Cuando Oriana Fallaci se muestra indignada hay que escucharla, y acaba de gritar nuevamente contra el antijudaísmo creciente en Europa, gravísima enfermedad crónica reavivada ahora por nazis e izquierdistas sovietizantes, junto a sesgados responsables de la prensa, la política y la Iglesia.
Quieren negarle a Israel el derecho a defender su democracia del terrorismo fanático que juró destruirlo y ahogar a los israelíes en el mar, escribe.
Oriana Fallaci fue la gran periodista del siglo XX. Cargada de independencia, cuando descubría una careta en sus entrevistados, los despedazaba. Así descarnó a Kissinger, Jomeni, Fidel, Pinochet y tanta mala gente que plasmaba tal cual era.
El periodismo que Fallaci ejerció apasionadamente fue el de la verdadera verdad, que fluye al estudiar equilibrada, fría pero a la vez con pasión y documentadamente todos los elementos que generan la noticia, y que desnuda la patraña difundida por ignorancia, descuido, pasiones o por creencias bárbaras.
Enferma de cáncer a sus 72 años, la cronista de los asesinatos en la Plaza de Tlatelolco, México, o de las guerras del último medio siglo, que denunció las dictaduras franquista, pinochetista o griega, se avergüenza del nuevo antisemitismo europeo.
Se indigna con esta Europa alcahueta de nazismos, fascismos y estalinismos; que odia a Israel, democracia viva con diputados palestinos, porque se defiende violentamente de unos terroristas que se linchan entre ellos por dinero; que se escudan dentro de las iglesias, como en Belén, y tras mujeres y niños.
Como Zola en el Caso Dreyfus, Fallaci grita: Yo acuso.