Revista Opinión

El volcán de la deuda pública

Publicado el 01 octubre 2014 por Polikracia @polikracia

La situación de la deuda pública me recuerda a la de un volcán. Si éste permanece tranquilo construimos poblados y asentamos el porvenir en torno a su falda. Sin embargo nos aterra las consecuencias que pueda tener una erupción en el momento que ésta se produce.

En Armero ocurrió algo parecido. Una tranquilidad asentada en más de un siglo se vio perturbada por el horror consecuencia del estallido del Nevado del Ruiz. No obstante, no fue una sorpresa para algunos, que venían avisando de los riesgos que podía entrañar no tomar medidas de evacuación de las poblaciones. Erupciones de gases, lluvia de arena o vapor de agua hacían indicar lo que podía venirse encima.

Sin embargo, sólo unos pocos ponían voces a estos malos augurios y de inmediato fueron tachados de alarmistas. Los políticos fueron el mayor obstáculo. Las evacuaciones son impopulares y no ayudan en las elecciones siguientes.

Hace unos días conocíamos las cifras de la deuda pública española. Supera ya el billón de euros y representa el 98,9% del PIB español. A pesar de las medidas restrictivas tomadas en cuestión de gasto público parece ser que éste no deja de superar a los ingresos y tenemos que seguir pidiendo a los privados. Algunos ya vaticinaron que el punto de ‘no retorno’ está en el 100% del PIB. Por suerte o por desgracia no hay nada estipulado en este sentido, y el desborde puede tener mayor margen que esa representación del producto interior bruto, o incluso menor, y ya haber sobrepasado ese malsonante punto sin aun tener que digerir sus consecuencias.

Parece que vivimos con tranquilidad bajo la sombra de esa majestuosa deuda pública que se ha construido en el derroche y el caciquismo, y no la hemos conseguido menguar por los miedos de este Gobierno a deshacer cualquier organismo burocrático que le pueda llevar a perder las siguientes elecciones.

Otros van más allá y todas las medidas ‘imaginativas’ (se venden así pero están más obsoletas que el Seat 600) pasan por incrementar el gasto público. No cala en una buena parte de la sociedad otra idea que no sea la del Estado omnipresente y controlador, que potencie el gasto público como motor… y la deuda pública como gasolina, debo suponer. Los que advierten de los peligros de no atajar este problema son simplemente unos alarmistas al servicio del capitalismo (o cosas más feas e ‘imaginativas’ también).

Tal como sucedía en torno al Nevado del Ruiz, estos alarmistas ya estaban teniendo experiencias y evidencias meses atrás de lo que podía ocurrir. En nuestra situación también ha habido expertos que han analizado el humo color verde y las chispas anaranjadas que precedieron al incendio de los mercados. La pestilencia de nuestras cuentas se intenta reconducir al olvido por lo lejano que pudiera parecer un estallido de la deuda pública, a modo de burbuja, o como pretende hacer mi comparativa, a modo de volcán.

Muchos nos pretenden construir el porvenir en las laderas de la deuda pública. Pretenden que los cimientos de nuestro futuro se afiancen en el camino del lahar, desprestigiando o mofándose de cualquiera que pretenda alertar de sus peligros.

En aquél caso, la solución pasaba por desalojar las poblaciones como modo irremediable. En el que nosotros tenemos entre manos se puede evitar hasta la propia catástrofe. Eso sí, con un plan de contención del gasto burocrático que es el único que no se ha contemplado de modo efectivo. La gente ha tenido que soportar antes cómo se le recortaba en sanidad, educación y en el sueldo de funcionarios en su totalidad, en vez de realizar esfuerzos reales en podar aquello innecesario de la administración.

Tal vez quitar todos aquellos embriones de las comunidades autónomas, diputaciones, entidades locales y empresas públicas le haga pensar a Rajoy que le va a hacer llevar una cruenta batalla con sus propios correligionarios, los que chupan del bote, y con los nacionalistas que viven de este pasto.

Ese miedo a perder las elecciones convierte a Rajoy en el mayor obstáculo para llevar a cabo una de las medidas que nos podrían salvar.

Tomo como propias las palabras que emitió Humberto Arango Monedero un mes antes de la catástrofe de Armero, y que perfectamente podrían ser paralelas con nuestra situación: “No quiero ser profeta de desgracias, pero los fenómenos que vienen sucediendo nos conducirán ya no a presagios sino a la catástrofe misma. […] Que no se diga que no se advirtió al Estado de cumplir con sus funciones a tiempo”.


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