Revista Cultura y Ocio

El xix. la primera república española. el cantonalismo

Por Desdelaterraza
   Apenas han transcurrido tres meses desde que el rey Amadeo saliera de España y se constituyera la Asamblea republicana. Se han celebrado elecciones a Cortes Constituyentes y, como antes, nada más formadas, las desconfianzas y riñas entre republicanos comienzan a sucederse. Federalistas de izquierdas: intransigentes unos, moderados otros; radicales, unitarios temerosos de la desmembración del Estado, todos parecen ser los miembros de una familia mal avenida.
   A la hora de formar un nuevo gobierno Pi y Margall es el encargado de nombrarlo, pero las diferencias entre los grupos lo impiden. Es entonces cuando sucede lo que en términos taurinos conocemos como "espantada". Fracasado el intento de Pi de formar gobierno, piensa éste que es el dimisionario Figueras, al que se le ofrece de nuevo la presidencia, quien tiene que ver en su rechazo; pero a don Estanislao, cansado, contrariado con el comportamiento de don Francisco y muy afligido por el reciente fallecimiento de su esposa, que se ve de nuevo presidente del poder ejecutivo, se le presenta el requerimiento como res imposible de lidiar y no tiene mejor ocurrencia que coger los trastos y retirarse, sin previo aviso, a Francia. La sorpresa de la marcha de Figueras, tan grande como se podrá suponer, facilita un nuevo intento de Pí y Margall por formar gobierno que, ahora sí, lo logra. Poco durará su mandato, apenas un mes y ocho días, tiempo en el que España se convierte, si no lo era ya,  en un polvorín. Razones hay para ello.
   Si Pi y Margall no tiene el predicamento de su antecesor Figueras, sus ministros tampoco contribuyen al prestigio del gabinete. Desconocidos la mayoría, Nicolás Estévanez, antes Gobernador Civil de Madrid, es de los pocos con cierto renombre. Ocupa el ministerio de la Guerra, cartera la de este ministerio fundamental en un país enfrascado en dos: contra los carlistas y contra los rebeldes en Cuba. Su nombramiento, no obstante, era el anuncio de un fracaso. El mismo Estévanez cuenta en sus memorias cómo fue votado con tan amplia mayoría en las Cortes, tras la entrevista que mantuvo con don Emilio Castelar en la biblioteca del Congreso. Castelar es el primero en hablar y va al grano:   ─Las Cortes ven con buenos ojos su nombramiento como ministro de la Guerra; también muchos diputados amigos míos, que esperan mi recomendación; pero yo tengo dudas, no sé qué haría usted en el ministerio si fuese elegido.   ─Pues miré usted ─contesta Estévanez─, nunca he tenido esa ambición, y como nunca he pretendido ser ministro, nunca he pensado en un programa con el que postularme, así que lo más probable, si insisten en nombrarme ministro, es que no haga en el ministerio absolutamente nada.   ─Pues entonces ─dice don Emilio─, cuente con nuestro voto.
   Tampoco, una vez nombrado, tiene Estébanez mucho tiempo para arrepentirse de sus perezosas inclinaciones. A los trece días de su nombramiento el general Socias, desde su escaño en las Cortes, acusa al ministro de desertor durante su estancia en Cuba como capitán. El escándalo es enorme y Estébanez dimite. Pocas veces un político cumplió su propósito de modo tan escrupuloso ante quienes le votaron.
   No es sólo la guerra civil, que desde hace más de un año se mantiene con el pretendiente Carlos María de Borbón, que el 16 de julio entra de nuevo en España después de su huída el año anterior ante los avances de general Moriones; son desdicha de la nación española también la anarquía, la indisciplina del ejército, la depauperada hacienda pública(1), el cantonalismo, que se extiende sin cesar por el solar español, convirtiéndolo en una jaula de grillos: Andalucía se declara independiente, Sevilla quiere también ir por su lado,  Málaga también se constituye en cantón y Toledo y Salamanca; Castellón y Valencia  también se pronuncian , y… Cartagena.
   La mayoría fueron de vida efímera, de apenas algunos días; pero en Cartagena la situación pasó a mayores. Éste y el resto de los problemas que España tiene ya no serán de Pi y Margall, que dimite el 18 de julio, sino de don Nicolás Salmerón que hereda tan lamentable estado de cosas. Será por poco tiempo también.
   Proclamado en Cartagena el 12 de julio el Cantón Murciano, los sublevados, a cuyo mando está Antonio Gálvez, diputado del grupo de los intransigentes, toman el ayuntamiento y destituyen al gobernador de Murcia. Sin que nadie lo pueda impedir el general Contreras se presenta en Cartagena. Se pone al mando. Se toman los fortines y castillos de la plaza, el Arsenal con toda la flota, se forma un Comité de Salud Pública, cuyo nombre habla a las claras del sesgo del movimiento. Es éste comité el embrión de un futuro gobierno, que a su tiempo preside Contreras, que parece así desquitarse de no haber sido nombrado ministro en Madrid; y en el que Gálvez, asume la cartera de ultramar y se atribuye el grado superlativo de generalísimo de tierra y mar.

EL XIX. LA PRIMERA REPÚBLICA ESPAÑOLA. EL CANTONALISMO

Ayuntamiento de Cartagena

 
   Bien armados, con la escuadra bajo su mando, los sublevados no tienen la intención de permanecer inmóviles. El “generalísimo” Gálvez, con la fragata blindada Victoria arriba a Torrevieja y se apodera de los caudales de la aduana; el Gobierno, qué remedio, declara piratas los barcos en poder de los rebeldes; y no sólo eso,  autoriza su abordaje y captura, a los buques de las potencias amigas. A la lógica de la disposición, habida cuenta la falta de oposición naval a la escuadra, ahora en poder de los cantonales casi toda, se opone el voto de los intransigentes, Roque Barcia a la cabeza, que favorables al movimiento cantonal, además, consideran indigna la autorización dada a naciones que en seis meses aún no han reconocido la República española. Firmes en su propósito los cantonales, tratan de aparentar lo que no son: se incautan de cuantos objetos de plata pueden y fundida toda, emiten sus propios duros de plata; llevan impresa la leyenda: Revolución Cantonal.
   Irreductibles los cantonalistas, sus barcos prosiguen las escaramuzas. El general Contreras, ministro de Marina también, mientras Gálvez toma el camino de Orihuela con intención de saquearla, inicia una loca singladura. Con las fragatas Victoria y Almansa bombardea Almería y exige el pago de contribuciones antes de continuar su derrota hacia Málaga; pero pronto se ven acechados por buques alemanes, franceses e ingleses. Rondan aquellas aguas la fragata prusiana Friederick Karl y la británica HMSSwiftsure, que mejor gobernadas dan cuenta del vapor Vigilante. Más tarde también de la Victoria y la Almansa, que son llevadas a Gibraltar, dejando libre al general Contreras.
   Pese al éxito de los generales Pavía y Martínez Campos, llamados a escribir muy pronto sonoras páginas de la historia, reduciendo los cantones de Sevilla y Valencia, la indisciplina en el ejército sigue siendo asunto preocupante. A Salmerón, hombre cultísimo y de gran prestigio, la objeción de su conciencia le impide firmar unas condenas a muerte a las que habían sido sentenciados unos desertores del ejército, y antes de confirmarlas lo que firma es su propia dimisión como presidente de Poder Ejecutivo. Es el 7 de septiembre. Como Pi y Margall antes que él, tampoco ha logrado mantener su gobierno ni dos meses.
   Tras varios intentos negociadores fallidos, el gobierno, ahora bajo la presidencia de Castellar, envía a Cartagena los pocos barcos que quedaron en su poder más los incautados a los rebeldes. Aunque la oficialidad es buena, la mayor parte de los barcos a cuyo mando se ponen son pocos, de madera y muy antiguos.  En realidad poco más que unos corchos flotando en el mar que poca resistencia pueden oponer a la flota rebelde, por mal mandada que pueda estar. Presentes los barcos del gobierno frente a las aguas de Cartagena, la flota cantonalista se hace a la mar con intención de romper del bloqueo. Se intercambian disparos y al fin la batalla queda en tablas: los rebeldes vuelven a Cartagena y los leales a Gibraltar. Reducida Murcia, sólo la plaza de Cartagena resiste. En condiciones cada vez más precarias, pero fortificados y realizando algunas escaramuzas navales sobre puertos en los que conseguir suministros y vituallas, iría el Cantón entre bombardeo y bombardeo languideciendo hasta su rendición final.
   El 8 de septiembre el nuevo presidente de Poder Ejecutivo nombra sus ministros. Ha vencido en las votaciones a Pi y Margall, el federalista que, como en anteriores ocasiones, incluso en la que siguió a su propia dimisión, ha luchado por la presidencia. Muy criticado por sus fracasos al frente de los ministerios o la presidencia puestos a su cargo, Pi es un idealista carente de pragmatismo. España, si algo queda de ella, con un dueño al Norte, varios al Sur y al Este, sin recursos, necesita un hombre de Estado y los diputados, ya los intransigentes muy reducidos, ve en don Emilio Castelar el único camino que seguir. Carente del sectarismo del que hicieron gala sus antecesores, trata de restablecer el orden con autoridad, imponer la disciplina en el ejército, contener los afanes separatistas, los avances carlistas, cesar en la política antirreligiosa y, en resumen, pacificar los campos y ciudades de la España. La Republica cambia de signo, pero sigue viva. Pero para llevar a cabo su plan hacen faltas dos cosas: más poderes y más dinero.
(1) Las necesidades de financiación eran perentorias. Se pone la esperanza en la obtención de un empréstito de los Estados Unidos de 1.500 millones de pesetas, ofreciendo las rentas de Cuba de los siguientes veinte años entre otras concesiones, pero finalmente el negocio no se formalizará. 
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