Revista Cultura y Ocio
Hay un orden secreto de las cosas que maniobra a hurtadillas y hace que todo se conjure a su beneficio. No busque el amable lector un logotipo que lo represente. Tampoco una cabeza pensante que lo administre. Se trata de una colonización invisible. Ya no recurre el invasor a ejércitos y armas sofisticadas. No se le ocurre alinearse o desalinearse con otros bandos en conflicto para conseguir sus propósitos. El plan consiste en inocular cultura. Cultura de clase alta y de clase baja. Cultura sofisticada y pedestre también. Cultura que va colonizando sin que se advierta la punción, el delicado ingreso de los soldados en el salón de casa. Pero están ahí. A algunos de ellos los admiro sinceramente. A otros los detesto, los detesto de verdad, sin que me quiten el sueño, no obstante. Y hay algunos absolutamente imprescindibles. No sería yo quien soy, si es que algo soy, sin el concurso de algunas de los nombres que a continuación citaré. La industria cultural, servida en dosis pequeñas, convirtiendo al usuario en un adicto. Vale la filmografía de Walt Disney, con su veneno interior, que lo tiene, o el catálogo completo de los Red Hot Chili Peppers. JFK pasado por Warhol o el Tío Sam señalándote con el dedo. Porque tú eres el elegido. A ti se te ha escogido para recibir la tromba de contenidos. En ese pack antológico van el león de la Metro, el blues del delta, la generación beat, el napalm con Wagner sobre el Mekong, la pelvis de Elvis, el parche de John Ford, Jack Daniel's, los primeros discos de Fleetwood Mac, el último de Johnny Cash, la RKO que le gusta a mi amigo Álex, McCarthy, el Hitchcock americano, el jazz despeñándose alma adentro, Cody Jarrett en la cima del mundo, las hamburguesas de triple piso del McDonald's, el bourbon de Kentucky, Central Park, Lauren Bacall, que se ha ido hoy frente a Central Park, el cañon del Colorado, la autopista 61, los moteles con psicópata, Clark Kent abriéndose el pecho para que asome la S mayúscula, Johnny B. Goode, el águila calva, la Estatua de la Libertad, O.K. Corral, Jimi Hendrix en Woodstock, el puente sobre aguas turbulentas, King Kong, Buster Keaton descarrilando, Bonnie and Clyde, Groucho, Bahía de Cochinos, la ceremonia de los Oscars, las calles de San Francisco, el rock alrededor del reloj, el Delorean de Marty McFly, Bruce Springsteen, el desembarco de Normandía, el estrangulador de Boston, las barras y las estrellas, el gordo de Minnessota, el pantalón vaquero, la consturcción del ferrocarril, Indiana Jones, la Dimensión Desconocida, la Marvel Comics Group, Perry Mason, Robert Johnson en una casa roja, en el Delta, el Fritz Lang americano, Lovecraft, Lenny Bruce, Lovecraft, Lovecraft, Las chicas de Oro, Hannibal Lecter, Falcon Crest, Billy Wilder, Kunta Kinte, Walter White, Apple, DC Comics, Tara, todos los libros de Dashiell Hammett, el pop, el rap, el hip hop, el big bang, el be bop, el just married (que vi el otro en un coche por las calles de mi pueblo), los taxis amarillos, los zombis del Thriller, Gothan City, los comanches, Russ Meyer, sé que tengo mucho que agradecer a Russ Meyer, los decepticons, qué quieren que les diga, Bob Hope, la Garbo, Sunset Boulevard, Morrison cantando The End, Robin Williams, el pobre, que se nos ha ido hoy, Corleone teorizando sobre el honor, la Coca-Cola, Bob Dylan con gafas negras, Poe en un callejón.... (el amable lector puede ampliar el listado ad infinitum) Pero no quiere uno a veces escapar. Se siente cómodo siendo invadido. Pienso en esa escena magistral en La vida de Brian en la que se comenzaba por criticar a los romanos y luego se encendían los argumentos favorables.