
Por Dante Palma

Sin embargo, también hubo voces lúcidas en el pasado y estoy hablando de un escritor británico que ya hemos mencionado en este espacio: J. G. Ballard. En su momento, hablando de la pandemia, habíamos comentado el cuento “Unidad de cuidados intensivos”, publicado en 1977, donde se contaba la historia de una familia cuyo vínculo se hacía exclusivamente a través de pantallas. Así el protagonista afirma: “Mi propia crianza, mi educación y mi ejercicio de la medicina, mi noviazgo con Margaret y nuestro feliz matrimonio, todo ocurrió dentro del generoso rectángulo de la pantalla del televisor”. Literalmente.

“El enorme espacio” es un cuento difícil de interpretar o, en todo caso, es un cuento cuya interpretación es abierta. Un hombre, de repente, decide no salir más de su casa. No estaba loco ni deprimido. Tampoco era perseguido. Tenía los problemas de cualquier mortal pero no muchos más:

Pasó un mes, luego otro y otro. La comida de la heladera ya se había acabado así que decidió cazar las mascotas desprevenidas de los vecinos que atravesaban su jardín. Con todo, el hambre cada vez era menos problema pues lo que parecía estar haciendo el personaje es un viaje hacia su interior. No casualmente Ballard fue el que alguna vez señaló que la ciencia ficción debía dejar de ocuparse de los extraterrestres y los vuelos interplanetarios para ocuparse del hombre y de la conciencia. Allí hay viajes más largos e insondables que hacer.
El jefe y su secretaria dejaron de llamarlo. Apenas algunas cartas de intimación por la falta de pago de los servicios llegaban a su puerta pero no mucho más. Con el paso del tiempo, el plan de desconexión con todo lo exterior estaba siendo exitoso y allí fue que empezó a sentir que la casa se hacía cada vez más grande:

A diferencia de lo que intuitivamente pudiéramos imaginar, el estar encerrado no hizo que la casa “se achicara” o “se le viniera encima”. Más bien lo contrario: tomar la decisión del encierro y comenzar un viaje interior, reflexivo, acerca de qué cosas le incomodaban del mundo exterior, generó una “disociación espacial”. La casa podría ser chiquita pero el interior de la mente es infinito y cada vez más grande. Cerrando la puerta por siempre, metiéndose para adentro, el protagonista ganó un espacio inmenso que va más allá de los límites objetivos de una casa. ¿Acaso no podemos pensar que un sentimiento similar podría haber sido compartido por muchas de las personas que a lo largo del mundo debieron permanecer encerradas en medio de la pandemia? ¿Cuántos viajes interiores impulsó el coronavirus?
Por otra parte, en el segundo cuento mencionado, “El parque temático más grande del mundo”, Ballard hace una crítica mordaz al espíritu europeo sin fronteras en el contexto de avance y consolidación de la Unión Europea:
“En efecto, solo en el otoño de 1995 los economistas de Bruselas se resignaron a la paradoja que ningún gobierno anterior había querido admitir: contrariamente a la ética protestante, que había fracasado miserablemente en el pasado, cuando menos trabajaba, más próspera y satisfecha se veía Europa”.


La información echó a correr y ya eran varios millones los turistas que habían invadido las playas a tal punto que nadie quería visitar el Louvre ni el palacio de Buckingham. La caída en las visitas fue tal que surgió la posibilidad de que fueran vendidos a una compañía hotelera japonesa.
Por otra parte, la masividad hizo que aparecieran liderazgos y organizaciones que primero optaron por modelos democráticos pero luego acabaron estructurados detrás de una lógica autoritaria. La situación llegó a tal descontrol que en 1996 la Asamblea de Estrasburgo decretó la clausura de las playas y la prohibición del bronceado y de cualquier tipo de ejercicio físico fuera del ámbito laboral. La consecuencia fue inmediata: los turistas exiliados construyeron barricadas con autos abandonados en las playas, fortificaron las entradas de los hoteles y establecieron equipos de buceo para comer buen pescado al tiempo que por las noches, estos vándalos de clase alta, avanzaban hacia el interior para llevarse ovejas y saquear las plantaciones.

Tras este episodio, Ballard concluye que Europa, cuna de la civilización occidental, había dado a luz al primer sistema totalitario combinado con el ocio. Dicho esto, podemos regresar a las predicciones que prestigiosos pensadores hicieron, especialmente durante el 2020, y preguntarnos si estamos más cerca del fin del capitalismo o de una porción cada vez más creciente de personas que de repente siente que estaba mejor encerrada en su casa, lejos de toda interacción con el mundo. En este mismo sentido, ¿qué es más probable? ¿Que la pospandemia nos lleve a un sistema de cooperación y ayuda mutua o a una explosión de turistas con síndrome de abstinencia que tras experimentar el home office y la finitud de la vida se lancen a una carrera delirante de hedonismo, ocio y disfrute cueste lo que cueste?

