El violín

El violín del Sr. Wallace Hartley costó, hace escasas fechas, un millón de dólares, mientras la chatarra del pecio más famoso del mundo, se va destruyendo poco a poco, por acción de ciertas bacterias que terminarán por borrar la existencia del paquebote en la oscuridad del fondo del Atlántico Norte. Al parece el instrumento había sido un regalo de la prometida al músico, que tenía intenciones de contraer matrimonio a su regreso, boda que lógicamente, nunca llegó a celebrarse. El director de la orquesta guardó el violín en un estuche de cuero y lo ató a su espalda, siendo recuperados ambos, unos días más tarde, entre las numerosas víctimas del naufragio. En Lampedusa, hace escasas fechas, fallecían varios cientos de subsaharianos que trataban de llegar a un mundo que suponen mejor que el suyo, sin que la noticia supusiese algo más que un titular sensacionalista en la cabecera de numerosos medios de comunicación. El Titanic llevaba a bordo la flor y nata de la alta sociedad británica y americana, y es que ni siquiera muertos somos todos iguales. Mientras duerme el trasatlántico a cuatro mil metros de profundidad, en la oscuridad más absoluta, un pequeño barco en el que viajaban hacinadas cientos de personas, descansa a escasos cincuenta metros, pero las fotografías no salen en los medios, ni existen cientos de páginas dedicadas a la historia de las víctimas. El violín de Wallace Hartley alcanzó el valor de un millón de dólares; entristece profundamente saber que nadie daría la milésima parte de esa cantidad por la vida de ninguno de los naufragados en el Mediterráneo hace bien poco. Por lo menos, el agua no estaba helada.