Revista Diario
Aunque no has sido expuesta a inusuales gases volcánicos y tienes un cuerpo como el del resto de los mortales, hecho a base de células, piel y huesos, has desarrollado la capacidad de estirarte. Te estiras para limpiar los azulejos de la cocina, esos que están cerca del techo. Te estiras para descolgar las cortinas cuando toca lavarlas. Te estiras para devolverle la transparencia a la parte alta de los vidrios. Te estiras para quitarle el polvo a la biblioteca.
A diferencia de esta heroína, además de tu cuerpo, tú también sabes estirar tu tiempo. Y así, consigues ir a trabajar, al supermercado, cocinar, regar las plantas, poner el lavarropas/la lavadora, tender la ropa/la colada, tener la casa impecable y al gato bien peinado (lo cual es muy importante porque nada peor que gato despeinado en casa de familia honesta). Mientras tú te estiras tu príncipe se encoge; efectos secundarios debidos al exceso de sofá.
Al igual que la chica elástica, tú querrías que tu cuerpo adopte diferente formas, por ejemplo «forma de me siento a leer, haz la cena tú», o «forma de me voy al cine con mis amigas, ocúpate tú de peinar al gato», o «forma de hoy no friego un solo vaso, friega tú». Pero tu cuerpo no consigue tener la elasticidad suficiente para adoptar esas posturas, por ello, ni lees todas las horas que querrías, ni vas al cine sin estar preocupada por el gato (nada más preocupante que felino bajo cepillo en mano de príncipe), y todos los días te encuentras con los guantes de látex puestos.