en vertical, Doss volverá con la sabiduría del héroe que vio a la divinidad. En el horror, en lo más miserable del ser humano, Doss encontrará a Dios y exaltará la humanidad que está ausente. El protagonista se vuelve héroe y el mensaje de Dios, el de no matar, brilla en su jornada. Doss se prueba y prueba a otros sus creencias. Ha tenido el valor de arriesgarse por sus creencias aunque eso implique alejarse de la engañosa seguridad de un fusil.
Andrew Garfield le da esa cara de sorpresa provinciana al héroe Desmond Doss. Teresa Palmer ese rostro de la novia que todos queremos tener. Hugo Weaving la máscara torturada del hombre que no puede olvidar el pasado. La escena de Weaving con el uniforme anticuado de la Primera Guerra define al personaje. Breve momento, pero clave. Porque él se redime (conjura sus fantasmas) cuando interviene para que su hijo cumpla con su destino. Poética decisión: ser decisivo para mandar a tu hijo a un lugar al que te opones que vaya.
Escarbando sobre la trama de “Hasta el último hombre”, vale una reflexión: Doss estuvo dos veces en su vida a punto de matar a alguien. En un caso a su hermano (recuerdo de Abel y Caín): ahí comprendió que podía matar; en el otro a su padre: ahí comprendió que se puede matar a alguien sin herirlo, cuando se lo mata en el corazón. La epopeya de Doss en el campo de batalla no es contra los japoneses: es una lucha por su propia alma, un combate interior. Enfrentarse al asesino que llevamos dentro y conjurarlo (como lo hizo su padre con sus fantasmas de la Primera Guerra). Creer verdaderamente en la palabra de Dios, a través de los actos, más allá del texto. Cuando Doss asiste a un japonés en el interior de una cueva, redime las nieblas de su alma. Ese ingenuo mundo de la iglesia una tarde de sol mostró su fortaleza en los campos donde juega el Demonio.
Otra obra decisiva en la filmografía de Mel Gibson, tal vez uno de los directores más incomprendidos del cine actual. Su mano es inconfundible; con sus trazos gruesos, es un creador que dice mucho más en sus obras que otros mimados por la crítica. “Hasta el último hombre” tiene suficientes méritos para no pasar desapercibida.
Mañana, las mejores frases.