Emad y Rana tienen que dejar su piso en un edificio de Teherán ante el riesgo de derrumbe. Un compañero de su compañía de teatro les ofrece un piso. Su inquilina se acaba de ir y está libre. Emad y Rana aceptan. Será provisional y le pagarán un alquiler. Una noche en la que después de su función en el teatro Rana se adelanta y llega antes a casa es atacada...
Durísima. Dura, dura. Y eso que todo está descrito y contado de forma sutil. Pero a medida que la película avanza, no puedes dejar de hundirte en la butaca.
Y es que esa simpleza en su narración es una metáfora de la humillación que se nos va colando, esa humillación de Rana, de Emad.
La herida que se abre entre Emad y Rana. Una herida que no se puede tapar y que se va agrandando. Y en la que el culpable no ayuda, ni en un sentido ni en otro. Ni la venganza, ni dejarlo pasar.
Cruel.