Revista Sociedad

El Votante en su Laberinto

Por Jmbigas @jmbigas
Estamos a un par de días solamente de una de las Elecciones Generales más decisivas de las últimas décadas, y, sin embargo, las encuestas, sondeos y sensaciones de los entendidos parecen indicar que hay, todavía, un elevado número de votantes indecisos. Según algunas fuentes, incluso por encima del 20% de los que están seguros de que irán a votar, todavía no saben muy bien por quién. El Votante en su Laberinto Y es que el escenario político, esta vez, es complicado y, a la vez, apasionante. Hay dos formaciones emergentes, que no están presentes en el Parlamento actual y que, según todos los indicios, pueden alcanzar una posición importante, incluso por encima de los cincuenta escaños cada una de ellas. Ciudadanos y Podemos son los grandes protagonistas. Y parece que podrían barrer a otras dos fuerzas que ocupan espacios parecidos, pero que nunca han sabido ser algo más que fuerzas testimoniales. Estas elecciones podrían ser el final de UPyD y de Izquierda Unida. O no, que sorpresas habrá el domingo, con seguridad. El bipartidismo de PP y PSOE, que han tenido la total hegemonía de la escena política los últimos casi cuarenta años, está muy seriamente amenazado. Las previsiones indican que podrían estar, conjuntamente, claramente por debajo del 50% de los votos. Este bipartidismo que ha venido perpetuándose a sí mismo es víctima de la esclerotización de la política, de la tiranía de la partitocracia y del aparato de los propios partidos, y de un sistema político que ha facilitado hasta límites irrespirables la construcción de auténticas maquinarias de corrupción, latrocinio y saqueo de lo público. No lo tienen todo perdido, pero deben apuntarse con premura y decisión al carro de la regeneración política. Lo que, hasta ahora y por cierto, no se ha visto con nitidez. Ha llegado el momento de un cierto cambio de régimen, que sustituya al statu quo creado por el proceso constituyente que culminó en 1978, y que ha prestado grandes servicios a España desde entonces, pero que se ha ido agotando y quedando sin fuelle. Ciudadanos y Podemos, desde posiciones reconocibles como neoliberales a la derecha y socialdemócratas a la izquierda, representan muy bien esa esperanza de cambio, no sólo de Gobierno, sino también de régimen y de práctica política. Cabe la posibilidad de que, en unos años, puedan constituir el nuevo escenario de bipartidismo que nos acompañe las próximas décadas. Pero el voto, que es un acto de tremenda intimidad, se mueve a menudo por emociones no siempre perfectamente identificables. En el voto del 20D reconoceremos, por lo menos, el temor y la esperanza. Algunos sienten el temor de que los nuevos actores no estén capacitados para gobernar España. Es cierto que son formaciones muy jóvenes, casi sin historia (por lo menos a nivel nacional, en el caso de Ciudadanos) y que han crecido mucho y con mucha rapidez. Esto ha provocado, inevitablemente, crisis de crecimiento, ya que han tenido que incorporar cuadros a gran velocidad y no siempre con los necesarios filtros. De otra parte, el mensaje de Podemos se ha ido atemperando, desde la dinámica prácticamente antisistema, heredera de los movimientos populares del 15M, hasta una posición mucho más asimilable a una socialdemocracia del centro o norte de Europa. Esto también ha creado confusión en algunos de sus seguidores tempranos, aunque ha atraído a muchos votantes tradicionales del PSOE. El mensaje de Ciudadanos, por su parte, resulta a menudo algo ambiguo, y difícilmente situable en el espectro tradicional español derecha-izquierda. Y las declaraciones poco contenidas y nada disciplinadas de algunos de sus representantes han creado fuegos donde no los había. Parece que los españoles tenemos ciertas dificultades para poner derecha y moderna en la misma frase.

El Votante en su Laberinto

Los cuatro líderes políticos que, muy probablemente, van a tener
protagonismo tras el 20-D.
(Fuente: elperiodico)

De otra parte, Mariano Rajoy no creo que despierte entusiasmo, ni siquiera entre muchos del fondo de armario de los votantes tradicionales del PP. Pero hay que reconocer que es un estadista veterano y, a estas alturas, bastante predecible. Para muchos puede representar una tabla de salvación ante lo desconocido. Pero, a su vez, tiene algunas sombras graves que le persiguen. De una parte, la mentira. Porque, al poco de llegar al Gobierno, empezó a hacer todo lo contrario de lo que decía el Programa electoral del PP en 2011. Claro que el PP culpa de ello a la herencia recibida de la última etapa de Zapatero. Una excusa que no convence a los que no somos hooligans del PP. Además, en estos cuatro años, el Gobierno del PP se ha instalado en la permanente invención de neologismos y perífrasis para disimular una situación económica que, desde luego, no es ni mucho menos buena para una parte importante de la población. Ocultando las falacias bajo una retórica barroca. Es cierto que se ha empezado a crear empleo en los últimos dos años. Pero también es cierto que la economía, incluso la globalizada, es cíclica, y ahora toca un ciclo de cierta expansión, que no es, por lo menos no en su totalidad, obra o resultado del Gobierno del PP. Sin descontar otros factores que coadyuvan a una imagen económica algo menos apocalíptica, como la depreciación del euro (que facilita ciertas exportaciones) o la bajada del precio del petróleo. Las cifras no engañan, y al final de la legislatura hay algunos ocupados cotizando menos que al principio de la misma, ahora hace cuatro años. Y los salarios se han degradado, lo que tira a la baja de las cotizaciones sociales que deberían hacer sostenible, por ejemplo, el sistema de pensiones. La tibia recuperación económica está siendo injusta, porque los salarios se han despeñado y el riesgo de exclusión social ya no es sólo patrimonio de los desempleados, porque ha nacido una nueva clase social, la de los trabajadores que no ganan lo suficiente como para poder vivir dignamente. Esto está creando fuertes tensiones sobre los sistemas de solidaridad, Y conviene no olvidar que la caridad y la solidaridad son valores que contribuyen a hacer frente a emergencias sociales, pero no son un sustituto para compensar desequilibrios estructurales. Además, muchos ciudadanos recriminan al PP su uso torticero de la palabra, que ha ido sembrando la actualidad de agravios absurdos y perfectamente evitables, si hubieran utilizado el lenguaje de un modo mucho menos agresivo y partidista. En este catálogo tendríamos desde el Que se jodan (dirigido a los desempleados) de esa diputada (hija del impresentable Carlos Fabra), a la movilidad exterior de la Ministra de Empleo, tratando de disimular el fenómeno migratorio que estamos viviendo, o la indemnización en diferido con la que tuvo que lidiar María Dolores de Cospedal o lo de españolizar a los alumnos catalanes del ex ministro Wert. Las palabras pueden herir tanto como las armas más afiladas. Y hacen sangre. Personalmente, además de todos estos temas, mi principal reproche al Gobierno del PP es que para nada ha trabajado para desarrollar las bases necesarias para que, en dos o tres décadas, España se parezca al país que nos gustaría que fuera. Nada se ha hecho para modificar el modelo económico español, a fin de poder ser más competitivos con los países más avanzados de nuestro entorno, y no con los países de mano de obra más barata, que es uno de los efectos secundarios de su famosa Reforma Laboral. Estamos intentando remontar la crisis subiendo por la misma pendiente por la que nos despeñamos a partir del 2007. Y eso deja atrás a los enfermos y heridos, y nos condena a repetir la historia. Se ha descapitalizado, todavía más, la investigación, y muchos jóvenes de la generación mejor formada de nuestra historia reciente se han visto obligados a buscarse la vida lejos de nuestras fronteras, contribuyendo al desarrollo de otros países. Una ruina para España. Para explicar el descenso de las cifras del paro, hay cuatro razones posibles, de las que el Gobierno sólo quiere utilizar una. El paro puede bajar porque más gente encuentra empleo. Pero hay menos cotizantes en la Seguridad Social, lo que desmiente este argumento. Puede bajar también si hay gente que se marcha del país y deja de constar como parado. O también por la gente que ha abandonado toda esperanza de volver a trabajar, y se ha borrado como buscador de empleo. Y, finalmente, también puede bajar porque más gente se dedica a actividades de economía sumergida. Me temo que de todo hay, pero el Gobierno insiste en sólo aceptar y declinar la primera, la que más cree que le favorece. Con el PP, la mayoría de españoles parecen condenados a ser los camareros de Europa, con contratos extremadamente volátiles, de cuatro horas, pero trabajando doce a cambio de una pequeña compensación adicional en B. De esta forma no conseguiremos nunca ser un país más avanzado, competitivo y feliz. Sólo repetir periódicamente las caídas y las crisis muy profundas. No deberíamos aceptar que un 12% de paro se considere paro técnico, ni que periódicamente debamos enfrentarnos a cifras de desempleo claramente superiores al 20% (lo que no sucede, por cierto, en ninguno de los países avanzados de nuestro entorno).  Y, por último, la corrupción, que ha ilustrado día tras día todas las portadas. Dejando al margen la infinidad de escenas impresentables que nos ha tocado vivir, las tramas Gurtel y Púnica ilustran a la perfección cómo el sistema ha permitido diseñar maquinarias perfectamente corruptas, para ejecutar con precisión el saqueo de lo público. Y resultan patéticos cuando intentan convencernos de que el problema de la corrupción es de las personas y no del partido, ni del sistema. Eso, simplemente, es una falacia lamentable. Y lo que ya se ha sabido sobre Bárcenas y sus papeles no tiene nombre. El Gobierno ha sido muy tibio en el reproche y erradicación de ese tipo de corrupción, lo que nos hace sospechar a muchos que los que intentan sofocar el fuego no están lo suficientemente limpios como para poder actuar sin trabas ni compromisos. El tema de los famosos sobresueldos en B, en sobres manila o cajas de puros, sé que seguirá siendo una leyenda urbana, porque esas cosas son prácticamente imposibles de demostrar en sede judicial. El dinero B, por definición, nunca aparece en las contabilidades oficiales ni en las declaraciones a Hacienda. Pero, por lo menos, que no nos tomen por imbéciles. A mí me resulta francamente sorprendente el prurito de agredido ofendido que adoptó Rajoy cuando Pedro Sánchez, en el Cara a Cara del pasado lunes, le dijo que no era un político decente. No le llamó delincuente, porque sabe, como la gran mayoría de españoles, que eso nunca se podrá demostrar. Pero Rajoy parece haberse olvidado de que el desempeño de la política, aparte de estar sometido a posibles responsabilidades judiciales, en su caso, está permanentemente sujeto a la responsabilidad política, que siempre es inevitablemente subjetiva. La decencia, en política, no es un atributo que sea demostrable que se tiene o no, si no en función de lo que una mayoría de ciudadanos perciban. La respuesta de Rajoy debería haber sido: Bueno, esa es su opinión. Además, me resultó francamente casposa su línea de defensa en el sentido de que lleva 30 años dedicado a la política. ¿No será ya demasiado, señor Rajoy?. En fin, creo que, en sólo cuatro años, el PP ha hecho méritos más que suficientes para ser apartado del poder, y darles la oportunidad de depurarse en su rincón de todas las toxinas que han ido acumulando. Necesitan como el comer su propia travesía del desierto. Sólo deberían votarle los hooligans. ¿Y qué decir del PSOE?. Acabó absolutamente desarbolado la etapa Zapatero, donde tuvo que traicionarse demasiadas veces a sí mismo. Ya analicé con cierta extensión esa época. Cometieron el error de practicar el sectarismo con demasiada frecuencia, el pecado de gobernar para los suyos y no para todos los españoles. Rubalcaba, político sagaz donde los haya, tenía claro que su única posibilidad era retirarse de la primera línea a su cátedra de Química, y dejar que otros lidiaran con ese toro. Pedro Sánchez es joven y guapo, pero es un líder discutible y discutido del Partido Socialista. Con demasiada frecuencia es bombardeado por el fuego amigo. Me temo que el partido necesita otros cuatro años para regenerarse de nuevo, para depurar sus muchos pecados, cambiar otra vez de líder, y prepararse para un nuevo asalto al poder en 2020. Y eso suponiendo que el escenario político no haya cambiado tanto que ya no tenga cabida un partido histórico como es el PSOE. El 20D votar al PSOE significa querer un cierto recambio, pero sentir temor por el cambio. El liderazgo de Pedro Sánchez, por su parte, no creo que sobreviva al fracaso anunciado en estas Elecciones Generales. Creo llegada la hora de los emergentes que, aparte de otras delicias, aportan aire fresco a un ambiente enrarecido. No hay duda de que, con el poder, tendrán que hacer frente a sus propios episodios de corrupción, pero espero que los sepan lidiar con firmeza y diligencia. Parecen genuinamente animados para llevar adelante la regeneración política de este país, para trabajar por la separación efectiva de poderes, dispuestos a negociar reformas constitucionales que permitan que la mayoría de españoles podamos sentirnos razonablemente felices y queridos en nuestro propio país. Tendrán que demostrar que son capaces de gobernar para todos y no sólo para sus votantes, y que tienen en la cabeza el país que les gustaría que fuera España en el 2040 y que trabajan todos los días para acercarnos a ello. Por supuesto que nada será perfecto, porque la perfección no es un atributo humano. Pero, como mínimo, será esperanzador ver renovado el ambiente en el Congreso de los Diputados y espero que también en la Moncloa. Según la aritmética que salga de las urnas veremos las posibilidades reales que van a existir de articular mayorías para el Gobierno de España. Ahí se pondrá a prueba la flexibilidad de cintura de los nuevos, pero también de los veteranos. Porque cuando el PP habla de estabilidad para la gobernabilidad del país, quiere decir mayoría absoluta del PP. Y los otros tres (PSOE, Ciudadanos y Podemos) hacen ascos a clarificar cuál será su actitud negociadora, porque hasta el domingo su único objetivo es conseguir ser la fuerza más votada, lo que tienen muy, muy complicado. Claro, también se podrá votar a los dos partidos que están en la UVI (UPyD e Izquierda Unida). Francamente, me cuesta entender, si no fuera por la fuerza de ciertos egos, cómo no ha sido posible que se integren en las nuevas formaciones, que tienen mucho más empuje y mucho mejores perspectivas, y además ocupan espacios sociológicos homologables. En ciertas regiones, además, se podrá votar a fuerzas nacionalistas. Pero el votante deberá tener en cuenta que su fuerza en la gobernabilidad de España se ha visto seriamente deteriorada por la decrepitud del bipartidismo, que fue su pesebre durante décadas, al actuar de bisagras en favor de unos u otros, a cambio de favores o competencias. Y en todas partes habrá, también, una docena larga de otras formaciones inevitablemente condenadas a la marginalidad, me temo. Ah, y que nadie olvide que también deberemos votar por el Senado, aunque nadie tenga muy claro para qué sirve ni si va a sobrevivir a la próxima legislatura. Sugiero que cada cual se lea la relación de nombres que se presentan por su provincia, y decida por personas, en función de su propio conocimiento y al margen de la estructura de listas (abiertas, por cierto) de cada partido.  Para el próximo domingo, el votante se enfrenta a un laberinto. Podría decidir no entrar, y quedarse como está, porque no vea claro que sabrá salir de él, como el caballo que rehuye saltar una valla. En este caso, y según su sensibilidad, debería votar a PP o a PSOE. Pero, francamente, en las condiciones actuales quedarnos como estamos no me parece que sea una opción. La etapa democrática que se inició en el 78 ha cumplido muy bien su papel, pero se ha ido viciando y está agotada. Los votantes estamos obligados a facilitar que la política del siglo XXI para España la lleven adelante políticos del siglo XXI. Muchas cosas, necesariamente, deberán ir cambiando. Ante un reto de tales dimensiones, no cabe el paso atrás de la cobardía. El valiente no es el que no siente miedo (ese es un temerario), sino el que sabe vencerlo o, al menos, rodearlo. Espero que en las urnas del 20D haya mucho más de esperanza que de temor. JMBA

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