Se puede, con cierta facilidad, escribir poesía imitando a Pablo Neruda, o prosa imitando a Azorín: son estilos engañosamente “alcanzables” (digámoslo así). Lo difícil es lograr que la obra resultante merezca aplauso o coseche razonables cotas de calidad. En la novela El violín negro, de Maxence Fermine (que traduce Javier Albiñana para el sello Anagrama), hay un aroma que recuerda en muchas páginas el estilo de Alessandro Baricco; sobre todo al Baricco de Seda. No se trata (me apresuro con la aclaración) de un pastiche, sino de la asimilación de un “modo” basado en los capítulos breves, las frases cortas, el lirismo y un constante misterio narrativo, lleno de silencios y melancolía. La obra de Fermine es magnífica, y todo en ella funciona con la precisión de un delicado reloj, si exceptuamos la pequeñez de que en la página 11 asegure que Karelsky, su protagonista, tenía 31 años en 1795, mientras que en la página 24 nos indica que en la primavera de 1796 cumplió esos mismos años. Un leve desajuste, quizá debido a un error tipográfico.
Cuatro son los protagonistas de la historia: el primero es Johannes Karelsky, un violinista reclutado forzosamente por las tropas napoleónicas, que después de haber sido herido en combate ha de hospedarse en Venecia; el segundo es un luthier llamado Erasmus, en cuya pobre vivienda veneciana se aloja Karelsky; la tercera es Carla Ferenzi, hija de un conde y poseedora de una voz embriagadora; el cuarto es un enigmático violín confeccionado en madera negra por Erasmus, siguiendo las instrucciones extraídas de un cuaderno de Antonio Stradivarius, en cuyo taller aprendió el noble oficio de luthier. Y con esos cuatro ingredientes (y un trasfondo de amores imposibles y ajedrez) Maxence Fermine construye una delicada narración sobre las vidas que se consagran a un proyecto tan ambicioso como secreto: en el caso de Erasmus, la elaboración de un violín único, cuyo sonido imite la voz inolvidable de la mujer a la que amó en su juventud; en el caso de Karelsky, la escritura de una ópera especial, insuperable, mágica, que contenga toda la belleza del mundo en sus notas. Ambos logran su propósito, pero ambos fracasan (descubra el lector cómo), porque el destino rara vez autoriza a los seres humanos la consecución del éxito absoluto.
Un libro de algodón, que agrada y emociona leer.