Revista Sociedad

El veredicto de Camps

Publicado el 27 enero 2012 por Abel Ros

El veredicto de Camps ha abierto el debate  civil sobre la salud democrática de nuestra racionalidad judicial. Mientras el tejido social del Partido Popular rinde homenaje al hombre obstáculo que dimitió como “president” para no enturbiar las aguas limpias del resultado electoral. La malla civil de la izquierda, clama indignada por la transformación súbita del estruendo mediático de los trajes en aguas de borrajas y titulares de honorabilidad. Es precisamente esta dialéctica entre la razón azul y la indignación roja la que extiende la mancha internacional de nuestra institución judicial.

Desde la crítica de la izquierda, o dicho en otros términos, desde la indignación de la emoción debemos analizar con rigor las causas que alimentan la razón de nuestra frustración. La absolución de Costa y Camps ha quebrado las expectativas culpatorias del veredicto. La esperanza de su culpabilidad por parte de las siglas progresistas  ha sido la causante de este mal sabor de boca marcado por ingredientes de razón y frustración.  Los juicios paralelos en el tejido mediático de este país,  la dimisión del “president” y la acusación de Garzón por prevaricación en la causa,  han contribuido, sin duda alguna, a la indignación roja, que decíamos atrás.

Durante tres años, la prensa, y sobre todo El País, ha mercantilizado el discurso de los trajes en pro de sus mercados. Un día sí y otro también, se han estado vendiendo por capítulos las filtraciones interesadas de la trama. La misma música pero en distinto escenario que actualmente está sucediendo con Urdangarín. Este deterioro paulatino de la presunción de inocencia por parte del cuarto poder  ha contribuido a la generación de expectativas irracionales en la opinión pública y sesgos perceptivos en la marca judicial.

La dimisión orquestada del “President” con fines partidistas pero vendida al electorado en clave de “honorabilidad” ha sido la segunda causa explicativa del enojo social. El desplome del ”campsismo” por trece insignificantes trajes, en palabras de Camps, ha sido servido hoy a las filas populares para borrar parte de la mancha por corrupción incrustada en su tejido conservador. La percepción civil de la baja voluntaria como “president”  contribuyó, sin duda alguna, a la construcción de las expectativas sociales de su culpabilidad. El ideario colectivo no entendió que la dimisión no fue con fines de honorabilidad sino con fines políticos para salvar el  posible tropiezo de Rajoy.

La simultaneidad del juicio a Baltasar Garzón por la autorización de supuestas escuchas ilegales en la causa de Camps ha contribuido a levantar la ira del veredicto entre los incondicionales del juez. Como bien decíamos en la red social, “mientras Garzón espera la sentencia por la presunta prevaricación en la trama Gürtel, Camps es declarado culpable”. Este juego de palabras basado en la evidencia empírica pero nublado por la paradoja de su argumento contribuye, sin duda alguna, al análisis de los efectos sociales del veredicto.

Finalmente, la declaración de Camps no culpable por cinco votos a cuatro,  emitida por un jurado popular siembra de espinas los campos de la crítica. Jurado popular formado por ciudadanos de la Comunidad Valenciana y  con altas probabilidades de haber contribuido a la mayoría absoluta de su acusado. Jurado popular “imparcial” pero eso sí influenciado, sin duda alguna, por los efectos del tóxico mediático que decíamos atrás y la dimisión del hombre que defendió su supuesta “honorabilidad”. Con un jurado popular deslocalizado y sin sesgos perceptivos otro gallo hubiera cantado.

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