Cada vez me preocupa menos “cumplir”. Entiendo que todos nosotros estamos inmersos en vidas muy ocupadas, con miles de cosas para hacer, ver y leer y que no pasa nada porque alguien como yo esté menos presente en vuestro día a día. Quizás hasta lo agradezcáis.
De todos los lugares online en los que me encuentro, Instagram es el único en el que soy asidua y hasta me resulta difícil no estar prácticamente todos los días. Publicar mi foto por la mañana es parte de mis rutinas matutinas y si por alguna razón no lo puedo hacer, hasta me siento mal. ¿Cuándo me pasará eso mismo haciendo ejercicio? ;)
La excepción a estas publicaciones sucede cuando me voy de viaje. Cuidado que digo “cuando me voy de viaje” y no “cuando me voy de vacaciones”. Como quizás ya sepas si has leído el Sobre mí de la web, además de artista soy profesora. Eso en España significa tener vacaciones en distintas semanas a lo largo del año y casi un par de meses en verano. Para mí este tiempo no significa no hacer nada, porque aprovecho para dedicarme a mi trabajo creativo y darle un empujón a todas esas cosas de la vida diaria que durante el curso voy postponiendo para cuando tenga más tiempo libre. Y también descanso, claro, porque el ritmo de trabajo se ralentiza mucho y me permito ir con mucha más calma por la vida.
Por eso las vacaciones no me parecen un sinónimo de desconexión, pero viajar sí. Y me obligo conscientemente a ello, porque si no, mi vida se convierte en una amalgama de obligaciones que me acaban provocando una ansiedad que no me deja disfrutar. Intento desconectar lo máximo posible de internet, de las redes sociales y hasta de las noticias de la prensa.
Por otra parte, no concibo viajar sin hacer fotos y compartir algunos flashes de lo que me voy encontrando, pero prefiero hacerlo cuando casi estoy de vuelta o en días en los que me apetece más estar aquí que allí, no sé si sabes a qué me refiero…
Hace poco que he vuelto de uno de los viajes de mi vida, esperado con ganas a la vez que temido durante años. Un viaje de 12 días a Japón. ¿Es cosa mía o este año a mucha gente le ha dado por viajar a Japón?
Me fui por primera vez sin cámara de fotos, solo con el móvil. Siempre he viajado con una cámara, más o menos profesional, o sea, más o menos pesada. Casi siempre me vuelvo de los viajes con dolor de espalda, de ir cargando con cámara, objetivos y mi botella de agua, de la que nunca puedo prescindir. Hasta que este año le di una vuelta a la cuestión y decidí viajar ligera y sacrificar la calidad de las fotos por la comodidad. ¡Que viva el móvil y todo el peso del que nos libera!
He estado reflexionando estos días sobre nuestra necesidad de contar lo que estamos haciendo y la necesidad o no de seguir la vida de los demás en sus momentos más personales. Creo que esa “conexión” a veces nos proporciona la falsa sensación de que estamos viviendo con intensidad, como si necesitásemos un eco para escucharnos a nosotros mismos.
Me he dado cuenta de que me preocupa mucho más esta necesidad de perpetua conexión que la propia privacidad en sí. Me gusta mucho sentirme conectada a las personas a las que conozco a través de internet. Me gusta intercambiar formas de ver el mundo que me hagan incluso cuestionarme la mía. Me gusta ver la vida de amigos que están lejos o que están cerca pero que no sentimos la necesidad de estar juntos continuamente. Y también me gustan los silencios, a veces leer entre líneas y esperar a madurar lo vivido para contarlo.
¿Cómo ves tú este tema de la hiper-conexión y la privacidad en las redes?
Un abrazo,
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