Proponemos hoy un acercamiento al trabajo de Alicia Silvestre Miralles «El yo y su leyenda en la Vida de santa Teresa de Jesús: autobiografía o hagiografía», publicado en el volumen colectivo La mirada ensimismada. Ensimismamiento y figuraciones del yo, (Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2025). El volumen reúne las aportaciones presentadas en un Simposio Internacional celebrado en Zaragoza del 23 al 25 de junio de este año, organizado por el grupo de investigación Genus de la Universidad de Zaragoza, dedicado al estudio histórico y teórico de los géneros discursivos.
El estudio plantea una cuestión clásica en los estudios teresianos, pero abordada aquí con herramientas críticas actuales: qué tipo de texto es el Libro de la vida. ¿Puede considerarse una autobiografía? ¿Funciona como una hagiografía? ¿O estamos ante un texto que desborda ambas categorías? La autora no busca resolver el problema mediante una etiqueta definitiva, sino analizar cómo Teresa de Jesús construye su voz y su figura en la escritura, y qué tradiciones literarias, religiosas y culturales condicionan ese proceso.
Alicia Silvestre parte de una constatación importante: la autobiografía no era un género consolidado en el siglo XVI. Teresa escribe apoyándose en modelos previos —las Confesiones de san Agustín, la literatura espiritual de carácter didáctico, los devocionarios— y también en esquemas propios de la hagiografía medieval, con su finalidad edificante y su tendencia a convertir la vida del protagonista en ejemplo. Al mismo tiempo, el Libro de la vida se aparta de la hagiografía clásica: no culmina en la muerte ni en una serie de milagros post mortem, y concede un espacio central a la evolución interior, a las dudas, retrocesos y conflictos de conciencia.
Uno de los ejes del artículo es la tensión interna del texto teresiano. Teresa debe narrar las “mercedes” recibidas sin caer en la autoexaltación, consciente de que cualquier apariencia de elogio propio podía resultar teológicamente sospechosa y socialmente peligrosa, más aún tratándose de una mujer. De ahí el recurso constante a la obediencia, al menosprecio de sí misma y a la insistencia en la verdad y la claridad. La autora muestra cómo esta tensión no es un obstáculo, sino el principio estructurador de la obra.
El análisis se apoya en aportaciones teóricas de Bajtín, Genette, Pozuelo Yvancos o van Dijk, aplicadas con rigor al texto teresiano. Desde esta perspectiva, la Vida aparece como un discurso complejo y polifónico: hay distancia entre el yo que vivió y el yo que narra; se alternan narración, reflexión y exhortación; y el texto se dirige simultáneamente a varios destinatarios —Dios, los confesores, los superiores, las lectoras del Carmelo y los lectores futuros—. No se trata de contar una vida por interés histórico, sino de dar razón de una experiencia espiritual y mover a otros a recorrer ese camino.
Especial interés tiene la noción de autofiguración. Teresa no inventa una ficción, pero tampoco ofrece un registro neutro de hechos. Selecciona, ordena y da sentido a su experiencia desde una conciencia ya transformada. En ese proceso se construye una figura de sí misma que participa tanto de la autobiografía como de la hagiografía, sin identificarse plenamente con ninguna de ellas. La autora insiste en que no hay engaño deliberado: hay memoria, interpretación y finalidad espiritual.
El trabajo concluye subrayando que el Libro de la vida no responde a un ensimismamiento moderno entendido como repliegue narcisista, sino a un yo en relación, expuesto en el espacio público de su tiempo, que se justifica, se explica y se ofrece como testimonio. Precisamente esa combinación de experiencia personal, conciencia histórica y elaboración discursiva es lo que ha permitido que el texto siga siendo leído y estudiado siglos después.
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