Para la tercera novela del ciclo Rougon-Macquart, Zola quiso retratar el ambiente en torno al recién inaugurado mercado de Les Halles, en el centro de París. Para protagonizar la novela elige a Florent, un joven idealista, que acaba de volver, con la salud quebrada, de una deportación de años en el temido territorio de la Guayana francesa, después de haber sido acusado injustamente de provocar violencia en la última insurrección de la capital. Florent es un hombre tímido, pero que no puede evitar ser absorbido por sus ideas revolucionarias, por una visión utópica de un futuro en el que todos los ciudadanos de Francia serán felices gracias a un gobierno bondadoso que destituirá al corrupto de Napoleón III.
Uno de los intereses principales de la narración de Zola es la descripción detallada de todo lo que rodea al inmenso edificio de Les Halles: los puestos, los distintos alimentos, los olores, los sótanos y, sobre todo, la gente que pulula todos los días por el barrio, sobre todo los pequeños propietarios de negocios, interesados ante todo en que se mantenga la paz social, aunque sea a través de un pequeño Estado policial, con tal de seguir obteniendo beneficios. Frente al idealismo de Florent se alzan el sentido práctico de Lisa, su cuñada, y el conformismo de su hermano. Lisa ha visto prosperar durante años su elegante charcutería y se espanta cuando descubre que su cuñado anda conspirando con los rojos, una conspiración que puede hacer saltar por los aires el orden imperante, el que ella estima que le ha hecho enriquecerse honradamente.
Los rojos, los enemigos del libre comercio, a ojos de los propietarios, conspiran en la sombra, pero no son excesivamente prudentes. Se reunen en una taberna todas las noches a organizar su futuro gobierno y el comadreo de los vecinos, junto con una serie de malentendidos, agiganta la conspiración, hasta el punto de que la policía va reuniendo un grueso expediente acerca de Florent, solo a través de delaciones. Es curioso que en la novela aparezcan algunos episodios que siguen de actualidad hoy día, como el referente a Clémence, la única mujer que se reunía con los conspiradores:
"Cuando llamaban a Rose para pagar, cada uno sacaba del bolsillo las monedas de la consumición. Charvet incluso motejaba riendo a Clémence de aristócrata, porque tomaba un grog, decía que quería humillarlo, hacerle notar que ganaba menos que ella, lo cual era cierto, y había, en el fondo de su risa, una protesta contra esa ganancia más elevada que lo rebajaba, a pesar de su teoría de la igualdad de los sexos."
Aunque tiene algo menos de interés que otras novelas del ciclo, por dedicar excesivas páginas a prolijas descripciones de todos los aspectos posibles de Les Halles, El vientre de París combina al literario un indable interés histórico, puesto que podemos asomarnos con precisión a las condiciones de vida de un determinado grupo social en una época determinada.