
Cumplimos aproximadamente un año de transitar un acontecimiento trágico a nivel mundial: la pandemia del Covid-19. El mundo quedó en "silencio", calles desoladas, gobiernos desorientados, hombres y mujeres refugiados en sus casas, personas poderosas con terror, escuelas vacías, rostros cubiertos, hospitales desbordados. El planeta en su conjunto quedó atónito ante un acontecimiento que no podía (¿no puede?) comprender en profundidad. Por primera vez, un problema mundial puntual afectaba al mismo tiempo a todos los seres humanos del planeta sin distinción de razas, países, poder económico, credos, posición social o cultural. La naturaleza, la vida (a su modo), nos recordaba que hoy estamos todos conectados, que nadie (hoy) sobrevive aislado, que el bienestar y la salud es un bien común que debe llegar a toda la humanidad. Nos decía (nos dice) que algo esencial de la sociedad-humana había (hay) que transformar. Y debía ser… ¡“ahora”!.

Por Víctor Piccininni

¿Sería la humanidad capaz de escuchar esta “señal” y dar una respuesta mundial solidaria, bondadosa, compasiva, sin discriminación ni violencia? ¿Podría escuchar esa necesidad, ese “clamor” profundo que reclamaba (reclama) una transformación de su habitual sistema de respuesta basado en el poder económico, el individualismo y la violencia?… ¡el desafío estaba planteado!:
“generar una respuesta mundial organizada y equitativa que llegue simultáneamente a todos los rincones del planeta. Poner la ciencia al servicio de TODA la humanidad, sin discriminación, sin poner el dinero por encima de la vida humana, sin ciudadanos de primera, segunda o tercer categoría”.
La ciencia comenzó un veloz despliegue. Encontró parciales respuestas al problema (las vacunas). Hoy vemos como el poder económico (grandes laboratorios ligados al poder financiero) y los gobiernos poderosos se adueñan (nuevamente) del desarrollo científico y lo distribuyen según la lógica violenta del “sálvese quién pueda”. Las organizaciones internacionales (ONU, OMS) elevan voces declamativas sin capacidad de transformar nada. El poder está en otro lugar.
El desafío parece quedar en el olvido. Las vacunas desarrolladas se distribuyen según la lógica mercantilista y el poder político-económico de cada región. Algunas tendencias confirman esta penosa conclusión:

Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Europea frenan cualquier programa impulsado por la OMS para impulsar el envío de vacunas a las regiones de mayor pobreza (África y algunas regiones de Asia).
El 75% de las vacunas aplicadas se han hecho en sólo 10 países. Más de 130 países no han recibido ni una sola dosis.
Más de 100 países recibirán las primeras vacunas a finales de 2021 o en 2022. (Fuente: Oxfam – www.oxfam.org)
Por el momento, este “pedido” y este reclamo de igualdad, justicia y solidaridad mundial no se ha escuchado o no tuvo la suficiente fuerza.
Una “oportunidad” por ahora (casi) perdida.
En un año, la pandemia desnudó la crisis capitalista y las desigualdades
Por Aram Aharonian

La pandemia del Covid-19 es incomparable con otras: sabemos que cambiará el mundo, pero no tenemos certezas cómo ni hacia dónde. En esta pandemia de incertidumbres, famosos filósofos como Slavoj Zizek, Byung-Chul Han o Giorgio Agamben arriesgaron predicciones que variaban entre el fin del capitalismo, variopintas teorías conspirativas y futuros sombríos de más aislamiento e individualismo.
Todas estas predicciones tienen algo en común: carecen de evidencias. Seguramente no haya un modelo único de sociedad para después de la peste y, entonces, lo que harían falta son pensamientos serios y fundados con perspectiva histórica y social. Porque no cabe duda de que el mundo será muy distinto y los problemas fundamentales serán el desempleo, el hambre y la necesidad de alimentar a millones y millones en todo el orbe.
Pero sin ideas ni imaginación responsable y rigurosa es imposible pensar soluciones progresistas que permitan construir sociedades más equitativas y mejor preparadas para combatir no solo epidemias sino otros problemas, con especial atención a los más necesitados y urgidos en un mundo instalado en la derecha y con fuertes tendencias irracionalistas y autoritarias, con destellos xenófobos y discriminatorios..

Entonces, cuando los gobiernos piensan que lo peor ya ha pasado, tras una campaña exhaustiva de vacunas y paquetes billonarios de reactivación económica, el mundo, de repente, se enciende: hay batallas campales en cientos de ciudades, y los edificios en llamas se proyectan en millones de pantallas de televisión. Los gobiernos caen en elecciones tumultuosas, señalan Philip Barrett y Sophia Chen, en su informe Las repercusiones sociales de las pandemias (enero del 2021).
Allí señalan que una pandemia “pone de manifiesto las fracturas ya existentes en la sociedad: la falta de protección social, la desconfianza en las instituciones, la percepción de incompetencia o corrupción de los gobiernos”. Lo dice el FMI: Amén.
Pandemia de obviedades

La segunda, es que aunque todos los seres humanos somos huéspedes potenciales del virus, éste no es democrático en dos aspectos fundamentales, ya que supone un mayor riesgo para algunas personas y sus impactos económicos no se sentirán por igual en todas las partes del mundo, recayendo sobre todo sobre los países en desarrollo.
La crisis ha demostrado el grave peligro que supone el ocaso del multilateralismo y la desunión mundial. Se han perdido muchas vidas debido a la incapacidad de los líderes mundiales -y de cada país- para trabajar juntos. Quedó al desnudo lo fracturado que está el sistema internacional y reveló lo peligrosa que es esta situación.

Los optimistas esperan que la pandemia haya servido como campana de atención para la humanidad. Hay un nacionalismo mal entendido y difundido: el nacionalismo significa cuidar a tus compatriotas; no odiar a los extranjeros. Si todos los países cooperaran existe la posibilidad de que la covid-19 sea la última gran pandemia de la historia. Si...
En el centro de la pandemia

El Covid-19 provocará el cierre de 2,7 millones de empresas en América Latina y el Caribe, y la pérdida de unos 8,5 millones de puestos de trabajo, advirtió la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). La pandemia magnificó los problemas estructurales que arrastraba la región y el choque del distanciamiento y cierre de actividades se comió siete años de avances regionales en materia de desarrollo social.
El regreso a las clases presenciales de escolares y liceales en varias de nuestras capitales estuvo tensionado por muchísimas dudas y una única certeza: nada es igual que antes. Las formas de convivir entre niños, familias y docentes se redefinen día a día, y cambian de escuela en escuela. ¿Cómo se aprende y se enseña cuando el futuro a corto plazo no ofrece garantías? Problemas edilicios, malabares pedagógicos, reencuentros, expectativas y nuevas formas de vincularse a la distancia
En general, ante la pandemia, nuestros Estados apostaron a intervenir a través de políticas públicas sanitarias, económicas y sociales, pero la pandemia desnudó las limitaciones estructurales y coyunturales. El covid-19 puso en el centro los debates sobre las urgencias de una transición económica, ecológica y social, que trascendió de los planteos de activistas e intelectuales –incluso algunos de ellos elaborados años atrás- a la agenda pública.
Y las reuniones por internet promovieron debates y manifiestos de científicos, intelectuales y académicos, que abarcaban desde el cambio climático y una agenda verde, hasta una renta básica universal y la condonación de la deuda externa de los países pobres.

Este año de pandemia nos ha llenado de metáforas y conceptos con los que tratamos de catalogarla, pero siempre conservado el lenguaje político de la metáfora bélica, la alusión a la guerra contra el virus, que sirvió para ocultar y desdibujar las causas estructurales de la crisis, apuntando sólo a los síntomas, con lo que se esperaba lograr la cohesión social frente al daño, ante un enemigo invisible y desconocido.
Mientras seguimos con el barbijo puesto y el temor (o terror?) en nuestros corazones, la pandemia marcó un repliegue generalizado a las agendas nacionales, relegando o poniendo en discusión el valor del multilateralismo y los liderazgos mundiales, debido a la realidad comprobada de la falta de estrategias cooperativas e internacionalistas.
En el último año, en plena emergencia, la paralización de las actividades económicas se tradujo en una reducción de 7% de la emisión de gases de efecto invernadero, a pesar de que el neoextractivismo no cesó sino que se aceleró como apuesta de los gobiernos a la exportación agrícola y minera en busca de divisas que apuntalaran una reactivación económica en esta etapa que algún publicista vende como “la nueva normalidad”.

Desde el 26 de febrero de 2020, cuando se registró el primer caso de coronavirus en Latinoamérica, una veintena de ministros de sanidad –que habían ganado gran capacidad de gasto y por ende poder político- han debido abandonar sus cargos. Las causas, desde divergencias políticas hasta fallos estratégicos, desde corrupción en la compra de insumos y medicinas hasta en el proceso de distribución y aplicación de las vacunas
Había una vez algo llamado trabajo

Según un informe de la CEPAL sobre el rol de las cuidadoras durante la pandemia, la misma en Latinoamérica dejará a 118 millones de mujeres viviendo en la pobreza, lo que implica un 22% más que en 2019. En este mismo informe se detalla que 15,2% de las mujeres quedaran desempleadas, seis puntos más que en 2019.
Alrededor de 13 millones de mujeres en nuestra región vieron desaparecer sus empleos o limitarse su desarrollo laboral por la pandemia de Covid-19, que exarcebó las brechas de género en los mercados de trabajo de la región, señaló la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Dos mil millones de personas, más del 61 por ciento de la población empleada en el mundo, se ganan la vida en la economía informal sin acceso al diálogo social; el 58 por ciento de las mujeres y el 63 por ciento de los hombres del mundo trabajan en la economía informal.
Aquí también las mujeres, tienen muchas más probabilidades que los hombres de pertenecer a los segmentos más vulnerables de la economía informal como trabajadores domésticos, trabajadores a domicilio o trabajadores familiares auxiliares, lo que significa que tienen poca o ninguna protección contra el despido y poco acceso a la protección social, incluida la licencia de enfermedad remunerada.

Por otro lado, ha aumentado la concienciación pública sobre la labor, a menudo compleja e infravalorada, de determinados grupos, en particular los trabajadores de los sectores sanitario y de atención social y los servicios de limpieza, así como los trabajadores domésticos, cuya labor ha sido y sigue siendo primordial para superar la pandemia.
Y como si todo esto fuera poco, la ONU informa que más de 30 millones de personas en más de tres docenas de países, están a solo un paso de la declaración de hambruna y 10 millones de ellas se encuentran en grave riesgo de morir de hambre. Pero la causa principal de esta situación no es la pandemia, que ha acelerado procesos de empobrecimiento en el mundo entero, sino que se trata de una consecuencia directa de los conflictos armados vigentes y que ni siquiera el coronavirus detuvo.
¿Futuro?

Lo cierto es que no podemos respirar, no es sólo el covid … el capitalismo nos está matando.
Víctor Piccininni / Aram Aharonian

