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En esta ciudad, desde septiembre, se había hecho ya una tradición que todos los lunes se protestara. La Alemania del Este era un hervidero. Cuatro días antes había caído el Muro de Berlín.
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El virus de la libertad: cómo cayó el Muro de Berlín
Sin dudas, el jueves 9 de noviembre de 1989 fue una larga noche para los alemanes. La noticia los tomó por sorpresa. Un funcionario del gobierno oriental anunciaba en una conferencia de prensa televisada que habían decidido suspender inmediatamente todas las restricciones a la libertad de viajar. Y de forma inmediata. Con ello quedaba sin sentido la frontera artificial que había dividido a Alemania en dos. La caída del Muro anunciaba no solo el desmoronamiento del aparato político de la RDA sino cambios profundos en la geopolítica global. Se ponía fin a la Guerra Fría.
En la política local de la Alemania comunista, ni Erich Honecker ni Egon Kretz pudieron contener la ola de cambios que sufrían en un plano global los regímenes socialistas. Era el virus de la libertad que contagiaba a la perestroika y se propagaba a otras partes del mundo. Desde Leipzig hasta Dresde millones de alemanes tomaron las calles reclamando libertad política, de expresión y de movimiento, cese de discriminaciones y privilegios, y el reconocimiento oficial de la oposición. Cinco días antes del 9 de noviembre, Berlín había experimentado la más grande manifestación de toda la historia de Alemania. Cerca de un millón y medio de personas acudieron a la céntrica calle Alexanderplatz exigiendo reformas democráticas.
Pocas horas después de aquella noticiosa noche, la RDA comenzaba formalmente a derribar parte del muro en la calle Bernauer del Berlín oriental, donde funcionarían nuevos pasos fronterizos que entrarían en vigencia en las primeras horas de la mañana del día siguiente. En los días sucesivos hicieron lo mismo en otras partes del muro. Centenares de curiosos se acercaron para observar la derribada; algunos buscaban alguna piedra de la muralla para llevársela como recuerdo; otros regalaban flores amarillas o blancas a los obreros de las maquinarias. Alguien se tomaba alguna fotografía. Sin duda eran imágenes memorables.
Ese mismo día, miles de alemanes orientales sin visa llegaron a Berlín occidental, respondiendo al fin de las restricciones que había decretado el gobierno comunista, como respuesta a la migración masiva de ciudadanos desesperados por las penurias y al clamor de mayores reformas políticas. El arribo de alemanes orientales estaba estimulado también por la bonificación de 100 marcos (unos 55 dólares) que recibían del Estado Federal para que pudieran gastarlos en compras al estilo occidental. La libertad de viaje convertía definitivamente en obsoleta a aquella otrora frontera de la muerte.
Quedaban atrás 28 años de terror y férreo control para cruzar la frontera. El muro se comenzó en la noche del 12 al 13 de agosto de 1961, cuando miles de soldados y policías del régimen alemán pro-soviético reclutaron por la fuerza a civiles para que ayudaran en la construcción. Esa misma noche se extendieron, provisoriamente, vallas y alambres de púa por un recorrido de 155 kilómetros y se cerraron 69 puntos de control fronterizo. Con el paso del tiempo el muro se convirtió en una zona militarizada, resguardada con las mejores técnicas para detectar y neutralizar a los desertores. La RDA intentaba evitar que su población siguiera huyendo, especialmente los más preparados.
La muralla fue bautizada oficialmente como “Muro de Protección Antifascista”, que en teoría era para evitar cualquier conspiración fascista que pudiera impedir la expresión de la voluntad popular de construir un Estado socialista. Fue conocido popularmente como el muro de la vergüenza.
El muro no solo era la división de la ciudad, sino que se convertía en el símbolo más significativo de la llamada Guerra Fría, que enfrentaba a Estados Unidos con el bloque soviético. El mundo se repartía en dos sistemas, el capitalista y el socialista. Pero ese hecho significó también la separación obligada de familias y seres queridos; muertes en los intentos de cruzar la frontera; y frustración de muchos proyectos personales. Durante décadas se revivieron algunos de los horrores contra los que se había luchado en la pasada guerra mundial. Libertades cercenadas, un férreo y opresivo control estatal, aislamiento, escasez y penurias fueron parte de la cotidianidad de los alemanes de la República Democrática, que dé democrática solo tenía el nombre.
A nivel global, era el fin de una época marcada por el predominio bipolar del mundo, donde la Unión Soviética y los Estados Unidos eran los modelos a seguir. Ambas potencias se enfrascaron en unas aceleradas carreras armamentistas, mientras que los países alejados del desarrollo industrial apostaban cambiar de status o terminaron alineándose con alguno de los dos.
La caída del muro físico en Berlín significó varias cosas al mismo tiempo: el comienzo de una nueva experiencia para las ideas liberales; la consolidación de la Unión Europea como comunidad política; el declive de la hegemonía económica norteamericana; la universalización del concepto de derechos humanos y la asunción del carácter imprescriptible de los crímenes contra la humanidad.
La ola invadió a Europa: Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Alemania oriental, Bulgaria y Rumania. Caía la cortina de Hierro, caía el Muro y se propagaba el virus de la libertad. La reunificación alemana se haría realidad antes de cumplirse el año de la derribada con la Ley Fundamental de Alemania del 3 de octubre de 1990. La epidemia libertaria solo fue controlada a finales de 1991, con el colapso de la Unión Soviética.
Autor: Jesús Eloy Gutiérrez, Docente-Historiador, Doctor en Historia del Mundo Hispano, para revistadehistoria.es
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Bibliografía
HOBSBAWN, Eric (1998). Historia del siglo XX. Buenos Aires, Crítica.
FUENTES Carlos (2002). En esto creo. Diccionario de la vida. Barcelona, Seix Barral
TORO HARDY, Alfredo (1993). Las falacias del libre comercio. Caracas, Panapo.
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