Revista Toros
Yo le conseguí la gorda a Freud. Lucian quiero decir. También la chica rubia, la que se agarraba el pie, la de los ojos cerrados, la que reía... y la mayoría de las que salen desnudas y despatarradas en sus cuadros. El hombre que fumaba, el del polo amarillo, el pelirrojo, los niños de su autorretrato... esos también son míos... hasta los galgos para esa serie de pinturas suyas tan famosas.
A pesar de tener 40 hijos, muchas mujeres y amigos, Lucian necesitaba también otro material para mostrar lo desalentador de nuestros tiempos. Habituado a pasar el día entre el estudio y restaurantes de lujo no tenía tiempo para conseguir en la calle materia prima con la que rellenar sus lienzos. "Demasiado bien criados", decía de su círculo íntimo y sonreía. Y así, fortuitamente, en unas semanas londinenses, pasé de camello a amante de una de sus tarambanas hijas (¡cuánto vicio, Dios mío!) y a continuación, sin solución de continuidad, a veedor de Sir Lucian Freud. "Dice que tienes cara de tratante de esclavos y quiere hablar contigo", "gracias Sir".
Mi misión, conseguirle carne macilenta. Olisquear por pubs, fish and chips y bingos. Casas de apuestas, asistencia social, funcionariado del más bajo nivel. Oficinas de una luz verde y amarillenta que día a día se va introduciendo por los poros de la piel. Basura blanca para convertir en bodegones... Cuando le conseguí la gorda, me invitó a comer él y yo solos. "Perfect, perfect..." repetía mientras le palpaba sus enormes pechos a la mujer. Le separaba las nalgas con las dos manos, ella con la cabeza hundida en un sofá y el culo en pompa. Apretaba y soltaba observando los dibujos de grasa y celulitis. "Niceeee... well done" y guiñaba su ojo deformado por un orzuelo. Se puso en pie, cogió una gabardina y abrió la puerta del estudio pasando su brazo por encima de mi hombro. "Come on, come on...". La mole de carne se quedó allí estática con el culo al aire.
Ya en el restaurante, habituado a ser convidado de piedra cuando su hija estaba presente, no tenía la menor idea de que hablar con ese hombre. Aunque él tampoco pareciese especialmente interesado en empezar una conversación mientras cortaba, desgarraba y masticaba. Le saludó Kate Moss de camino al servicio por enésima vez. Comencé por algo que él no supiese: "El trabajo que hago para usted es como la gente que busca toros para los toreros, los veedores" "Really? Tell me more"... Empezó el blablabla y el ratatatata, no tanto por mi capacidad expresiva, como por la suya para hacer las preguntas exactas... Por el postre yo creo que ya sabía más de toros que yo mismo. "Excelent" se limpió las comisuras con la servilleta, pagó y nos marchamos.
Aunque no había explicitado nada supuse que debía acompañarlo de vuelta al estudio. Caminamos por Londres, subimos las escaleras, abrió la puerta y entró en la habitación donde el inmenso culo sin cabeza continuaba exactamente en la misma postura. No le prestó la más mínima atención. Sin pausa se puso a rebuscar en un rincón donde se apilaban un montón de óleos. Extrajo uno y me lo enseñó "My only bullfight paint" y en un español macarrónico dijo: "El Taurino". Las carcajadas fueron tan altas que la mujer por fin sacó su cabeza del sillón y se nos quedó mirando...
El Taurino, por Lucian Freud