Ha sido uno de los temas de actualidad en las últimas semanas. Como no tenemos suficiente con la crisis económica, y política, los medios de comunicación han decidido dar cabida a debates de tipo social. Pero no centrados en asuntos como el paro, que eso está muy visto, sino que, en una suerte de intento pobre por equiparnos con otros países europeos han decidido dar cancha al debate entorno al velo islámico. En realidad todo apunta a que se trata a un intento pobre por equiparar a España con otros países europeos, como Bélgica o Francia. Aquí la comunidad de inmigrantes musulmanes es relativamente baja y, de momento, la visión de mujeres y jóvenes con la cabeza cubierta por velos o ocultas bajo burkas es más bien escasa, quitando ciertos barrios de ciudades como Madrid o Barcelona y alguna que otra localidad mediterránea. Lo que más llama la atención es en qué manera la prensa española, que a veces parece oscilar entre la indigencia intelectual y el mero infantilismo, ha picado el anzuelo de las organizaciones musulmanas, muy interesadas por hacer de sus diferencias culturales una causa pública y tener presencia en el panorama nacional. No es ilícito que lo hagan, al fin y al cabo, aquí tienen libertad para ello y para mucho más, pero tampoco hemos de dejarnos engañar por supuestos victimismos y pretendidos buenismos.
El caso de Najwa no es, ni mucho menos, un ejemplo de discriminación religiosa y menos aún de discriminación racial. En el reglamento interno de su instituto existe una cláusula que prohibe a los alumnos estar en clase con la cabeza cubierta. El origen de esta restricción no son los velos musulmanes, ni muchísimo menos, en realidad se trata de una medida para evitar que los chavales sigan la lección con pañoletas o gorras de baseball como si en lugar de estar en Madrid estuvieran en un instituto del Bronx. Se trata de una cuestión de civismo y decoro.El debate surgido no es, ni más ni menos, que una muestra de que, en este país, no sé si por el exceso de trabajo o por el exceso de televisión nos hemos vuelto todos un poco locos y, lo que es peor, un poco lelos; hasta el punto de olvidar qué papel le corresponde a las escuelas y los institutos. Muchos padres relajan sus funciones como tales y se descansan en estas instituciones para que eduquen a sus hijos. Cuando surgen problemas de acoso escolar o acoso a los desprotegidos profesores, entonces recordamos que tal vez las familias tengan parte de culpa y los iluminados comentaristas políticos se ponen de acuerdo en resaltar la importancia de que los padres retomen su tarea. La enseñanza tiene una doble función: por un lado formativa y por otro educativa; pero educativa en sociedad. Ese es el valor de la escuela. Allí aprendemos a tratar a nuestros mayores, a aquellos que ejercen algún tipo de autoridad sobre nosotros, normas de convivencia y decoro... y entre éstas es donde hemos de enmarcar la cuestión del velo de Najwa. En España y en otros tantos países occidentales el decoro, la buena educación, dice que hemos de descubrirnos en los interiores. Es un gesto de respeto que, como tantas otras normas sociales, no tiene más justificación que la costumbre pero... ahí está y en el I.E.S. Camilo José Cela han decidido que sus alumnos deben conocerla, practicarla y respetarla.
Por mi condición femenina asumo que si voy a un país como Marruecos, Argelia, Irak o Pakistán he de cubrir mi cabello con un velo. Es una cuestión de respeto y, en algunos casos, una verdadera necesidad pues correría peligro mi integridad física. Y para qué hablar de llevar prendas como una minifalda o una camiseta de manga sisa. En los países occidentales nuestras normas de decoro a la hora de vestir son más amplias, más plurales y así deben permanecer. Sin embargo, ello no implica que debamos claudicar de nuestras propias normas por pocas que sean y por incomprensibles que resulten a aquellas comunidades que no comparten nuestra cultura. Najwa y sus compañeras pueden llevar el velo en su casa, por la calle, en el cine e, incluso, en el gimnasio (aunque sea antihigiénico); tampoco se ha restringido en los centros de trabajo, y así debe ser. Sin embargo, hay determinados lugares, entre ellos la escuela, y circunstancias en los cuales uno se debe descubrir, y eso las afecta a ellas tanto como a Johnny L (Juan López de nacimiento y aspirante a BBoy) que debe despojarse de la gorra, aunque eso pueda ir contra su intento por forjarse una identidad adulta y resaltar su individualidad. Es parte de un aprendizaje, ni más ni menos. Si Najwa comprende esto aprenderá a integrarse en una sociedad, a respetar otras culturas y hacer valer lo suyo, con madurez y espíritu crítico; sin demagogia ni giros grandilocuentes. Y también tendrá libertad para escoger aquello que más le interesa de las distintas culturas que conoce y practica (aunque éste puede que sea el temor de sus mayores). Lo que no debemos perder nunca de vista es que en este mundo cada vez más pequeño y mixto la pluralidad se basa en el conocimiento y el respeto mutuo.