La marca desarrolla todo su valor cuando logra poseer una nota, clara, única y exclusiva que la asocia con los elementos propios de su producto. Cuando construye una identidad propia con la que el usuario puede relacionarse desarrollando los procesos de identificación empáticos que abren la puerta a la emocionalidad y cuando logra desarrollar propuestas concretas de relación con el entorno que desembocan en propuestas de carácter social donde, la marca, vuelca su personalidad.
El primer encuentro con el cliente se produce por asociación perceptiva del su producto. El cliente compara y asocia el producto con otros de similares características en el mercado. Ser igual que todos, no convierte a una empresa más que en una nueva posibilidad que tendrá que superar obstáculos de lealtades anteriores. Definir una diferenciación de estrecho margen con el competidor, significa, que la competencia, puede superar esa diferencia en un corto espacio de tiempo, volviendo a dejar a la empresa en desventaja en el mercado. Basar expectativas de expansión en estos valores funcionales no soportan los vaivenes que provoca la batalla, que aún se circunscribe a la lucha por un mejor posicionamiento solo en los espacios comerciales.
¡Vendo zanahorias! grita el conejo en medio del mercado.
Nadie lo oyó. Había ya muchos conejos vendiendo zanahorias en el mercado.
El segundo encuentro, sucederá en el momento en que la empresa inicie su proceso particular para identificar la personalidad que acompaña a ese valor funcional y que comenzará a construir, de forma más real, esa diferencia que tanto se desea, tanto dentro como fuera de los límites de la empresa. Una detección de los elementos ideológicos, emocionales y de manifestación práctica de la elaboración de los valores funcionales específicos del proyecto y una construcción sólida de esa personalidad en discursos y fórmulas correctas de comunicación y relación de todos estos elementos, inician la transformación de una empresa a marca, adquiriendo, revalorización económica que compensa sus esfuerzos, a la vez, que posiciona mejor, en un mercado saturado de productos similares.
El tercer encuentro, se reserva para la interacción y la colaboración mutua. Deviene de una clara conciencia de que soy marca y estoy construido en diferentes dimensiones que superan la inicial propuesta del grito, la linealidad de discursos y logotipo que no traspasan las superficies planas de comunicación. El espacio donde la interacción y el diálogo enriquecedores aparecen soportan ámbitos de relación habituales y rutinarios para traspasar la barrera a acciones puntuales donde la promesa corporativa es confeccionada, no por hipótesis unilaterales de la, ahora ya, marca, sino que se elabora de forma conjunta después de efectuar una observación concienzuda del desarrollo y movimiento del diálogo en experiencias compartidas donde el proveedor de experiencias cumpla su promesa de generar espacios de interrelación óptimos para que las acciones efímeras que buscan la relación provoquen resultados de adecuada vivencia.
La forma en que los tres encuentros consiguen desarrollarse de forma positiva y adecuada amplificará la voz de la marca, generando un desbordante boca a oreja. Encontrará puntos significativos de reflexión que posibiliten la toma de decisiones, acrecentando las probabilidades de éxito en productividad, distribución y ventas. Marcarán caminos claros de colaboración y expansión. Y sostendrán la viabilidad de unas promesas corporativas adaptadas a la realidad concreta que circunda a la marca que proveerán de una satisfacción de relación más genuina a la marca.
Elegir un modelo de relación con el usuario y tomar la decisión de profundizar esa relación compartiendo experiencias vinculantes ofrece un plus de solidez que posibilitara a la marca a emprender viajes de expansión sostenibles.