Es cierto que los demócratas deberían alegrarse de que Zapatero, culpable en gran medida de la deriva independentistas e insolidaria de Cataluña en los últimos años, haya sido castigado en las urnas y su representante, José Motilla, humillado y expulsado del poder, junto con sus aliados de Izquierda Republicana e Izquierda Unida, pero esa victoria es pírrica y en modo alguno debe proporcionar satisfacción a los demócratas.
Desgraciadamente, los resultados de las elecciones catalanas han sido frustrantes para la democracia, la ética y la esperanza.
Ha sido decepcionantes porque los ciudadanos no han recurrido a ningún tipo de voto de castigo al sistema, ni a los políticos, ni a nada de nada. Hasta la participación ha crecido. Los borregos siguen gozando en Cataluña de buena salud y hacen fila, disciplinadamente, ante el matadero.
Han sido desoladores, sobre todo porque ha sido elegido como presidente, con el apoyo masivo de los ciudadanos, un individuo cuyo partido se llevaba el 3% de las concesiones y su familia mantiene ocultos a la hacienda pública sus bienes. La sociedad catalana, al elegir como presidente a un personaje como Artur Mas, ha demostrado su profundo deterioro político y moral y la enorme distancia que le separa de la democracia y de la ética ciudadana.
Si a la elección como presidente del jefe de una banda de políticos bajo sospecha se agrega el éxito de un cretino como Laporta, heredero del puesto de payaso que ejercía con tanto éxito Carod Rovira, los resultados son para llorar.
La mayor victoria en las elecciones catalanas ha sido para los que insultan a España, para los que difunden la infamia de que los españoles estamos expoliando a los catalanes y para los que, desde un nacionalismo disgregador e hipócrita, han crecido alimentando el odio, el revanchismo y el victimismo.
Hay muchos ilusos en España que han interpretado los resultados catalanes como un cambio positivo de rumbo, cuando la verdad es que reflejan el crecimiento del rechazo a España y el éxito de las políticas que estimulan el odio, la disgregación y la revancha.
El electorado catalán parece haber sido "abducido" por la política de baja estofa. En sus votos no se percibe apuesta alguna por la regeneración, ni por los cambios y reformas que España necesita para mejorar la calidad de su democracia. Como siempre, han funcionado el clientelismo, el nacionalismo, el victimismo, la revancha y un deseo extraño de cambio que se ha limitado a sustituir a un corrupto por otro, a un sátrapa por otro sátrapa.
La ciudadanía española no aprende y sigue apoyando con su voto a gente que ningún ciudadano decente dejaría entrar en su hogar y que ni siquiera se atrevería a presentarles a su esposa e hijos. De ese modo, la fosa que enterrará a España, cada día mayor, sigue ensanchando sus fauces, dispuesta a engullir a este país desgraciado, poblado por gente esclava, infectada de cobardia e inmoralidad.