La situación que vive Colombia es el crisol donde se funden muchas frustraciones de muy diversos actores y lamentablemente esas iras se canalizan mal, en abusos por encima de los otros. Una indolencia que se esparce como virus.
Desearía no hablar de ‘bandos’ porque me parece absurdo en mi concepción de que el Estado somos todos. Hacemos mal al clasificar con palabras que nos dividen como “ciudadanos e indígenas”… absolutamente segregacionista. Qué importante que los colombianos manifestemos el descontento, pero más relevante aún es que podamos aprender que cuando vayamos a exigir derechos no pasemos como una aplanadora por encima de los derechos de los demás.
Los abusos que se han detectado y documentado por parte de algunos miembros de la fuerza pública tienen que ser investigados y donde haya lugar, aplicar la fuerza del derecho sin titubear. Así mismo quienes creen que destruir el espacio público, la propiedad privada y más grave aún, la integridad de otras personas como justificación para hacerse oír del Gobierno también tienen que responder ante la justicia.
El bloqueo a las vías se convierte en un bloqueo a la vida. Millones de colombianos se ven afectados por estas acciones que impiden la circulación de alimentos, medicamentos y otros insumos vitales. Después de muchos meses de confinamiento por la pandemia, lo que ocasionó un retroceso feroz, miles de comerciantes esperan que quienes están detrás del Paro los dejen trabajar. El miércoles 19 en la emisión de medio día en Noticias Caracol, algunos humildes comerciantes del centro de Bogotá denunciaban haber sido amenazados si no cerraban sus puertas como muestra de apoyo al Paro.
El derecho constitucional a la protesta pacífica, así como los derechos a no protestar, a trabajar y a circular libremente por el territorio colombiano deben ser respetados y garantizados por el Estado (el Gobierno y todos nosotros).
Aquí nos toca desarmar primero los corazones, las palabras, las acciones… Si todos nos desarmamos, nadie tiene que armarse. Sigo insistiendo en la necesidad de rechazar toda forma de violencia.
No vamos a lograr nada si nos seguimos parando en la línea de nuestros prejuicios y no pasamos a escuchar al otro. No caigamos ante el canto de sirenas de los oportunistas politiqueros que se alimentan de los momentos de desesperanza y deseos de cambio radical de una sociedad.
Nota: Columna publicada originalmente en Vanguardia el día 20 de mayo de 2021