Sin querer desmarcarme mucho del comienzo oficial del verano, el 23 de junio, por la tarde, di por inaugurada la temporada estival. Afortunada de mí, mi primer destino fue Canarias. Hacia mucho tiempo que no lo era y tenía unas ganas inmensas de volver. Deseaba bajar del avión y comer papas con mojón picón sin parar. Y comí muchas, muchísimas. Y me alegré mucho, muchísimo, de volver a ver algunas caras, compartir risas y tumbarme en esa arena negra de Las Gaviotas, por ejemplo. Me gusta.
La vuelta fue dura, siempre lo son, todas, sin excepción. Con mi canotier de Costa y Soler, mis gafas Rayban, mis New Balance y mis Converse, puse rumbo días más tarde a EE.UU. Primer destino, Nueva York. Y hubo que bailar salsa, sin ritmo, pero la bailé.
Ir cómoda y protegerme del sol, son dos de mis máximas vacacionales. Eso sí, digna para cualquier chispazo, que a una le gustan los espejos y las fotos.
Como el canotier no estaba preparado para soportar los vientos de San Francisco y mi ágil pedaleo, me hice con esta gorra tan american style.
Grandes momentos, el mejor compañero de viaje y encuentros fortuitos. Ah, y buen vino, estaba en California. Y, sin darme cuenta, llegó agosto, norte y sur, San Sebastián y Cádiz. La Semana Grande y las Carreras de Caballos de Sanlúcar. Al año que viene, repito.
Hoy, 1 de septiembre, estoy harta de tantos consejos para volver a la rutina. ¿Y si no vuelvo? ¿Y si sigo de vacaciones por los siglos de los siglos?