Por Einat Rozenwasser
Además de ser su vivienda, también funciona como museo. Quiere armar una sala de cine.
"Seis millones de botellas de vidrio ”, confirma Rubén Tito Ingenieri por teléfono. Y a pesar del intento por imaginarlo, nada se acerca a la sorpresa que genera saber que esa es la cantidad que juntó en 21 años. Miles las usó para hacer su casa, apenas unas cuadras antes de que Quilmes se funda con el Río de la Plata. El terreno de la calle De los Naranjos también es museo, faro y taller. Pero, por sobre todas las cosas, es la muestra de que con ganas y esfuerzo se puede conseguir (casi) todo.
“Me gustaba tener cosas que otros no tenían”, dice el hombre de 57 años en un gesto que es confesión. Se acaricia la barba con las manos curtidas y sacude las rastas canosas. Cuenta que nació en Mataderos y es de Chicago y de Quilmes (es portero en una escuela de Bernal), donde vive desde los siete años. “A los 15 aprendí la fragua y la forja en una herrería. Después conocí a Oscar Albertazzi, que me enseñó a trabajar con otros materiales”.
Fue plomo de Almendra, Manal y Aquelarre.
Su pelo mota, producto de algún gen que se coló entre sus antepasados europeos, lo llevó al musical Hair. Caminó hasta Perú, hizo el servicio militar en Trelew y armó un teatro con chatarra, donde montaba unipersonales inspirados en Artaud. El ciclo terminó con una internación en el Borda.
La idea de las botellas apareció en 1990 a partir de un recorte de revista. Tenía el terreno y empezó a construir su hogar con una estructura sin forma definida a la que se fueron sumando ambientes (dos salas, cocina, habitación, baño). Una torreta al fondo del terreno, el taller en el que trabaja Irma Monjes Galeano (su mujer y “mecenas”, como él define), la medianera perimetral y ahora El Faro del fin del Tito , que en dos meses estará listo y pasará a ser su nueva morada. “Mi sueño es armar en el tercer piso una sala para proyectar películas para los chicos del barrio.
Y que la casa y la sala con forma de hurón de la entrada sean museo”, desliza.
El sistema es simple. “Parto de las estructuras de hierro y voy pegando las botellas con cemento, arena y ceresita. Unas 500 por día”, describe. Por la posición de los picos, la casa “silba” cuando hay sudestada.
En la trama de las paredes conviven botellas de todos los tamaños y colores, y se cuelan ventiletes, ruedas y los vitraux que hace Irma. Cada ambiente tiene su propio matiz. Pisos, barandas y escaleras son de madera. Los techos son de chapa, aunque pronto serán cúpulas cubiertas por botellas.
En las habitaciones hay colecciones de anteojos, máscaras (de Hannibal Lecter al Eternauta), esculturas de hierro , ropa que fabrica con patchwork de cámaras de neumáticos y bicicletas. El año pasado se presentó Tito, el Navegante , un documental que narra su vida.
Ya no junta botellas, se las dan en la Municipalidad de Quilmes, pero sigue proyectando. El faro de Berazategui, una biblioteca y el sueño de que más gente copie su sistema “y deje de vivir tan mal”.
Fuente: clarin.com