Las Notas de invierno son con frecuencia exageradas, pero que injustas e incluso frívolas. Con su habitual espontaneidad, tan cómica como cruel, Dostoievski admite que sus observaciones son a veces agrias y cínicas, y si algo le caracteriza es que no oculta sus prejuicios. Para él, la revelación de las ideas preconcebidas es un paso hacia la verdad. Los “buenos” principios nos conducen a la tentación de mentir y ocultar los sentimientos negativos. El liberalismo, ya sea oriental u occidental, suele ser engañoso. “Presentémonos tal como somos –dice siempre Dostoievski–, en nuestra crudeza natural. Sin disfraz.”
Ése es uno de sus grandes principios, y se aferra a él con fanática coherencia. Pueden estudiarse sus ideas sobre numerosas cuestiones en ese libro voluminoso, demente, rabioso, vengativo y fulminante titulado Diario de un escritor. En esa recopilación de escritos periodísticos, manifiesta en repetidas ocasiones su creciente amargura hacia Europa. Los europeos son incapaces de comprender a Rusia, asevera. Incluso los que intentan “aprehender nuestra esencia rus” se esfuerzan en vano; “nunca llegarán a entender…”.
Pero Dostoievski se consideraba cristiano en la práctica. D.S. Mirsky, historiador de literatura, habla de “la naturaleza racional y pragmática de su cristianismo”. Una afirmación de ese tipo sobre alguien que confiesa abiertamente su odio hacia franceses, alemanes y polacos le deja a uno pensativo. El cristianismo previene de forma específica contra eso. Los no cristianos han comprendido hace mucho la dificultad –mejor dicho la imposibilidad– de cumplir ese mandamiento. Resulta casi innecesario añadir que los cristianos también lo han entendido. Si digo “casi” es porque la mezcla de nacionalismo y cristianismo no resulta fácil de entender. ¿Podía Dostoievski amar más a los rusos porque odiaba a los alemanes? ¿Sería necesario fijar un límite a la cantidad de personas que puede quererse? Los lectores modernos, conocedores de la psicología del siglo XX, no se sorprenden de que la capacidad de odiar incremente también la capacidad de amar. El duque de Saint-Simon dijo hace mucho tiempo que el amor y el odio se alimentan de un mismo nervio. Pensamiento que William Blake también expresaba con meridiana claridad, y que Dostoievski no desconocía. Pero sus opiniones no tenían un carácter racional. Como artista, era racional y además sensato.
Un detalle curioso: hacia el final de su carrera, en su correspondencia con su amigo, el infame reaccionario Pobedonostiev, Dostoievski se refirió una vez al problema que afrontaba en la composición de Los hermanos Karamázov. Acababa de terminar la parte de Los hermanos en la cual Iván declara sus dudas acerca de la existencia de Dios, ofreciendo devolver su “entrada” al Creador. Tras presentar sólidos argumentos a favor del ateísmo, Dostoievski preparaba la respuesta de la fe. Para ello recurrió al padre Zosima. Esperaba, confiesa a Pobedonostiev, evitar la polémica, que él no consideraba “artística”. Responder artísticamente significa hacer plena justicia, respetar proposiciones y armonías de las que periodistas y polemistas no tienen que preocuparse. En la novela, Dostoievski no puede dar paso a juicios personales, crueles, inmoderados y arbitrarios. Las convicciones del escritor, aun rayando en el fanatismo, deben moderarse con la verdad.
El grado en que el autor pone a prueba las propias creencias y las expone a la destrucción da la medida de su valor como novelista.
Saul Bellow
Los franceses vistos por Dostoievski, 1955
Foto: El escritorio de Fiódor Dostoievski en su última casa de San Petersburgo