Revista Sociedad

El Viaje

Publicado el 11 agosto 2020 por Salva Colecha @salcofa

La última sacudida le despertó del sueño profundo en el que había caído después de que la señora esa, regordeta, con cara de estrella de cine entrada en años y que le acompañaba en el compartimento del vagón durante todo el viaje hubiese bajado en la última estación. Por fin había dejado de escuchar la cháchara vacía con la que le martilleaba el cerebro desde que salieron de la insulsa ciudad a la que habían ido a parar sus huesos durante los últimos años después de aceptar aquél trabajo, había sido un error pero, claro, eso se sabe con el tiempo. Ya habían sido tantos destinos que su espíritu errante y aventurero al principio, cansado y desencantado últimamente no conseguía recordarlos todos.
La señora se había empeñado en tomarle como algún tipo de espíritu confesor al que poder contarle sus sinsabores, seguramente porque la pobre no era más que una víctima más de esta sociedad contradictoria. Ya sabes, más conectados que nunca pero también seguramente solos y vacíos como jamás en la historia lo estuvo esta especie. Lo sabía, también había sentido la soledad acompañada durante los meses en los que no le dejaron salir de casa. Puede que fuese por ello o quizá se debiese a algún tipo de altruismo que salía de un corazón que creía de piedra, pero el caso es que sentía cierta ternura y compasión hacia esa señora. Le recordaba a la abuela que jamás conoció.
No podía sacarse de la cabeza la imagen de la anciana del vagón, muy moderna y pizpireta ella. Foto sonriente para Instagram, comentario risueño en WhatsApp pero al guardar el móvil en un colorido bolso, fue como si los suyos fuesen los únicos problemas que devastaban al mundo. Aquella adorable señora sentía una urgente necesidad de compartirlos, de vaciar la bolsa de los dolores que todos arrastramos en el transcurrir de nuestras vidas. Todo ello sin que le importase lo más mínimo el hecho de que quien le escuchaba puede que también huyese de un día a día arrasador que le había dejado en ruinas. Por fin había cesado la letanía y claro, había aprovechado para dar una cabezadita.
El día había sido agotador desde que recibió la llamada telefónica. Ya no sabía si el desayuno del hotel pertenecía a esa jornada o a la anterior. El cansancio era tal que no conseguía encontrar el resorte ese que le permitiera olvidar por un momento lo que quedaba atrás. Imposible encontrar la paz perseguida, demasiados muertos en el armario. Pero bueno, de todas formas, tampoco debería faltar demasiado para que el revisor ese tan amable pasase a avisar que su parada era la próxima, mejor empezar a recoger todos los bártulos que se encontraban esparcidos por todo el compartimento.
Apartó la cortinilla y vio pasar los últimos árboles del bosque que quedaba atrás, el tren corría rápidamente entre las viñas que ya mostraban sus racimos listos para ser vendimiados. Con un poco de suerte muchas familias esta temporada podrán esquivar la rudeza del invierno. Del paisaje parecía sentir el característico olor de las parras listas para ser recolectadas, un olor que le recordaba los tiempos felices en los que corría entre las mieses, riendo y jugando. El recuerdo de los veranos felices en los que los días pasaban lentos, plácidos y el verano no parecía acabar a pesar de que los dias acortaban y las primeras tormentas hacían presagiar que septiembre estaba cerca y todo volvería a la rutina gris de la ciudad.
El traqueteo del tren le devolvió a la realidad, nadie quedaba de entonces, los buenos tiempos parecían tan inalcanzables en algún rincón perdido en un cerebro demasiado acostumbrado a podar los sentimientos.

Al final, en el horizonte, empezaban a vislumbrarse las torres de la catedral. Estaban aproximándose, un viejo sueño se cumpliría pronto. El viaje llegaba a su destino y podría pasar la tarde ante lo que el tiempo pudiese haber respetado de aquella vieja sonrisa que recordaba con nostalgia.


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