Sobre mi casa de cuarenta metros cuadrados parece que existe una de más de ciento cincuenta. Justo encima de mis cuarenta metros de techo. No comprendo cómo se puede caminar tanto sobre mi casa cada noche. A veces, como ahora, creo en los fantasmas y en las realidades paralelas. No en las dos cosas, sino en una de ellas, u otra, con diferente nombre pero equivalente. Cosas que no vemos, aunque a veces percibimos, como los tacones. Tacones que por el día no... Tacones de usar por la noche. No de taconear sino de aguja.
Si no fuese por este detalle sería un vecino de lo más habitual. Ese misterioso al que se le cae el bote de las canicas cada noche. Me inquieta el enigma pero yo con los tacones a deshora no puedo vivir. No puedo dormir bajo una mansión de veinticinco metros de largo que un taconeo decide recorrer hacia un lado y hacia el otro, repitiendo movimientos e improvisando sonidos diariamente durante su eterna e incomprensible jornada a medianoche.
Me encantaría decirte tantas cosas. Se me ocurren a borbotones. Un instante puede durar todo el tiempo que dediques a imaginarlo. Yo no lo imagino, lo oigo, no consigo parar de escucharlo.