Es para rescatar la explosión de creatividad visual que llenó los muros de Santiago y gran parte de Chile, ue acompañaron las manifestaciones de los diferentes colectivos que fueron uniendo sus demandas contra los abusos del modelo neoliberal chileno, como el caso de como es el caso de "Alicia en el país sin maravillas" de Javier Barraza.
La revista "The Economist" nació en 1843 y, a lo largo de casi 180 años, ha sido firme defensora del capitalismo. En consecuencia, su enojo con Piñera responde más bien a la torpeza que éste ha mostrado para protegerlo antes que a diferencias ideológicas.
Es claro que a la revista británica le disgusta la gestión de Piñera. Destaca la torpeza y lentitud del Gobierno en defender a los chilenos de las consecuencias económicas del Covid-19. Esta crítica coincide con los argumentos opositores y la de los parlamentarios de derecha, que han apoyado el retiro de los fondos de las Administradoras del Fondo de Pensiones (AFP) en el escenario de un Estado de Catástrofe. Agrega que los chilenos ricos obtienen muchos mejores servicios de salud y educación que los pobres y que "Las pensiones que los chilenos ahorran para su vejez, resultaron ser más bajas que lo que muchos esperaban cuando el sistema fue implementado en 1980".
La revista británica se ha dado cuenta que Piñera no tiene capacidad para gobernar y que está conduciendo al país a una dramática crisis. "The Economist" ya lo había cuestionado cuando se produjo el estallido social del 18-O. En esa oportunidad destacó que sus respuestas fueron ineptas y ayudaron a desatar la crisis. Se refería a esa "guerra" que anunció Piñera y, también, a los torpes dichos de los ministros de Economía y de Hacienda que obligaron a sus despidos del gabinete.
"The Economist" no hace más que constatar que Chile vive un momento de profundos cambios. Las vigorosas protestas del 18-0 contra el orden económico-social y, ahora, el masivo apoyo ciudadano al retiro del 10% de los ahorros en las AFP, revelan que existe una fuerza mayoritaria para transformar el modelo neoliberal. Esto se ve ratificado por el acuerdo parlamentario mayoritario, de la oposición y parte de la derecha, para convertir en ley el retiro del 10%.
El sentido común está cambiando. La hegemonía cultural neoliberal comienza a hacer agua porque ha crecido la conciencia que el actual estado de cosas no puede seguir. Y, si la clase política no apoya el camino de transformaciones, que está exigiendo la mayoría ciudadana, se desatarán incontenibles protestas sociales. La revista británica, prefiere cambios al sistema capitalista antes que éste entre en una completa debacle.
La dolorosa experiencia del coronavirus es una lección no sólo en el ámbito de la salud, sino desnuda el injusto e irracional sistema económico y social existente; pero, fueron las protestas de octubre del año pasado las que abrieron el camino. El coronavirus y el 18-O desafían también a una clase política que achicó el Estado y que se convirtió en protectora del sistema de desigualdades e injusticias.
La crisis en curso ofrece condiciones de posibilidad para los cambios. Sin embargo, éstos no serán automáticos, sino dependerán de la lucha de los hombres y mujeres afectados durante décadas por insoportables desigualdades e injusticias. Pero, los cambios también dependerán de la construcción de la convergencia política de todos aquellos dispuestos a terminar con el neoliberalismo. Habrá que caminar en esta dirección teniendo como faro que termine con el Estado subsidiario y que coloque en su centro a toda la sociedad y no la protección del 1% de los más ricos.
Chile demuestra que los momentos más creativos para una sociedad no siempre (o nunca) ocurren en los parlamentos, sino en las calles, donde las personas influenciaron cambios de regímenes y agendas políticas. Son las personas, que en su colectividad, exigiendo en las calles, arriesgando la vida, mostrando el desprecio al actual sistema y a la dependencia del Estados corrupto, represor y sumiso de la oligarquía, han mostrado el cansancio frente a una situación económica, política y cultural caduca.
La influencia no sólo es política, se convirtió en social y cultural, y debe producir algo que la actual democracia es incapaz de producir: conciencia y cambios concretos.