Revista Diario

El velo de la fortuna

Por Sandra @sandraferrerv
El velo de la fortunaEl nacimiento de un ser humano ha estado, está y estará rodeado de una cierta magia. Lo desconocido nos lleva siempre a buscar razones más allá de aquello que alcanzamos a observar y entender. A pesar de los muchos avances científicos y médicos, aun hoy la llegada de un bebé, su gestación, su alumbramiento, se sigue aceptando como el milagro de la vida. Si en la actualidad aun hay quienes llevan amuletos, se fijan en los astros o amparan a sus pequeños bajo la protección de un santo, nos podemos imaginar que en el pasado fue todo aun más misterioso y mágico. No en vano, como afirman los expertos, la obstetricia es una de las ramas de la medicina que recoge una larga tradición de ritos y supersticiones. Un extraño velo con el que nacen algunos bebés ha sido objeto de muchas y diversas prácticas superticiosas a lo largo de la historia. Es el llamado velo amniótico.Es algo poco frecuente pero a veces los niños nacen con una suerte de velo pegado a su cabecita que no es más que un resto de la membrana amniótica en la que ha estado envuelto durante los meses en que se ha ido gestando. Hoy día se limpia sin más pero en el pasado, en un mundo en el que no había salas de parto, ni ecografías, ni análisis de ningún tipo, el ver salir a un bebé del cuerpo de su madre con ese extraño velo dio pie a un sinfín de creencias populares, supersticiones de todo tipo y ritos de lo más variopintos y en todos los lugares del mundo.

El velo de la fortuna

Antonius Diadumenianus

El velo amniótico fue durante mucho tiempo uno más de los signos que marcaban si una persona tendría buena o mala fortuna en su vida. Hasta tal punto se creía que alguien sería afortunado si nacía con él que incluso se llegaban a identificar ciertos personajes con nombres que recordaban un nacimiento favorable. Fue este el caso de un emperador romano conocido como Antonius Diadumenianus del siglo III que recibió este nombre en clara referencia al velo, cinta o diadema con la que había nacido. Sin embargo, la buena fortuna no acompañó en absoluto al desdichado emperador que murió asesinado siendo muy joven. Pero a pesar de que la vida quitaba a veces la razón a los que creían en la buena suerte que traía el velo amniótico, el que un bebé naciera con él era celebrado como algo bueno.El culto al velo amniótico llevó a extremos de lo más curiosos como la práctica de la llamada "amniomancia" o lectura del velo amniótico. Si el color del velo era claro, se presuponía una buena vida al recién nacido, no así si era negro o de color más bien oscuro. Hubo quien incluso creía que el velo amniótico debía conservarse porque era donde se encontraba el espíritu guardián de la vida del bebé. Unos lo enterraban para asegurarse una buena fortuna mientras que otros, como un noble inglés del siglo XVII lo donó en testamento a su esposa. También hubo quien en secreto, en los pueblos de tradición cristiana, bautizaban no sólo al bebé sino también a la membrana amniótica. Y por supuesto, su utilización en elixires o pócimas fue utilizado también en infinidad de ocasiones.

El velo de la fortuna

De humani corporis fabrica,
de Andrea Vesalio, 1543

Ante toda esta corriente mágica y supersticiosa, hubo muchos físicos, científicos y religiosos que lucharon a lo largo de los siglos por eliminar de las mentes de los gentiles creencias a su parecer peligrosas. Andrea Vesalio tildó de gente ignorante a aquellos que preservaban el velo amniótico en su obra De humani corporis fabrica; la famosa partera francesa Louise Bourgeois también aconsejaba en sus escritos deshacerse de ella y asegurarse que nadie la cogiera para usos demoníacos y brujeriles o san Juan Crisóstomo, ya en el siglo IV a.C. denunció su subversiva utilización. Otros quisieron dar una explicación lógica a las creencias sobre la buena fortuna que traía el velo amniótico. Ambroise Paré, por ejemplo, argumentó que los niños que nacían con el velo amniótico lo mantenían en su cuerpo porque habían tenido un parto fácil, no así aquellos que nacían sin él pues seguramente se habría roto y desprendido en un parto largo y doloroso. Vamos, que un niño que nacía con el velo amniótico había empezado con buen pie su andadura por este mundo. Sea como fuere, este como otros signos que rodean el nacimiento de un bebé, siguen estando vivos en las creencias populares y aunque la ciencia ha intentado dar explicaciones a la mayor parte de cosas que siglos atrás parecían milagrosas o mágicas, es más que probable que los seres humanos, temerosos de lo desconocido y preocupados por su bienestar, sigan buscando signos que calmen sus miedos.Esta información está extraída de un interesantísimo artículo titulado The social history of the cault, de Thomas R. Forbes.

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