Para empezar, debería decir que fui criado a la antigua. En su sabiduría y amor un tanto brusco mis padres me inculcaron ciertos valores, determinados comportamientos que, para bien o mal, forman parte de mi persona. Entre estas normas se incluye una tan básica que intuyo (o me gusta pensar) que a todo niño le enseñan: no profanar el sacro espacio de las paredes, no rayarlas o ensuciarlas “que para eso tenemos papel”. Gracias a esta simple pero inquebrantable regla, asimilada de manera más contundente por el cuerpo que por las palabras, nunca fui afiliado a la extraña y por demás molesta manía de mis contemporáneos (escolares, colegiales y universitarios) de marcar innecesariamente las paredes, ninguna edificación pública o privada. Además, ¿no existen maneras mucho más efectivas de declarar tu puberto y sobrevalorado amor por una chica o chico que escribiendo en una pared del colegio donde estudian?, ¿no es posible otro mecanismo para dar a entender tu caprichosa rebeldía contra el sistema que ensuciando residencias que nada tienen que ver con tu pseudo – anárquica personalidad?
Ojo que no estoy en contra de los murales o, incluso, los grafitis bien realizados (los que conllevan técnica, manejo de colores, en otras palabras, un trabajo) y sin embargo, cuando estas manifestaciones degeneran en una simple inscripción, un insignificante gesto con un marcador o con pintura en aerosol, lo único que se consiguió fue dejar un rayón totalmente antiestético en la pared. Y lo peor del asunto no radica en el hecho de ensuciar como un niño muy mal criado, sino en repintar pacientemente esa pared y ¡sorpresa!, ver al día siguiente, con una impotencia sofocante, un nuevo garabato.
Y ustedes se preguntarán: ¿Andrei, por qué parloteas tanto sobre los grafitis y el maltrato a edificaciones anónimas? Bueno, el caso es, mi estimado, que soy paceño, oriundo de Bolivia. Dentro de poco se harán las elecciones generales en mi país. Y he contemplado, con inmenso horror, cómo entre los partidos más pujantes han recurrido a la estratagema más sucia, vil e impostora: dejar mensajes pintados por las calles de la ciudad (ignoro si tal campaña se repite en los otros departamentos y me entristece pensar que probablemente así sea). Y estos mensajes no tienen otro objetivo más que la simple y descarada calumnia al otro partidario, mensajes del tipo “MESA MIENTE” o “EVO DICTADOR” son visibles en casi todas las zonas de la ciudad de La Paz, predominantemente la primera inscripción. Alta maledicencia, chismerío, a ese nivel se rebajó la campaña “democrática”. Ojo que no abogo por ningún partido político, lo que sí reclamo y me parece una conducta por demás indecorosa es recurrir a este tipo de publicidad cuya meta no pasa de calar la confianza en cualquier partidario y dejar entrever la profunda ignorancia y desesperación por ambos frentes.
Desearía pensar que tales actos vandálicos son llevados a cabo por simples peones, hombres y mujeres que, bajo amenazas de carácter económico, los obligaron a incurrir en estas escenas. No obstante, no faltarán las personas que ordenan y cumplen estas demandas con una devoción cuasi religiosa al partido al que pertenecen, convencidas ciegamente de cumplir una cruzada sagrada contra el partido opositor. Las elecciones ya vienen…y al igual que una épica televisiva, los hilos del poder ya van moviéndose de acá para allá. Corrupción, fraude, traiciones, todo vale. Y uno se pregunta ¿quién se quedará con el cinto presidencial?, nadie sabe. Lo que sí sabemos es que, independientemente del ganador, ninguno se dignará en limpiar sus desastres. Toda la suciedad publicitaria la limpiaremos, para variar, los mismos ciudadanos.