Degollar en un altar, tras ponerlo de rodillas, a un cura octogenario y grabarlo en vídeo, resulta un acto más propio de unos criminales execrables que de bravos soldados de Alá. Lo ocurrido días atrás en la iglesia de Saint-Etienne-du-Rouvray constituye un paso más en la escalada frenética hacia el terror global del autodenomiado Estado Islámico. En la pasada década, alguien tildó al continente europeo como Eurabia, la colonia del Islam. A esa persona la acusaron de casi todo y solo faltó quemarla viva en una pira inquisitorial, mientras la jubilosa multitud aclamaba la acción. Hablo de la periodista italiana Oriana Fallaci, que en 2004 publicó ‘La fuerza de la Razón’, una obra fundamental para entender el desarrollo de los acontecimientos en estos últimos años, trufada con una crítica demoledora al buenismo que ha imperado desde hace tiempo en el tratamiento de este asunto. Un ejemplo: la escritora descargaba la contundencia de su pluma contra los burócratas de la Unión Europea, capaces de suscribir acuerdos que permitieran la llegada al viejo continente de poblaciones alógenas, con una concepción radicalmente enfrentada a la que los europeos podamos tener del sentido de la libertad o la dignidad en el ser humano. Qué barbaridad denunció esta mujer, diríamos hoy con los ojos de la corrección política imperante.
Tres décadas antes de que Oriana Fallaci publicara esta obra, Huari Bumedián, quien fuera presidente de Argelia, había vaticinado en 1974, ante la Asamblea General de Naciones Unidas, que “un día, millones de hombres abandonarían el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte”. Y aventuró que no lo harían precisamente como amigos, porque irrumpirían para conquistarlo. Y que lo conquistarían poblándolo con sus hijos. “Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria”, profetizaba Bumedián, en una frase amenazante que quedaría enmarcada para la posteridad. Al igual que los bárbaros acabaron con el Imperio Romano desde dentro, así los hijos del Islam, utilizando el vientre de sus mujeres, colonizarán y someterán a toda Europa, concluía la soflama de aquel mandatario argelino para el que, cuando alguien se movía sin deber, se le liquidaba. Años más tarde, a la Fallaci, por expresar como ella misma reconoció de manera poco afortunada y nada ortodoxa que esta gente “se reproduce como ratas”, la procesarían en París.
En un pasaje del libro, su autora cita a Pericles, cuando aseveraba que el secreto de la felicidad es la libertad, y el secreto de la libertad es el coraje. Pero en un mundo gobernado por lo políticamente correcto, concluía la periodista, lo que impera es el miedo. Ese mismo miedo que existe hoy en muchos gobernantes occidentales a la hora de afrontar una guerra que ellos, aún, no la consideran como tal, mientras desde el otro bando, en la trinchera del terror, se tiene claro que batalla a batalla se alcanza la victoria final. Es como asistir al declive de la razón. Porque, como expresara Oriana, ir contra la razón es también esperar que el incendio se apague por sí solo, gracias a una tempestad o a un milagro de la Virgen. Y ya vimos cómo le fue al pobre párroco francés, Jacques Hamel, mientras oficiaba la misa en su aparentemente plácido templo. Tiempo atrás, había cedido terreno de su iglesia para que se construyera una mezquita.
[‘La Verdad’ de Murcia. 2-8-2016]