He conocido campañas electorales grises y aburridas, que discurren sin apenas debate político, ni confrontación de ideas, pero nunca he vivido una cita con las urnas tan anodina como ésta. Es posible que la causa haya que buscarla en el bajo perfil de los candidatos o en la conviccion plena de que la suerte está echada, pero creo que la explicación más real es el descrédito de la política y la desconfianza en quienes se dedican a ella. La crisis económica ha puesto de manifiesto que las decisiones de verdad, las que marcan nuestro futuro, no se toman en los Consejos de Ministros, ni tan siquiera en el Congreso de los Diputados. Hoy sabemos quiénes mandan de verdad y a ellos no les podemos votar, ni tampoco castigar con nuestro rechazo en forma de papeleta. Rubalcaba y Rajoy no son más que marionetas en manos de los mercados y esta vez lo tenemos más claro que nunca. Puede parecer que Sarkozy y Merkel mandan más que ellos, pero tampoco es del todo cierto. Los máximos mandatarios de Francia y Alemania también obedecen ordenes. La democracia está herida de muerte porque el respeto a la soberanía popular es una gran mentira del sistema, al igual que las proclamas a favor de la pluralidad y la participación ciudadana. Hasta el bipartidismo es un engaño del poder para mantener las apariencias y disimular que vivimos en la dictadura del dinero. PSOE y PP tienen el mismo programa económico, aunque lo oculten a la opinión pública, tal vez porque ni ellos mismos lo conocen. Al fin y al cabo, les viene dado.