Días de vino y vuelos.
La filmografía de Robert Zemeckis me ha acompañado a lo largo de mi vida. De pequeño adoraba sus películas y su sentido del espectáculo y la aventura con títulos como Tras el corazón verde, la trilogía Regreso al futuro, ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, o La muerte os sienta tan bien. Puede que no fueran perfectas, pero en una de ellas encontrábamos a una pareja en busca de un tesoro en una espesa y peligrosa selva, en otra un joven un apuros intentaba que su madre del pasado no se enamorara de él, otra abordaba un mundo en el que convivían los dibujos y los personajes de carne y hueso, y en la última la vida eterna conllevaba unas catastróficas consecuencias. Grandes temáticas para el poco sentido común de un pre-adolescente. Con Forrest Gump su carrera tocó techo y nos regaló una película que, a pesar de que en su momento me resultó de lo más antipática por robarle el Oscar a Pulp Fiction, con el tiempo hemos hecho las paces y he acabado reconociendo sus muchos méritos. Pero a partir de ese punto su carrera se fue a tomar pol saco. Le siguieron Contact, Lo que la verdad esconde y Náufrago, trabajos con temáticas atrayentes... pero ya no era lo mismo. Para colmo, más tarde se emperró en hacer triunfar la animación con la técnica de captura de movimiento y nos llegaron Polar Express, Beowulf y Cuento de navidad. Cenizas era lo único que quedaba de mi admiración por el director. Y justo cuando ya parecía que no quedaba esperanza, nos llega su último trabajo y logra dos nominaciones a los premios Oscar: El vuelo. ¿Y de qué trata la película? Pues sobre los problemas con la bebida de un piloto de aviones. No se paren. Sigan cavando la tumba.
La
peli está protagonizada por un piloto de aviones un tanto peculiar,
crápula consolidado, al que le gusta más una botella de licor que a
un tonto un lápiz. Al parecer esto no le impide pilotar de forma
regular vuelos comerciales con pasajeros, acto que nos debería
horrorizar sobremanera y hacer que nos pusiéramos las manos en la
cabeza ante tal barbaridad, pero lo cierto es que la cinta se las
apaña bastante bien para que el personaje resulte de lo más
simpático y entrañable, incluso mientras le vemos dormir la mona en
pleno vuelo.
El
problema vendrá cuando, en uno de estos trayectos, el avión sufra
una avería en pleno vuelo, obligando al piloto a practicar un
aterrizaje forzoso en medio de un prado. Las buenas manos del piloto
lograrán salvar muchas vidas y evitar una catástrofe mayor,
convirtiéndolo en una especie de héroe nacional, perseguido por la
prensa. Pero las cosas se empezarán a torcer cuando la compañía
empiece a investigar las causas del accidente y descubra que los
análisis del piloto dan positivo en todo menos en Dixan. Será
entonces cuando el prota se refugie en la antigua vivienda familiar y
entable relación con una nueva amiga politóxica. Si es que Dios los
cría y ellos se juntan...
Para su regreso a los personajes de carne y hueso Zemeckis ha confiado en Denzel Whashington para encarnar al piloto que pasará por fases tan distintas como las de: euforia, dolor, enfado, negación y asunción. Whasington siempre es una garantía en este tipo de productos en los que se exige un plus de intensidad al actor protagonista aunque, en el film, lo prefiero en su vertiente de subidón más que de bajón. Para rebajar un poco el suflé de la trascendencia, la peli cuenta con un John Goodman estelar, en un papel eminentemente cómico que no termina de encajar con el resto de la trama.
La película tiene dos grandes problemas: su pasmosa falta de regularidad y sus continuos bandazos para encontrar un tono adecuado, sin llegar a sentirse realmente cómoda en ninguno de ellos. Dicho esto, la primera media hora de película es sensacional. En ella conocemos a su personaje protagonista, el piloto amigo de los polvos (en forma de sustancia psicotrópica y de azafatas de vuelo), y asistimos a un espectacular accidente aéreo rodado de forma trepidante. A partir de este punto de inflexión llega el momento de pasar factura, de la redención personal y de la asunción de errores, propios y ajenos, lo que provocará que la cinta vaya cayendo en picado, de forma todavía más alarmante que la del propio avión. Lógicamente, finalmente se acaba estrellando. En cuanto al tono, la película es una constante montaña rusa, y al final uno ya no sabe frente a que tipo de película se encuentra, con grandes momentos dramáticos, llenos de moralina barata, que el guión se encarga de hacer saltar por los aires con situaciones tronchantes y políticamente incorrectas, metidas con calzador y sin más relación con la tónica general del film.
Resumiendo: Gran media hora inicial y trascendencia soporífera en el resto de la cinta. Niños no bebáis o algún día acabaréis estrellando un avión.