¿Cómo de lejos está Teherán de Madrid? ¿Cómo lo está de Los Ángeles y la alfombra roja? Hace una semana pude ver El viajante la nueva película de Asghar Farhadi, antes de que ganase un Oscar por segunda vez el pasado domingo. Este hecho ya es de por sí excepcional; son pocos los directores que pueden decir que poseen dos estatuillas. Si a esto le sumamos que el cine de Farhadi no tiene absolutamente nada que ver con Hollywood, podría decirse que es casi un milagro que su obra haya obtenido tal reconocimiento.
Y todo ello es de celebrar desde luego. No porque los Oscars sean un gran referente a nivel artístico, pero sí son el mayor escaparate cinematográfico del mundo. Para mí, aunque no hubiese ganado, El viajante seguiría siendo una de las grandes películas de los últimos tiempos. La nueva película de Farhadi es tan insólita como necesaria. El retrato que expone de la realidad cultural existente en Irán es una nueva muestra de que ya es hora de girar los focos hacia otros países, en los que se está haciendo el mejor cine de nuestros días.
La acción nos sitúa en Teherán, y desde el primer momento nos introducimos en una realidad copada por la resignación y el seguir adelante. Un matrimonio se ve obligado a abandonar su piso debido a un más que probable derrumbe quedándose en la calle, sin más. Aunque este hecho ya es violento, la serenidad de los protagonistas agudiza la tensión dramática expodencialmente durante las dos horas de metraje, profundizando sutilmente en las lacras sociales y culturales de un país que lucha por acabar con ellas.
El teatro como telón de fondo y Muerte de un viajante como vehículo para establecer un paralelismo entre la trama y la genial obra de Arthur Miller. La decadencia del sueño americano parece entroncar perfectamente con las ansias de despertar del pueblo iraní. Farhadi solo toma esta referencia de una manera sutil y maestra, como todo lo que hace. El mismo matrimonio vive en la ficción de Miller y en su vida una realidad compleja, cuya superación se ve lastrada por los prejuicios sociales y culturales de este mundo tan enfermo en el que vivimos.
No quiero terminar la reseña sin mencionar que Asghar Farhadi no acudió a la gala de los Oscars. Y no lo hizo por solidaridad con los seres humanos que viven en su país y en muchos otros. Seres humanos que para cierto líder megalómano occidental son un foco de terrorismo. Es triste hablar de nuestros días en estos términos, pero la gilipollez reinante en nuestro lado del mundo debería ser barrida de algún modo. Quizás la ausencia de Farhadi sea un pequeño gesto. Espero que esa ausencia lleve a mucha gente a ver El viajante. Puede que incluso aprendamos a ser mejores seres humanos.