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El violinista en el tejado

Por Isladesanborondon

EL VIOLINISTA EN EL TEJADO

El violinista, 1912-1913. Museo Stedelijk, Amsterdam

La retrospectiva que sobre Marc Chagall se expone hasta el 20 de mayo en el Museo Thyssen y en la sala de Exposiciones de Caja Madrid, y la reedición de las memorias del pintor por la editorial Acantilado, son una oportunidad para acercarnos al lado humano y a la maestría artística de uno de los artistas rusos más personales del siglo XX. Uno de sus personajes inspiró el título de un musical de Broadway, cuya versión cinematográfica dio la vuelta al mundo.
“Me llamo Marc, tengo espíritu sensible y nada de dinero, pero dicen que tengo talento.”  
A los trece años copió un retrato de Rubinstein que vio en la revista Niva, algo reprochable en un judío cuya religión prohíbe la representación de la figura humana. La naturaleza inquieta de Chagall consiguió que su madre lo inscribiera en la escuela de arte de su pequeña ciudad. El mayor de ocho hermanos era consciente de la condición humilde de su familia. Su padre, Zakhar, trabajaba como peón para un comerciante de arenques. "Todo me parecía misterioso y triste en mi padre. Imagen inalcanzable", podremos leer en la autobiografía que acaba de reeditar la editorial Acantilado. Su madre, hija mayor de un carnicero, era sin embargo una mujer vitalista que estuvo muy unida a su hijo y de quien Chagall recibió un apoyo incondicional en su vocación artística. Feyga-Ita tuvo con Chagall un parto muy complicado. Él confiesa que se recuerda en el momento del nacimiento -un don que compartía con Lev Tolstói quien también recordaba imágenes del principio de su vida-. Así lo cuenta en Mi vida: "Pero, ante todo, yo nací muerto." Pero el niño superó el color de la muerte y sus ojos se abrieron el 7 de julio de 1887 en Vitebsk, una pequeña ciudad de la actual Bielorrusia.
Vitebsk fue una constante en sus obras, al lugar de su infancia regresaba una y otra vez en su imaginación y en sus cuadros. Casas de madera con pequeños jardines y un corral para las aves. Calles sin asfaltar, que en invierno se congelaban y en verano se llenaban de agua. La familia, la comunidad judía, y sobre todo la calle, el gran escenario de la vida. Todo ocurría allí, en los pequeños jardines de las casas con sus escuetos corrales de gallos y gallinas. La vida en el pueblo, los nacimientos, las nupcias, los entierros, las fiestas tradicionales; cualquier acontecimiento se vivía en comunidad. Marc Chagall vivía inmerso en una cultura espiritual y simbólica tan enraizada en la personalidad de Rusia.  El misticismo inunda la pintura de Chagall. En su atmósfera y en sus temas se transparenta esa unión invisible entre el hombre y el universo, la subterránea unidad entre todas las criaturas de la Tierra. "El arte me parece sobre todo un estado del alma. Las almas de todo el mundo, de todos los bípedos y de todos los extremos de la tierra son sagradas", escribe. La energía de la vida de su pueblo, la magia que la envuelve, el pintor la concentra en su paleta de colores con una intención poética que juegan en el paraíso de su infancia. Ángeles, novias, cabras, vacas, tejados, gallos, músicos, yeguas y mujeres preñadas...Ellos flotan, mientras lo visible y lo invisible se narran al mismo tiempo en sus lienzos.
EL VIOLINISTA EN EL TEJADO

El violinista es un personaje inseparable de su obra y de su vida. Él mismo intentó aprender el instrumento. Uno de sus tíos tocaba el violín en todas las celebraciones judías. Chagall también nos cuenta que uno de sus abuelos tenía la excentricidad de sentarse en el tejado de su casa. Así lo sorprendió muchas veces su nieto que algún día sería artista. "Cada sábado el tío Neuch se ponía un taled cualquiera, y leía la Biblia en voz alta. Tocaba el violín, como una zapatero. El abuelo le escuchaba y soñaba. Tan solo Rembrandt hubiera sabido lo que pensaba el viejo abuelo, carnicero, comerciante, cantor, mientras su hijo tocaba el violín en la ventana, delante de los cristales sucios, recubiertos de gotas de lluvia y huellas de dedos." Ante estos recuerdos uno cabe imaginarse que Chagall fundiera  a ambos parientes en un único personaje dotándolo de un estatus angelical, que suspendido en el aire sobre los tejados de las casas, toca en su violín la melodía de la felicidad o el dolor que sienten los habitantes de su comunidad, como si fuera el violinista fuese el único que supiera desde allá arriba el destino que depara a los hombres.
En la retrospectiva de su pintura que ha organizado el Museo Thyssen y el espacio expositivo de Caja Madrid hasta el 20 de mayo, el visitante podrá contemplar El violinista (1912-1913), cuadro que pintó en París. Un músico con una proporción mayor que el resto de la ciudad que retrata, invade el espacio central. El violinista de rostro verde, barba azul y abrigo blanco, baila, apoyando uno de sus pies sobre el tejado de una casa, al son de su propia música. Flota feliz en su mundo de ensueño. Una de sus manos, blanca como la nieve que cubre el paisaje, sujeta el arco que busca el sonido del alma de un violín amarillo, como amarillo puede ser el color de la melancolía. Pero hay también otros cuadros significativos de Chagall la figura del violinista tiene protagonismo como El violinista verde, (1923); El músico,(1922); La boda,(1944); El violinista azul (1947); El gran desfile, (1979-80), entre otros.
EL VIOLINISTA EN EL TEJADO

Marc Chagall es un artista que está en contacto con la vida, con el alma del pueblo ruso y con el color de su iconografía. Se comprometió con la Revolución y ella, abandonó Francia y regresó a Vitebsk para dirigir entre 1918 y 1919 la Academia de Arte hasta que perdió su trabajo. Entonces se trasladó a Moscú para trabajar en el Teatro Judío Estatal de Moscú a cargo de la escenografía y el vestuario de obras como las del escritor Sholem Aleichem.  Pero en 1922, al igual que muchos intelectuales desencantados con el transcurso de los acontecimientos políticos abandonaría para siempre la URSS. Primero viajó a Berlín, y un año más tarde con su esposa Bella y su hija Ida, se estableció en París. El avance nazi en Francia durante la II Guerra Mundial lo llevan a Estados Unidos. Vivirá en Nueva York entre 1941 y 1948. Tras este paréntesis regresaría a Francia donde vivió hasta los 97. Murió el 28 de marzo de 1985 y fue enterrado en el pueblo de Saint-Paul de Vence (cerca de Niza).

EL VIOLINISTA EN EL TEJADO

Soledad, 1933. Colección Museo de Arte de Tel Aviv. Regalo del artista en 1953


Su mundo onírico, mágico, poético... el adjetivo que a cada uno le sugiera cada uno de sus cuadros, continúa siendo un referente del arte del s.XX, inconfundible e irrepetible. Él escapaba de cualquier encasillamiento, no le interesaban los "ismos" salvo para asimilar aquello que le ayudara a expresar lo que tenía que contar en su pintura. Él era un buscador nato con alma de niño curioso que probaba técnicas y especialidades artísticas para exprimirlos y conocer su poder expresivo. Experimentó con la escultura, el aguafuerte; creó vidrieras, y probó con la cerámica; ilustró libros (las Fábulas de La Fontaine, la Biblia, Las almas muertas, de Gógol), pintó el mural y numerosos decorados para el Teatro Judío de Moscú, redecoró los techos de la Ópera de París, y pintó dos murales en el Metropolitan Ópera House de Nueva York.

El musical de Broadway El violinista en el Tejado está relacionado con Rusia y con Chagall. La historia se basó en tres historias de su compatriota Sholem Aleichem  donde se narra la vida de una comunidad judía en la Rusia pre-revolucionaria. Los escenógrafos se inspiraron en el universo pictórico del artista, tanto de sus cuadros, como del mural que pintó en 1920 en el Teatro Judío de Moscú donde se contemplan las cuatro Artes: la música, la literatura, la danza y el teatro. Y cómo no podía ser de otra manera, la música está representada por un violinista con el rostro verde encaramado a un tejado. El musical se estrenó en septiembre de 1964 y tuvo un enorme éxito. Marc Chagall fue invitado a ver el espectáculo pero declinó la oferta porque lo consideraba una forma de arte vacío. En 1971, Norman Jewison dirigió la versión cinematográfica manteniendo la misma estética teatral. Al año siguiente, El violinista en el Tejado recibió ocho nominaciones y consiguió tres estatuillas de Hollywood.

 

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