Había perdido la noción del tiempo, sus ojos vendados, la atadura en sus muñecas sobre la cabeza con los brazos muy estirados le empezaban a provocar dolorosos calambres en los hombros, intentaba mantener el equilibrio sobre los altos tacones y la cuerda que rodeaba su cintura ya empezaba a dificultar la respiración.
¿Cuánto tiempo llevaba allí?, ¿Se había olvidado de ella?, Intenta no pensar dejando la mente en blanco, pero los calambres, la presión de las ásperas cuerdas le impiden evadirse.
A su espalda suena el eco de un llanto lejano, y el resoplido de un látigo rasgando el aire, sus piernas empiezan a temblar descontroladamente, no sabe si los siguientes llantos serán los suyos.
Cambia el peso del cuerpo de un pie a otro y traga saliva con dificultad por la mordaza, tiene la mandíbula dolorida de mantener la presión contra la bola.
Hacía dos días que había recibido la invitación en su oficina. Un sobre negro con letras doradas lacrado con cera roja y un escudo de una calavera impresa .
La misiva era escueta.
“Ha sido seleccionada e invitada a formar parte de nuestro selecto club privado.
Se ruega acuda vestida con la ropa que le enviaremos a su domicilio ese mismo día.
Debe llegar puntual.
14 de Agosto
18:30h.
Avda. Imperial km.355.
Imprescindible entregar este sobre a su llegada.
Si no devuelve la invitación a recepción en las próximas 24 horas damos por aceptada la invitación.
Un cordial saludo.”
Cómo única pista de dicho club la palabra Inferno sobre una S mayúscula como firma.
Aída abrió el buscador y tecleo el nombre. Nada. No había rastro de ningún club selecto en su ciudad con ese nombre.
Nada reseñable en esa dirección.
Un escalofrío de curiosidad recorrió su columna.
No sabía ni porqué no cómo había llegado a sus manos y con su nombre. Un misterio que dejó de lado en el cajón de su escritorio mientras seguía trabajando en el informe que tenía que entregar esa misma tarde.
Aquellos dos días se me hicieron los más largos de mi vida. Tan pronto me decía a mí misma que jamás acudiría a aquella cita como que intentaba imaginarme qué sería, cómo sería, qué y quién se escondería tras aquella extraña carta.
No, jamás haría esa locura.
Pero, ¿y si con no acudir me pierdo algo realmente mágico?
Un regalo
Una cita romántica
Un reencuentro inesperado….
No, no acudiría, aquello era una locura.
Llaman a la puerta.
Miro por la mirilla.
Un mensajero con un paquete enorme.
Un precioso lazo negro y un sello con la misma calavera.
No lo abriré. Me da igual esta ropa. No puedo ir a la cita. Es una locura.
Vuelvo al sillón. El mando en la mano. De un canal a otro sin saber qué veo. Últimamente siempre es así. Últimamente siempre soy así. No me permito ni un rato de ocio. ¿En qué me he convertido?
No, no debo ir, es una locura.
Bueno, veo la ropa y ya está.
Con cuidado deshago el lazo intentando no romper el sello de la calavera. Algo me dice que debo guardarlo.
Al abrir la enorme caja mis manos van a mi boca, emitiendo un pequeño gemido de susto. Miro a mi alrededor como si alguien pudiera observarme en mi propia casa.
No puedo creer lo que estoy viendo. Es imposible, aquello no puede ser fruto de la casualidad.
Dos días antes de recibir la carta al salir de trabajar, decidí pasar a preguntar cuanto costaba ese vestido.
La dueña de la tienda insistió en que me lo probara y lo hice, sin embargo, a pesar de que tengo un buen sueldo, aquél era un lujo que no podía permitirme.
Y ahora estaba allí en aquella caja, en mi casa, por supuesto era mi talla.
No, no, no, no. No podía acudir a aquella cita.
Encima me habían espiado. ¿Qué clase de loco hacía algo así? Volví a acercarme a la caja y casi sin darme cuenta cogí el vestido sobre poniéndolo sobre mi cuerpo. Al hacerlo cae una tarjeta.
La veo caer pero permanezca paralizada.
No voy a leerla, esto es una locura pero aquel sello me hipnotiza.
La cojo y le doy la vuelta.
Han pasado las 24 horas y no me has devuelto la invitación. Dúchate, recógete el pelo exactamente como lo llevabas el martes, perfume Tresón que es el que más me gusta sobre tu piel y en dos horas pasaré a recogerte.
Las piernas me temblaban.
“Tranquila, no ocurrirá nada malo, pero lo que pase hoy cambiara tu vida”
No, no voy ,esto es una locura:
¡Pero aquí estoy!, ¡Atada! esperando que se acerque a mi, que me explique, que me libere de esta incomodidad.
No se quién, ni cómo, pero que venga ya.
Un sirviente me ha recogido, el mismo que me invitó a desnudarme, me ato con total tranquilidad y me dijo que esperara a su señor.
¿Su señor?
Empiezo a llorar. De repente veo con total claridad la situación en la que me encuentro. El resoplido del látigo a lo lejos está empezando a despertar un terror dentro de mí que me ensordece. Noto todos mis sentidos agudizados al cuadrado y empiezo a notar el sudor. Pulso acelerado, hiperventilación y un extraño cosquilleo de anticipación al peligro que va recorriendo uno a uno todos los poros de mi piel. Necesito chillar, más que para que me oigan para aliviar estás sensaciones tan poderosas. Apenas veo con esta tenue luz… ¿Qué será de mi?
Siento unas manos en mi cintura, sobre las cuerdas, un susurro a mi espalda.
–No llores. —a ciegas y desde atrás me seca las lágrimas— estoy aquí para cumplir tus fantasías.
Sus manos comienzan a recorrerme sin permitir que lo vea, pero entonces es cuando dice algo que me pone sobre la pista de quien es:
–¿No decías que necesitabas que este cuerpo fuera mío? ¿Que tu mente me perteneciera? Pues tus deseos son órdenes para tu SEÑOR.
Tiemblo. Un temblor incontrolable me posee de cintura para abajo. Apenas me sostengo.
Llevaba años hablando en un chat con un amo. Puras fantasías que me ayudaban a sobrellevar mi triste existencia.
Un amo de otra ciudad, y, sin embargo… ¿sería posible que el estuviera allí?
Una palmada sobre mi nalga me saca de mis divagaciones. Pica. Viene otra sin esperarla en el mismo sitio que la anterior. Duele.
–Voy a poseer este cuerpo igual que llevo años poseyendo tu mente. Te entregaras a mí como nunca antes te has entregado a nadie.
Vuelve a susurrar en mi oído.
–No ocurrirá nada malo mi puta, pero hoy cambiará tu vida.
Lo siento pasear a mi alrededor, Se acerca a mi cuello, me huele, un pellizco retuerce mi pezón derecho, me hace chillar de dolor pero la bola entre mis dientes no permite que me escuche. Ahí he empezado a llorar incontrolablemente. Un azote me vuelve a hacer erguir los hombros y noto sus dientes en la cadera, va mordisqueando sobre las costillas suavemente hasta llegar a mi pezón, lo chupa y agradezco enormemente el alivio instantáneo. De pronto muerde salvajamente por debajo de él y vuelvo a chillar, unos dedos empiezan a masajear lentamente mi clítoris y noto como enreda la mano en mi pelo y un fuerte tirón hacia atrás a la vez que aumenta el ritmo de la mano en mi entrepierna, mi mente titubea entre el dolor y el placer, no termina de decidir en qué centrar su atención. Roza sutilmente mi cuerpo. Caricias suaves a lo largo de mi espalda. Sigue masturbándome. De nuevo agarra mi pelo y me libera de la mordaza. Invade mi boca con la suya, me siento follada por su lengua, muerde labios, barbilla, besa, muerde, besa, muerde… Y justo cuando espero el beso deja de tocarme.
Tiemblo. No percibo su posición, no veo, noto algún sonido a mi espalda, algo metálico, se me hace un nudo en la garganta de puro terror pero el hormigueo en mi excitado coño me distrae, me aísla, oigo claramente una vibración bastante potente acercándose la siento en mis pezones, en mi pecho, en mi estómago, en mi clítoris. Ahí se queda pegado haciéndome perder de nuevo el equilibrio sobre los tacones, él se ha colocado a mi espalda, me dice al oído que me va a doler y ¡joder si me ha dolido! Ha entrado en mi culo sin esperarlo, sin preparación previa, sin ningún tipo de reparo. Me folla. Me folla fuerte y profundo, el vibrador sigue incrustado en mí. Siento que me caigo, se me doblan las rodillas de puro placer, la sangre se espesa en mis venas y recorre todo mi cuerpo relajando musculosa su paso. La sensación es brutal. Un orgasmo tras otro con una ferocidad que me deja trastornada.
–¿Pensabas que podías estar toda la vida jugando a masturbarte conmigo? Se acabó pequeña. Quiero lo que es mío.
Me desata y caigo a plomo entre sus brazos, me lleva en volandas a un cama.
Las piernas me tiemblan, las caderas me tiemblan, mi clítoris arde, mi culo dilatado me provoca espasmos, uno tras otro, me aferro a su ropa, satisfecha, feliz de que me haya enseñado esa perspectiva del placer. Una necesidad imperiosa de sentirme protegida entre sus brazos, me acuna con mimo contra su pecho y al apartarse
recorre todo mi cuerpo con sus manos.
–Estás preciosa siendo mía.
Lágrimas de alivio y placer empiezan a brotar de mis ojos. Me relajo. Sus caricias van calmando mi piel, mis miedos, mi alma.
Abro los ojos al cesar el contacto y entonces caigo al vacío más oscuro de golpe al ver una afilada hoja de cuchillo venir hacia mí.
Hay puertas que no se pueden traspasar de la mano de un extraño, mucho menos las del vestíbulo del Inferno.
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