Revista Europa
El escritor siciliano Leonardo Sciascia compara el Etna con “un inmenso gato que tranquilamente ronronea, que cada tanto se despierta, bosteza, se estira con pereza y con una distraída pisada cubre una vez un valle y otra borra pueblos, viñedos y jardines”.
En toda la provincia de Catania y en buena parte de la Sicilia centro-oriental el Etna domina el espacio. Al volcán activo más alto de Europa (3300 metros) le dicen, en dialecto, “a muntagna” , aunque también es conocido como Mongibello, del árabe Gebel = montaña.
Difícilmente una montaña haya influenciado y marcado tan profundamente a través de los siglos, la vida y la cultura de un pueblo como lo ha hecho el volcán Etna.
A un “no catanés” le resulta difícil entender el vínculo que existe entre la ciudad, la población y el volcán: una relación de odio-amor, un mismo lugar que puede dar contemporáneamente muerte, destrucción, miedo... y después trabajo, frutos y distracción gracias a un particular conglomerado de pueblos.
Vivir en el “catanese” significa convivir con la lava y su color negro que está presente en todas las construcciones: casas, iglesias, edificios, calles y muelles.
En la antigüedad, el Etna era conocido como la “fábrica” de Efeso, dios del fuego. Muchos viajeros extranjeros, como Goethe, Dolomieu y Byrdone, en sus relatos de viajes incluian al Etna en sus itinerarios.